General de Ejército Raúl Castro Ruz. Autor: Raúl Abreu Publicado: 03/06/2023 | 09:02 pm
Guardo con cariño las hojas donde está impresa la entrevista periodística, realizada en 2001 al General de Ejército Raúl Castro Ruz, quien entonces era ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Sobre varias cuartillas todavía muy blancas, quedaron sus anotaciones hechas con letra de hermosos trazos: el entrevistado las había hecho para conferir matices y precisión al texto.
El 13 de mayo de ese mismo año, días después del encuentro, se publicó la entrevista en las páginas del periódico Juventud Rebelde. La vigencia de lo expresado por el interlocutor, las circunstancias tan particulares en que tuvo lugar el diálogo, y lo vivido mientras esta reportera y su entrevistado revisaban cada cuartilla antes de que fueran públicas, motivan a volver a aquellas horas; porque en las ideas compartidas y en los múltiples detalles de cuanto sucedió, un hombre que dejó entrever su especial sensibilidad y su condición de luchador excepcional que ha dedicado la existencia a la Revolución.
A solo metros del teatro donde tenía lugar la Asamblea Provincial de Balance de la Unión de Jóvenes Comunistas en Ciego de Ávila, cuando de pronto quedé frente a él, me aventuré a decirle al General de Ejército: «¿Le puedo hacer una pregunta?». Lancé la interrogante sin muchas esperanzas, casi convencida de que el interpelado no dispondría de tiempo. Para mi asombro, una vez hecha la propuesta, no encontré un hombre distante o poco familiar: Raúl, como un padre, me tendió su brazo derecho por encima del hombro; echó a andar como quien decide dar un paseo sin destino fijo, y así fue como nació una conversación inusual que trajo a mi memoria el método de los pedagogos de la antigüedad, esos que solían regalar a sus discípulos máximas de la vida, mientras caminaban por los quietos jardines de las escuelas.
A los lectores contaba yo entonces, que bajo el sol quemante del mediodía, apartando piedras y algunos gajos secos que nos salían al paso, el ministro de las FAR, sin dejar de protegerme con su brazo derecho, respondía todas las preguntas. Hablaba despacio, saludaba a la gente que azarosamente nos íbamos cruzando en el camino, me hacía olvidar la lógica tensión que uno sufre en circunstancias como estas (mi grabadora, todavía de casetes, se disparó a mitad de la travesía; Raúl me dijo que, si yo estimaba, la entrevista podía concluir en ese punto. Mi acopio de serenidad me permitió pedirle que aguardara unos segundos. Aproveché para voltear el casete y seguir adelante).
—Los más jóvenes entre los jóvenes —dije aquel día a Raúl— no vivieron el capitalismo, pero tampoco fueron testigos del socialismo que yo conocí, ese que más o menos equilibraba el mundo y que para nosotros significó una etapa de cierta holgura. Ahora la sociedad está impactada por una realidad nueva, muy compleja. ¿A su modo de ver, cómo deben asumir los más jóvenes ese desafío?
—Del modo que lo están haciendo. Las generaciones actuales, posteriores a la nuestra, no conocieron el capitalismo, pero cuando han tenido ocasión —y han sido por miles— de salir al extranjero y visitar países capitalistas, ¿cómo vienen?, ¿qué pasa con nuestros médicos, con los maestros, con los que han ido a eventos internacionales, con quienes han visitado otros países donde hay un régimen social diferente del nuestro?, ¿cómo vienen?: más revolucionarios por lo que han visto. Ahora bien, me preguntas cómo deben los jóvenes enfrentar esta etapa. Yo en cambio plantearía la pregunta así: ¿cómo la están enfrentando?
«Desde luego hay factores adversos, y algunos serán transitorios. Antes vivíamos —y Fidel ha hecho referencia a eso en algunas ocasiones— protegidos en una campanita de cristal, con una asepsia absoluta. Esa campana, o esa urna, ya no existe. Ahora estamos expuestos a todas las contaminaciones posibles, entre otras cosas, por la creciente globalización del planeta, esa que encabeza el imperialismo norteamericano.
«Pienso que, a juzgar por la manera en que se está llevando a cabo nuestra lucha, aunque algunos se contaminen, la mayoría se va a inmunizar contra los problemas que tú mencionas.
«(…) El pueblo de ahora no es el pueblo del año 89 ni el del 90 o el 94. Entonces el espectáculo era complicado en muchos sentidos, por el estado que tenía la economía del país, por la caída de una tercera parte del Producto Interno Bruto, porque cientos de fábricas y centros de trabajo tuvieron que cerrarse.
«Recuerda que fue la época en que hubo 80 000 asambleas de los trabajadores, sin contar las que tuvieron los jóvenes, los estudiantes, para explicar la situación que estábamos atravesando y cómo enfrentarla. En 1994, año muy difícil, recorrí todo el país con varios dirigentes, por instrucciones de Fidel, y llevamos a cabo aquellas reuniones territoriales del Partido. La situación era tétrica. Los ánimos estaban realmente caídos. Pero ahora las circunstancias son diferentes».
—¿Y qué nos salvó, acaso la capacidad intrínseca de permanecer?
