«El hombre sí puede cortar las espigas con amor y gracia», respondía el Che Guevara a su amigo León Felipe, poeta español que en una de sus obras sugería negar esa posibilidad. Más tarde le enviaba una carta en la que le expresaba su afecto y que aquella idea, argumentada en una discusión con obreros, no tenía otra intención que la de polemizar desde la distancia. Fue con ese espíritu que el Comandante guerrillero llegó al Banco Nacional como presidente.
Algunos entonces difundieron el falso relato de que para ocupar dicho cargo se había solicitado un economista y que, cuando Fidel le preguntó al Che, este había expresado: «No soy economista; soy comunista». Detrás de la famosa frase se escondía el interés de elementos burgueses por presentar al joven Gobierno como responsable de decisiones improvisadas, y de supeditarlo todo, incluso sus más importantes nombramientos, a la ideología del comunismo. Intentaban hacer creer que se le daba poca importancia a la capacidad de los individuos para asumir las tareas y que solo se tenía en cuenta su convicción política.
Sin embargo, una vez más se equivocaron con el Che. Tanto en la banca nacional como luego en el Ministerio de Industrias, el Guerrillero Heroico dio muestras de que sus conocimientos sobre aspectos económicos eran muy avanzados. Y en gran parte se lo debía, precisamente, a los estudios de las obras de Carlos Marx y Vladimir Ilich Lenin.
El propio Fidel, en conversación con Ignacio Ramonet, comenta: «El Banco Nacional no tenía fondos, los recursos con que contaba eran muy pocos, porque las reservas las había robado Batista y hacía falta un jefe del Banco Nacional. Hacía falta un revolucionario en aquel momento por la confianza en el talento, en la disciplina y en la capacidad del Che, es nombrado director del Banco Nacional. De ahí han surgido bromas. Los enemigos bromeaban, siempre bromean, también nosotros bromeamos; pero la broma, que tenía una intención política, se refería a que un día yo había dicho: “Hace falta un economista”. Entonces se habían confundido y creyeron que yo había dicho: “Hace falta un comunista”. Por eso habían llevado al Che, porque el Che era un comunista, se habían equivocado. . .
«Y el Che era el hombre que tenía que estar allí, no le quepa la menor duda, porque el Che era un revolucionario, era un comunista y era un excelente economista».
En momentos en que Cuba desarrolla cambios en su modelo de desarrollo, retomar las ideas económicas de Ernesto Guevara resulta de vital trascendencia para la construcción del socialismo próspero y sostenible que nos proponemos. Porque al escudriñar en ellas conseguimos la mirada renovadora que nos señala el rumbo correcto y nos salva de cualquier desviación.
Cuando los Lineamientos de la Política Social del Partido y la Revolución dejan bien claro que en las nuevas circunstancias de desarrollo regirá la planificación y no el mercado, resulta de referencia necesaria el discurso del Che en Argel en 1965, en el que expuso una idea esencial: «hay que planificar la nueva sociedad. La planificación es una de las leyes del socialismo y sin este, no existiría aquel».
Según sus postulados, no se podía abandonar el desarrollo a la improvisación más absoluta, pues en la decisión de planificar descansa la garantía para que todos los sectores económicos de cualquier país se relacionen armoniosamente. De igual manera, fue un crítico acérrimo del burocratismo y la falta de organización, considerándolos males que frenaban el desarrollo.
Para el Che la solución radicaba en educar a los trabajadores y directivos; en desentrañar, bajo la maraña de los papeles, las intrincadas relaciones entre los organismos, la duplicación de funciones y los frecuentes baches en que caen las instituciones en modificar los estilos de trabajo; jerarquizar los problemas adjudicando a cada entidad y cada nivel de decisión su tarea; establecer las relaciones concretas entre cada uno de ellos y los demás, desde el centro de decisión económica hasta la última unidad administrativa y las relaciones entre sus distintos componentes, de forma horizontal, hasta formar el conjunto de las relaciones de la economía. El rescate de esa institucionalidad constituye premisa clave en los tiempos actuales.
Che adoptó decisiones muy importantes al frente del Banco. No solo cumplió con su tarea primordial de evitar la fuga de divisas del país, luego del saqueo al que fue sometido durante la dictadura batistiana. En sus años al frente de esta responsabilidad, Cuba salió definitivamente del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM). Tampoco aceptó su inclusión como miembro del Banco Interamericano de Desarrollo, organismos económicos internacionales que resultaban serviles a los intereses del poder financiero norteamericano.
Desde el primer momento el Guerrillero Heroico definió que el socialismo era una cuestión de producción y conciencia, dos elementos que debían marchar unidos para garantizar el bienestar de los ciudadanos. A los dos les otorgó importancia meridiana, pues en el avance hacia la construcción del hombre nuevo que él planteara como principal desafío, la creación de riquezas materiales y espirituales irían arropando el esqueleto de la nueva sociedad.
Vitales resultan hoy sus reflexiones acerca del papel transformador del trabajo y la disciplina laboral, pues no puede existir verdadera transformación en un ambiente plagado por la inercia, los vicios y el acomodamiento.
Durante un discurso en homenaje a trabajadores destacados, el 21 de agosto de 1962, señalaba: «No consideren a la disciplina como una actitud negativa, es decir, como la sumisión a la dirección administrativa, la disciplina debe ser en esta etapa absolutamente dialéctica, disciplina consiste en acatar las decisiones de la mayoría, de acuerdo con el centralismo democrático, en seguir detrás de los grandes lineamientos de un Gobierno que ha sido apoyado por las masas».
Precisamente hoy, cuando conmemoramos el aniversario 95 de su natalicio, las enseñanzas del Che convocan a trabajar con eficiencia, en pos de un mejor futuro para la patria, basado en el esfuerzo de todos como única garantía del bien colectivo. En ese sentido, sus ideas económicas constituyen un baluarte en el que se yergue la actualización del modelo y una muestra más, retomando su polémica con el poeta español León Felipe, de que cuando se trabaja con organización, constancia y sentido del deber, sí se pueden cortar las espigas con amor y gracia.