Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Honestidad crítica y capacidad resolutiva; y también viceversa

Precisamente del país en una trinchera heredamos el terreno pantanoso por donde siempre debió moverse la crítica en la Cuba socialista, lo que obligó a dos de sus más admirados líderes: Fidel y Raúl, a lanzar recurrentes estocadas contra el almibaramiento institucional crónico que nos persigue hasta en momentos tan críticos y definitorios como los que ahora mismo padecemos

Autor:

Ricardo Ronquillo Bello

Tal vez tengamos una fórmula política para trabajar con la difícil ecuación que nos plantean estos duros «idus de enero» si a una idea de José Martí agregamos un bocadillo reiterado por la conductora del programa La Pupila asombrada.

En las épocas de fe no puede faltar la crítica, como en las épocas de crítica no puede faltar la fe, refería el siempre recurrente Apóstol cubano, a lo que tendríamos que añadir, como la Karen Brito: «…Y también viceversa»… Sobre todo, tras los discursos ejecutivo y político, así como los debates parlamentarios ocurridos la pasada semana.

El abandono del narcisismo político que obnubiló a los llamados «socialismos reales», devenidos en letales —porque abandonaron el poder regenerativo de la crítica— es algo que se agradece mucho en este archipiélago donde, como reflexionó el Primer Ministro, Manuel Marrero Cruz, pasamos de los tiempos del país en una trinchera a los de una economía en tiempos de guerra. No importa que esta sea tan sutilmente desalmada que no siempre seamos capaces de sentir claramente ni por donde vienen los tiros, ni a quienes apuntan, más allá de la refriega en la superficie.

Está tan enraizada dicha mentalidad, que en días recientes un reconocido colega se quejaba de que en el territorio de su jurisdicción se le pedía «tregua» a las críticas de la prensa porque se había cambiado a un funcionario, mientras los padecimientos de la ciudadanía, la economía y la sociedad se mantienen en sus trece.

A estas alturas del campeonato la única tregua martianamente fecunda que podríamos darnos es la de la solución de los graves problemas que afronta el país.

Todo ciudadano golpeado severamente por la crisis, que ya se hace tan larga, y por ello mismo inescrutable, lamenta la ausencia de las buenas noticias a las que nunca deberíamos renunciar para estas fechas, aunque agradecemos la honestidad frontal con la que desde los máximos poderes ejecutivos y políticos de la nación se nos planteó la realidad del peso de la agresión externa y de los retorcijones internos, con no menor peso en la balanza. Sobre todo, porque estos van a la cuenta de la que desde ya deberíamos bautizar como la «solución interna bruta» (SIB); en este caso, en vez de «bruta», creativa e inteligente, como reiteradamente nos reclamamos, en un apelativo que por momentos sabe a consignas.

La franqueza con la que se abordaron los dilemas cubanos en la pasada Asamblea Nacional del Poder Popular retrotraen a aquel discurso aldabonazo de Raúl en Camagüey —en las recordaciones de un 26 de julio— en los momentos en que comenzaba a tomar las riendas políticas y estatales del país, y al de Fidel el 17 de noviembre de 2005, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana.

De ambos se puede corregir, como de la situación con la que actualmente lidiamos, que la verdad es tan corrediza como la puerta de un escaparate, y que no debemos convertir «bendiciones circunstanciales» en «dogmas celestiales». Porque en los razonamientos de Marrero y Díaz-Canel, como en los de líderes más connotados, se juega algo más que la existencia momentánea de la Revolución. El socialismo está urgido de avanzar hacia un modelo en el que no haya espacio para el acomodamiento y la inercia que le sigue.

Raúl, quien ha encabezado particularmente la actualización de ese camino hacia lo ignoto que es el socialismo, siempre reforzó que se requiere trabajar con sentido crítico y creador, sin anquilosamiento ni esquematismos. Nunca creernos que lo que hacemos es perfecto y no volverlo a revisar.

Insiste, además, que estamos en el deber de cuestionarnos cuanta cosa hacemos en busca de realizarla cada vez mejor, de transformar concepciones y métodos que fueron los apropiados en su momento, pero han sido ya superados por la propia vida, dejando solo fuera de todo cuestionamiento la voluntad de construir el socialismo. A punto de celebrar los 65 años del triunfo de la Revolución en Cuba, entre tantas acechanzas y peligros, especialmente contra la justicia, la libertad, la moral y la dignidad que han hecho singularmente grande a Cuba, deben asumirse como claves para traspasar la puerta mágica del futuro de la Revolución Cubana.

Deberíamos cuestionarnos siempre si en cada espacio e instancia del país hemos caminado con ellas como el siervo de oro de la historieta, en capacidad de darle «brillantez y riqueza» a todo lo que tocamos a nuestro paso, y no como comodín verborreico.

Solo que a estas alturas no nos alcanza con la capacidad crítica. La honestidad crítica exige ser acompañada por la capacidad resolutiva. Solo entonces podremos sustituir las autocríticas por una vida mejor y más próspera, como se diseñó para nuestro socialismo. Los ideales que no se cuestionan enmohecen, se encartonan y perecen. Una Revolución debe ser una perenne interrogante.

Cuando en vez de repetirlas como estribillo de moda las asumamos a profundidad, florecerá el poder transformador que pudieran alcanzar esas palabras acentuadas por Raúl: valentía política, sinceridad, eficiencia, transformar concepciones y métodos, cuestionarnos cuanto hacemos, cambios estructurales y de conceptos, consolidar resultados, estudio con profundidad, enfoque integral y diferenciado, exigencia, efectividad, constancia, organización, control, serenidad, disciplina, racionalidad, sensibilidad, orden, seriedad, ahorro, previsión, valorar con profundidad, no crear falsas expectativas, sin alardes, sin desesperos, sin improvisaciones.

Como ya acentué alguna vez, Cuba tiene que ser capaz de exorcizarse de sus «demonios almibarados», no sea que, de tan dulce, pueda sobrevenir la «hiperglicemia».

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