Guillermo Cabrera Álvarez, el Genio. Autor: Archivo de JR Publicado: 25/06/2023 | 12:38 am
Hoy cumple 80 años Guillermo Cabrera Álvarez, el Genio, como lo llamó Fidel; el Guille, para muchos; mi profe, para mí. Un periodista galáctico, un hombre entero, un revolucionario leal a Cuba y —como él decía— «poeta hasta que se demuestre lo contrario».
Podría decir que lo conocí en el 2006, en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí que él dirigió, cuando estaba yo en mis trajines de tesis. Allí lo conocí con Katiuska Blanco, cuando el periodismo de Fidel que ellos impartían en un curso, me llevaba a mi tema de Raúl Gómez García. Desde entonces, hasta julio de 2007, tuve un gran maestro y un amigo, y un cómplice de aventuras «coco glacé». Pero Guillermo, sin ánimo de colocarlo en pedestal alguno aunque sí de hacerle justicia en tiempos en que su pluma y sus ojos urgen, es más que cualquier vivencia personal.
Guillermo es referente imprescindible en varias generaciones de periodistas cubanos; el que enseñaba que los que elegimos esta profesión leemos mucho, escribimos mucho y vivimos mucho, y que además somos felices viviendo, leyendo y escribiendo, todo en demasía. El que tenía la certeza de que siempre hay cosas nuevas por decir, que el conflicto de medios se da en los periodistas, que era muy difícil elegir cuando cada uno posee su atractivo; pero que por encima de todo, lo importante era expresarse, no importa si en radio, televisión o prensa escrita; y más importante aún: que el mensaje llegue, que se entienda. El que decía que no me angustiase pues hay tres etapas en la vida de un periodista: C, B y A. La categoría C «Corre pa aquí y Corre pa allá»; la segunda, «Ve pa allá y Ve pa acá»; y la primera mucho más codiciada «Arranca pa aquí y Arranca pa allá»….con lo cual, al cumplir las tres, ya estaría graduada.
El Guille, para quien un jefe que no te daba la razón delante de los compañeros y luego venía bajito a decirte que la tenías, no valía «ni un quilo prieto partido por la mitad».
El que nos enseñó desde aquellos días angustiosos de julio y agosto de 2006, que Fidel es una idea, un pensamiento, una isla entera; que la vida no es un día, ni una semana ni un momento, sino una carga inmensa de emociones; el que tenía en Camilo al héroe de pueblo leal, pero sobre todo con la certeza de que era la imagen de un país que llegaría a la luna si era preciso por defender su Revolución. El que defendió a los Cinco, a Elián, y quería seguir buscando a Camilo.
Creó una columna, La Tecla Ocurrente, en este diario de la juventud cubana porque siempre fue joven, en la que hizo posible unir a personas de todo el país esperando su texto cada jueves; nos hizo recorrer cientos de kilómetros para conocernos, esperar el cumpleaños 80 de Fidel en el Pico Turquino, soñar expediciones en línea con la historia que amaba y defendía. Fundó, así, una red de personas que amaban y fundaban, como quería Martí, cuando las redes sociales ni siquiera existían. Con La Tecla inventó una columna con la característica de no tener características, en la cual podía desalmidonar las palabras y que ellas dijeran lo que querían decir, sin envolturas doctorales y reverentes. Estaba entrenado para captar en la gente —y no dejar escapar— esos alientos de inmensa humanidad. No hacía momentos especiales, según él: los hacían los demás y él los registraba y los entregaba a todos —aunque para nosotros fuese al revés—.
No era un hombre de consignas vacías, sino de hechos y de palabra exacta, de mirada honda —doble, triple y cuádruple— y capaz de acallar a cualquiera con una frase corta, en genial síntesis de sentidos. Un revolucionario leal a Fidel y con la sensibilidad de un verdadero seguidor de los pasos de Celia a la hora de cuidar la historia. A más de uno ayudó a echar a andar sus palabras y sueños, que luego siguieron con paso propio; el que no siempre aceptaba «concordar» sino «conlocar» porque decía que eso es lo que hacemos los orates utópicos que poblamos el archipiélago de la mayorcita de las Antillas.
