1ro de Mayo Autor: Adán Iglesias Publicado: 30/04/2024 | 10:10 pm
Si Federico Engels, el extraordinario par teórico de Carlos Marx, publicó, en 1876, en la revista Die Neue Zeit, su famoso texto El papel de trabajo en la conversión del mono en hombre, en este 2024 cubano podría escribirse otro texto, esta vez con el gracejo típico criollo, para tratar de entender el papel del trabajo en la conversión del nuestro en un socialismo más «mono». O sea, más bello y, por supuesto, más próspero.
Como nunca, en la antesala de este 1ro. de Mayo peculiar, con celebraciones a la medida de la crisis y el cerco criminal que enfrenta el país y también de la predisposición a encararla, habremos escuchado en recorridos de dirigentes políticos y gubernamentales y análisis variopintos la invocación al trabajo.
Es como si con los prodigios de la inteligencia artificial el Gran Federico se hubiese levantado de las gavetas a donde algunos pretenden acomodarlo en este siglo también de las desmemorias para, junto a los cuadros de todos los niveles de la nación, campanear una y otra vez, como en el inicio de su tesis de 1876, que el trabajo es la fuente de toda riqueza, como afirman los especialistas en economía política.
Y «lo es, en efecto, a la par que la naturaleza, proveedora de los materiales que él convierte en riqueza. Pero el trabajo es muchísimo más que eso. Es la condición básica y fundamental de toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto punto, debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre.
A lo anterior podríamos agregar ahora —tratando de emular la agudeza de Engels—, que si bien el trabajo no podría destruirlo (al hombre, digo), sino más bien dignificarlo, otra cosa muy distinta es cuando se le cuelan a ese gestante de la humanidad lo que ahora llamamos en este archipiélago las «distorsiones». Por lo menos podrían amargarlo, y bien sabemos hasta cuánto.
La Constitución de 2019 cambió la naturaleza de nuestro Estado, de «socialista de trabajadores» que recogió la de 1976, a «socialista de derecho y justicia social» actual, pero lo que nunca podremos cambiar será la centralidad del trabajo y de los trabajadores en la suerte definitiva del proyecto socialista nacional, al menos por un período muy largo del devenir.
Dicho cambio conceptual buscó adaptar el proyecto político de la Revolución a las tan desafiantes como cambiantes condiciones del siglo XXI, aunque no le faltó razón a quienes «guapearon» en los debates que abrieron cauce a la nueva Carta Magna para que lo anterior quedara muy bien sentado.
Parte de los arrastres, errores y tendencias negativas, —distorsiones les llamamos en este Día de los Trabajador, en el que deberíamos poner más en un primer plano las rectificaciones inaplazables—, se focalizan precisamente en el mundo socialista cubano del trabajo y de los trabajadores.
La anterior es una de las más graves deudas de nuestro modelo y del resto de los modelos que intentaron convertirse en una alternativa frente al capitalismo mundial y todas sus injusticias, inequidades y depredaciones. Estas sí, tan graves, que ya sabemos que pueden conducir al fin, ya no solo del hombre, sino de nuestra civilización.
Las indagaciones marxistas más profundas, y de otros signos, que buscaron explicar las causas del desmerengamiento socialista del siglo XX encontraron entre las fundamentales la de una burocracia que escamoteó a los trabajadores la condición de dueños colectivos de la propiedad pública. Se desvirtuaron así los fundamentos no solo del socialismo, sino hasta del sindicalismo heredado del marco burgués.
Como ya hemos subrayado en otros momentos, en materia laboral y productividad en Cuba llevamos muchos años tratando de descubrir qué surgió primero: si el huevo o la gallina, algo que sería imperdonable en lo adelante, cuando vivimos un contexto económico distinto, entre una multiplicidad de formas de propiedad, administraciones dotadas de mayores atribuciones y con sindicatos que cargan viejas maneras y problemas de representatividad que han lastimado su autoridad.
La Constitución y el nuevo marco legal confieren al movimiento sindical las vías y métodos para elevar su representatividad, conscientes de que, como nunca antes, están en juego su liderazgo y capacidad movilizadora, sin los cuales le estaríamos haciendo un flaco favor al propósito de aumentar la productividad y la eficiencia económica en las condiciones de nuestro socialismo.
Por ello resulta tan relevante que, con el propósito de redimensionar el modelo socialista nacional, se distinguiera, desde los inicios de los cambios planteados por el 6to. Congreso del Partido Comunista, que una cosa es el Estado como propietario y otra las diversas formas en que puede gestionarse la propiedad.
Mientras más socializada, participativa (incluyendo en la repartición de los beneficios) sea la forma de gestionarla, más estaremos acercándonos a esa condición de dueño colectivo que no ha dejado de ser una aspiración, y que para nada contradice la expansión de la propiedad privada en la etapa de transición socialista, porque en el caso de Cuba está bien definido que la propiedad pública deberá constituir la fundamental del modelo.
Cualquier forma de funcionar la propiedad socialista que enajene a los trabajadores de su gestión, o sea que los desplace de la toma de decisiones, del control y de la distribución de los beneficios, estará agregando distorsiones a un modelo que ya acumula suficientes como para constituir un peligro para las aspiraciones planteadas en la propia Constitución.
El Che Guevara, uno de los teóricos marxistas y constructor práctico del socialismo cubano, subrayó, en su valioso análisis sobre el socialismo y el hombre en Cuba, que el socialismo es liberar al hombre de toda enajenación.
Claro que han llovido siglos y ya no estamos en la etapa del capitalismo incipiente y de los enjundiosos análisis de Engels, aunque tampoco el socialismo, si bien joven aún y en plena etapa exploratoria de su construcción, es ya tan novato como para «hacer el mono», que en nada se emparenta con el papel del trabajo en la conversión del mono en hombre…