Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El solapado culpable

Autor:

Nelson García Santos

Ese transitar diario de la vida misma, más allá de sus novedades y sorpresas, a veces muestra un mensaje incoherente y limita la adquisición de ciertos productos a los de peor situación económica, y no propiamente por su precio.

La trampa, digo, está en el sistema de comercialización que se aplica en la red minorista, incluso desde los buenos tiempos (¿Los recuerdan? ¡Claro, hombre!).

Son mecanismos inventados para salir rápido de la mercancía, sin importar un comino que una de las reglas del comercio socialista está en satisfacer por igual a los de mayor y menor poder adquisitivo, sin transgredir lo reglamentado en el país.

Uno de esos inventos consistía en vender productos en envases grandes a precios superiores, hasta más de 1 500 pesos, como yogur, mermeladas, siropes o lo que produjeran, según su realísima gana.

Había versiones moderadas de esos mismos productos, para quienes podían, al menos, darse un pequeño gusto, pero ahora esa variante apenas se ve. ¡Y que nadie suelte que no pueden adquirir envases más pequeños, porque esta práctica, repito, viene desde los antaños de antaño!

También tiraron para la cuneta otra fórmula para proteger a los más vulnerables, aquella de pagar desiguales valores por desiguales calidades del mismo producto. ¡Y mira que se decretó en la época de mayor abundancia!

El origen de ese fenómeno de violentar los costos contra el consumidor (siempre hacia arriba, nunca hacia abajo, o casi nunca), a pesar de que existen regulaciones para impedirlo, ha acompañado legalmente la comercialización en las mejores, regulares o peores condiciones, como la de este mismísimo instante.

Porque no es malo que cueste más una mercancía que otra por su calidad, sino las jugarretas para equipararlas al precio mayor, y vale martillar sobre esta y otras denuncias, con la esperanza de que acaben por perforar los oídos sabios, para bien de todos.

¿En qué consisten? Aquí les va: ¿qué es eso de poner precios iguales a una mercancía vendida a cinco kilómetros de donde se cosecha que otra a cien? ¿Por qué pagar lo mismo por calidad de primera, segunda o tercera? ¿Hasta cuándo las ventas en conjunto para salir al seguro de las mercancías menos demandadas? Y lo peor: ¿cómo permitir que se deterioren alimentos o se pierdan antes que rebajarles el precio?

Se habla constantemente de cómo bajar los costos, y para eso hace falta producir más, lo cual es correcto, pero universalmente se vende de acuerdo a la calidad de la oferta.

No se puede ir por buen camino para ayudar a los que menos tienen, si en el comercio no se impone cabalmente la justeza que distingue a nuestro proyecto social. Basta que cuatro se pongan de acuerdo para comercializar como de primera todas las mercancías y luego en la soledad sobre el papel desglosen que una cantidad apreciable la vendieron como de otras categorías, y el dinero va al bolsillo del vendedor, digo, del bribón.

¿A qué esperamos para imponer en la práctica lo que legislamos? El respetable, que está echando su suerte aquí, aplaudiría la extinción del solapado culpable. ¡Que nadie lo dude!

 

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