El que enseñaba —porque él era así— que no anduviera pensando nunca en los premios ni en los homenajes, que solo se debe pensar en decir lo de uno como diría Silvio «a tiempo y sonriente»; que nadie es mejor periodista, sino que a veces nos caen buenos temas, y que son ellos, los temas, los que marcan el estilo, los que te dicen cómo escribir, los que se expresan con nosotros de por medio. Que los temas nos usan para darse a conocer, que son ellos los que nos cogen por el gaznate y obligan a escribir en el tono y la manera que quieren, te atrapan, te enamoran y no te sueltan hasta que tecleas la última palabra. Por eso, como son los temas los dueños de nosotros, son ellos los que se abren paso en la vida y uno recibe o no un premio que no es suyo, sino de los protagonistas de las historias, de los asuntos que nos trascienden a nosotros, que somos simples mortales escribiendo sobre temas inmortales.
El Guille que nos legó la compilación de anécdotas de Camilo, o el Regalo de Jueves, o tantos artículos periodísticos defendiendo a Cuba de su enemigo histórico a 90 millas, o luchando contra la burocracia interna que dañara la Revolución. Por eso la obra escrita del periodismo del Guille sueño verla un día impresa, para los estudiantes de la carrera y los buenos lectores, junto a la de otros grandes de nuestra prensa, en lo que sería una colección de referencia sobre la historia, el valor y la ética del periodismo revolucionario cubano.
El Guille sigue acompañando a Somos Jóvenes, a Granma, a su Instituto Internacional de Periodismo José Martí y al Costillar de Rocinante; con la historia de su perro Igor o del Niño; a la Upec, con su humor y amor infinito a todos. Su Oficina sigue siendo cuando se camina por G, y se ve desde la imagen del recuerdo, la misma de la mesa llena de papeles, con historias, artículos, libros por revisar, y las paredes con fotos de sus héroes amados; o con algún visitante desconocido para nosotros los imberbes, que resultaba ser un intelectual tremendo de Nuestra América; o con algún bombón o caramelo escondido para cualquier feo o fea o poeta que lo visitara con alguna angustia. El que enseñaba que nunca es bueno forzar las cosas, sino que hay que confiar en la naturaleza de uno y en la de los demás, y disfrutar cuando las olas vienen y también cuando se van, porque eso significa que otra más cálida y más húmeda está por llegar. Su optimismo, su llamado a la flexibilidad sin ceder en los principios, fueron también clases magistrales siempre.
No creo que cumplir 80 años sea para él lo más importante hoy —aunque nosotros nos empeñemos en celebrárselo—. No creo que para un periodista como Guillermo Cabrera Álvarez exista un cumpleaños que sobrepase la importancia de un año en el que la prensa cubana tiene riesgos y retos altísimos en su contexto.
Cada quien lo tiene a su manera, sea periodista o no. Cada quien que tuvo el honor de conocerle, y aprender de él, guarda las enseñanzas, los papeles, las noticas, o el forro del bombón oportuno que ahogó un llantén. Pero no son tantos Guille, es uno solo. Lo que pasa es que él sabía ser para sus colegas, para sus amigos, para sus hermanos, la persona que necesitaban: desde el censor estricto hasta el socio que te acompañaba al turno médico, o hasta el padre. Tuvo un corazón más grande que su pecho, y decía que creía que todas las personas tienen varios cumples pero por razones diversas no los celebran; que antes nacíamos con más abundancia de cuerpos, y que se podía ir a la escuela al mismo tiempo que jugar en el parque, meterse en la playa e incluso trabajar; que después la vida se iba complicando y empezaban a reducirse los cuerpos a solo uno, y sin derecho a cambiarlo cuando tuviera mucho uso, así que había que irse limitando y que ahora tenía que hacerlo todo él solo en un solo cuerpo porque había perdido el don de la ubicuidad.
Claro, eso lo dijo en el 2007, cuando no sabía que 16 años después él está aunque no esté… y lo sabemos todavía uniendo hilos invisibles de vidas, y cogiéndonos por el gaznate para escribir sobre un tema, con alguna de sus «primicias asesinas» con un texto nuestro para ganarnos un premio «No-Ver ni en pintura».
Le queremos y le agradecemos. Guillermo no puede faltar en ninguna de nuestras aulas, en ninguno de nuestros libreros, ni en nuestras convicciones.
Por eso trato de que mi mano nunca se aleje de la suya.