—Había firmeza, hasta llegó a haber en algunos resignación ante la posibilidad de que la Revolución muriera, pero nunca primó el espíritu de la traición.
—Incluso, creo que llegó a plantearse la fe como argumento. Hubo un momento en que resistir tenía un sustento puramente emocional, creo que muchos llegaron a plantearse la lealtad a la Revolución «porque sí»...
—Acuérdate del 26 de julio de 1994 en que planteamos lo del «Sí se puede». Empezamos a probar que sí se podía, nos propusimos cambiar el estado de cosas. Pero era lógico que no fuera fácil. Siempre que hay dificultades como las que vivimos entonces, se producen claros, vacíos en las filas.
—La frase suya del «Sí se puede» les ha servido y sirve a muchos cubanos, a muchos jóvenes, en el afán de desterrar defectos, indolencias, insensibilidades que uno se tropieza todos los días, burocracia que todavía hay, ineficiencias...
—Hay problemas y siempre habrá. El mundo, la sociedad, serían muy aburridos si no hubiera problemas a los cuales enfrentarse. Hay que tener voluntad de enfrentarse a los problemas, y hacerlo con ánimos de vencer.
«Yo no he visto a nadie, y lo digo apoyándome en hechos concretos, que haya tenido una voluntad más grande mientras mayores eran las dificultades, que Fidel. Hay que pensar en el esfuerzo que hubo que hacer para organizar un ataque como el del cuartel Moncada, y pensar cómo en unas poquitas horas se desvaneció tanta entrega, tanta esperanza, sobre todo tanta sangre.
«Después vinieron el presidio, el exilio, la organización del Granma, la clandestinidad y ocasionalmente la persecución en México —donde ciertamente violamos algunas leyes, pero no contra ese hermano país, sino porque nos alentaba la liberación de Cuba—, y luego llegamos a la Patria, y tres días después, en pocas horas, vimos desaparecer de nuevo todo el esfuerzo acumulado, cayeron decenas de compañeros... Cuando dos semanas después, el 18 de diciembre de 1956, me encuentro con Fidel ya metido en la premontaña de la Sierra Maestra, en un lugar llamado Cinco Palmas, después del abrazo inicial su primera pregunta fue: «¿Cuántos fusiles traes?». Contesté que cinco. Y él resumió: «Y dos que tengo yo, siete. Ahora sí ganamos la guerra». Realmente yo no lo creía, no me parecía posible que con los siete fusiles fuéramos a ganar la guerra. Y ni mis compañeros ni yo nos sentíamos derrotados. Lucharíamos hasta el final de nuestras vidas. Jamás nos entregaríamos ni abandonaríamos la lucha. Pero la situación era muy compleja.
«¿Después qué vino?: un año de dificilísimas condiciones, de dormir un día aquí, y al otro, 20 kilómetros más allá, con la persecución constante del enemigo y el hambre como fiel compañera que nunca nos abandonó en la Sierra Maestra. Y así todo, en la primera oportunidad que hubo de agrupar 18 fusiles, mes y medio después del desembarco, atacamos La Plata. Cinco días después fue el primer encuentro con los paracaidistas en Llanos del Infierno, al oeste del Pico Turquino, muy próximo a él. Luego llegó el refuerzo de Santiago de Cuba con magníficos compañeros, pero mal armados. Y más adelante llegó algún armamento mejor por la misma vía, enviados ambos por Frank País, con lo que realizamos el ataque a El Uvero, combate cruento con el cual pasamos a la mayoría de edad, como señaló el Che, en el que hubo unas cuantas bajas de ambas partes. Luego la huelga de abril del 58, y la oportunidad que ve Batista de darnos un golpe definitivo, por lo que reagrupó 10 000 hombres bajo el asesoramiento militar americano; concentró toda su aviación, tanques y artillería, puso buques de guerra al sur de la Sierra Maestra —que disparaban cañonazos, con efectos más bien sicológicos que de otra índole—; yo no estaba allí porque ya me encontraba en el Segundo Frente. Pero me cuentan los compañeros que allí permanecieron, que había mucha preocupación. Y Fidel con gran optimismo dijo: “Esta va a ser la última ofensiva de Batista”. No perdió un día después que la derrotó para lanzar la contraofensiva final.
«No me quiero detener en este tema, pero ha sido una proeza que la historia recogerá por siglos, y se hablará de ella como se habla de la batalla de las Termópilas, con la diferencia de que en la Sierra Maestra vencieron los menos. ¿Te imaginas cómo con apenas 200 fusiles se enfrentaron 10 000, cómo Fidel escogió el terreno de los combates y llevó al enemigo hasta donde más le convenía al Ejército Rebelde? O sea, que fue una historia de 10 000 contra 200 en los primeros momentos.
«Fidel no perdió un día, no perdió un minuto y de ahí salieron todas las columnas para el resto del país. Nadie tiene dudas de que Camilo hubiera llegado a Pinar del Río como Maceo, de no haberse producido la caída de Batista el 1ro. de enero del 59.
«(…) El mismo Fidel me decía al comienzo de la década de los 90 (del siglo XX), que si resistíamos habría solidaridad del mundo con nosotros, pero si no, no tendríamos apoyo. Y los acontecimientos han tomado ese cauce.
«Es decir, que Fidel nos ha ido educando, nos ha demostrado con múltiples ejemplos a lo largo de este medio siglo, que el pueblo cubano con una buena dirección se crece, y más mientras mayores son las dificultades.
«Hemos pasado unos diez años difíciles. Todavía hay problemas y siempre los habrá, pero bueno, ahí vamos. Ahora lo que nos interesa es la continuidad de la Revolución. El enemigo está hablando de la era pos-Castro, analizando tonterías, ante las que nuestro pueblo y la juventud están reaccionando muy bien».
—El enemigo usa como argumento la era pos-Castro, espera que Fidel, con su magnetismo y su indiscutible liderazgo, cuando no esté físicamente entre nosotros, se convierta en un problema para la continuidad de la Revolución. ¿Qué piensa usted al respecto?
—No habrá ningún problema. Nosotros, naturalmente, queremos que Fidel viva muchos años. Pero la eternidad no es posible. Tenemos nuestro nacimiento, crecimiento, desarrollo y el final, y es justo que así sea. Pero en el caso nuestro, nosotros no moriremos con la muerte física, viviremos o moriremos en dependencia de lo que pase con la Revolución. Si ella muere, habremos muerto. Si ella perdura, viviremos. Aspiramos a vivir eternamente en tanto viva eternamente nuestra Revolución. Lo demás es cuento del enemigo.
—¿Confía en la estirpe del cubano más allá de las épocas, de las circunstancias, en el propósito de continuar nuestro destino de país con libertad?
—Completamente. Somos una nación que está en formación. Se dice que, en el comienzo de la primera guerra de independencia en el siglo pasado, o sea, en 1868, comenzó a fraguarse nuestra identidad, la cual continuó formándose después de la tregua fecunda, y se desarrolló aún más durante la segunda guerra de independencia.
«Luego ese sentido de nación recibió un duro golpe con la intervención yanqui que se reflejó en más de un cuarto de siglo, acontecimiento que dejó anonadada a nuestra población que apenas llegó a ser un millón y medio de habitantes y que había decrecido, entre otras cosas, por la matanza que provocó la llamada reconcentración ordenada por Valeriano Weyler.
«Luego vinieron 25 años de anonadamiento, por culpa de lo que nos impusieron con la Enmienda Platt, de la cual hicieron uso en varias ocasiones. Se funda el primer Partido Comunista en 1925. Empiezan a surgir los sindicatos, unos por aquí, otros por allá. Vino todo el proceso de la lucha contra el machadato, vino la Revolución que se fue a bolina como dijera el viejo Roa con mucha razón. Y esos momentos fueron jalones de la historia que marcaron un ascenso en la conciencia nacional.
«Vinieron aquellos gobiernos de los partidos auténticos, profundamente corruptos. Vino el golpe de Estado de Batista el 10 de marzo de 1952, 80 días antes de las elecciones generales y honestamente hay que agradecérselo porque permitió lo que vino después, aunque tú no habías nacido pero que más o menos conocemos todos.
«Va madurando el país. Yo considero que en este último medio siglo desde el ataque al Moncada —vamos a decir 42 años después del triunfo de la Revolución (2001)— en este tiempo con la participación de todo el pueblo, hemos dado un salto gigantesco en la formación de la conciencia de la nación, y en la medida que se producen claros en las filas va quedando lo mejor, y aquí lo mejor se llama inmensa mayoría. Si además añadimos, por lo menos yo opino así, estos diez duros años de resistencia solitaria, solo ayudados por la solidaridad creciente de los pueblos, podemos hablar de otro salto en la creación de esa conciencia, en el fortalecimiento de nuestra nacionalidad.
«¿Cuándo habremos madurado definitivamente? No estoy capacitado para definir ese momento de nuestra sociedad. Es un proceso interminable, pero indudablemente ya puede hablarse de una autoestima del cubano como debe ser».
Aquel día muchos conceptos quedaron registrados en la cinta del casete. Caminando y escuchando había perdido yo la noción del espacio y del tiempo cuando Raúl me dijo: «Periodista, ¿cómo acabaremos esta conversación? ¿Cuántos kilómetros hemos caminado? Creo que hemos conversado un poco de algunas cosas. ¿No crees?».
Al final del viaje, en un lugar donde sobre unas mesas había algunas golosinas, Raúl se percató de que yo las estaba mirando indecisamente y me propuso: «Tómalas y llévaselas a tu niña; Vilma lo hubiera hecho igual […]». Tomé algunas. Le di las gracias. En su despedida recuerdo que me dijo: «Mañana chequeo la tarea». Es decir, que leería el periódico y podría corroborar si cada sugerencia de cambio se había llevado a término.
Parece que todo salió bien.
A la luz del tiempo transcurrido pienso que me hubiese gustado hacer a mi interlocutor la siguiente pregunta: «Desde su perspectiva como cubano, como ser humano, ¿qué ha significado para usted haber dedicado su vida a una tarea tan hermosa como la Revolución?».