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Más allá de la aceptación

Dos mujeres unidas en el amor y el oficio aseguran que ser feliz es un desafío constante, al que no renuncian a pesar de los prejuicios que atentan contra ese propósito íntimo y familiar  

 

Autor:

Yahily Hernández Porto

CAMAGÜEY. Ambas permanecen muy unidas mientras pregonan las viandas, hortalizas y granos de su acriollado puestecito de ventas del agro en Lugareño, una de las calles más céntricas de esta ciudad legendaria.

Sentadas detrás de su carretilla, y luego de varios intercambios previos con JR, accedieron gentilmente a contar su historia de empeños, sueños y sacrificios para abrirse un futuro en medio de pensamientos excluyentes; esos que hacen mucho daño a quienes como ellas han decidido defender su amor, su vida en pareja.

«Imagina que nos conocimos hace 11 años en mi pueblo, Santa Cruz del Sur, donde el sol pica y el olor a salitre es parte de la vida de su gente. Un día bien soleado nuestras miradas se encontraron, y nunca más hemos sabido qué es la soledad», narra emocionada Dayamí Suárez Aguilera, quien desde que era una adolescente sabía que sentía atracción por las mujeres.

Como suele pasar a muchas jóvenes homosexuales, ella no sabía dar una explicación a lo que sentía, menos siendo «una muchachita del campo, destinada a tener esposo, casa e hijos…», recuerda.

Atenta a sus palabras, su compañera de vida, Isania Rodríguez Mesa, dice que tampoco le fue fácil asumir su homosexualidad. Ella también experimentó una juventud llena de contradicciones.

«Tuve varias relaciones heterosexuales tratando de encajar entre mis amistades y familiares, pero todas fracasaron. Lejos de sentirme bien sufrí en cada una. Exterioricé quién era y lo que realmente me hacía feliz gracias al apoyo profesional de un buen amigo, y de mi madre querida, Lourdes, a quien le agradezco su comprensión infinita».

Adentrarse en la vida de estas dos mujeres permite conocer la fortaleza de sus fibras y estirpe, su disposición a conseguir una vida plena, en la que se les valore por sus cualidades humanas y no por su orientación manifiesta.

«¿A quién hemos hecho daño con nuestra decisión? ¿A quién hemos humillado?», se preguntan. Sus testimonios describen una sociedad que necesita más comprensión y respeto hacia lo diferente, visto desde los patrones patriarcales, con sus prejuicios que laceran.

Relata Dayamí que su mamá le confesó, poco antes de fallecer, que sabía muy bien lo que le ocurría: «Gracias a su intuición, sus consejos, sus palabras y abrazos, pude luchar por lo que quería. Ella hizo que mis hermanos también me apoyaran y defendieran. Hoy tengo una familia muy unida que, junto a mi segunda madre, mi suegra, me ha permitido crecerme en cada compleja situación».

—¿Cuáles escenarios describirías como punzantes, discriminatorios? 

—Cuando una piensa que el día le va de maravilla, o cuando menos lo imagina, aparece una piedra en el camino que nos hace sentir como un bicho raro. Las expresiones peyorativas duelen, los rumores, las miradas indiscretas…

«Por ejemplo, en vez de llamarnos compañeras o vendedoras, con el respeto que merecemos, hay quienes prefieren señalarnos de manera despreciativa sin motivo alguno (aunque ningún motivo es suficiente para la humillación). Dicen: «En el puesto de las ‘‘marimacho’’ hay tal cosa…», y eso duele, porque no nos metemos con nadie ni somos ‘‘marinada’’… Nadie lo es. Ninguna mujer lo es».

Para Isania hay triple cuota de sentimientos encontrados y juicios de exclusión. Ser mujer y homosexual le ha jugado muy malas pasadas.

«Solo ser mujer y tener un puestecito de viandas me hace diferente ante los ojos de algunos. Hay quien se quiere aprovechar, e incluso he tenido que soportar malas formas y desplantes, y tengo que ponerme fuerte ante esos equivocados.

«Hacen mucho daño también los enjuiciamientos errados e infundados, como si fuéramos personas de otro mundo. Incluso existen quienes de verdad creen que una está en desventaja hasta para sacar una cuenta matemática.

«A todo ello me he tenido que enfrentar, y gracias a la ayuda de mi familia, y de mi madre querida, quien superó todo pensamiento machista para aceptarme y apoyarme, hoy soy feliz e independiente», asegura.

— ¿Qué esperan del futuro?

—¡Paz y amor! Y más que aceptación, respeto, que no es igual a tolerancia—, pide Dayamí.

—Más amigos sinceros. Menos miradas inoportunas y gestos despreciativos. Más receptividad—, agrega Isania.

—¿Y si pudieran cambiar algo del pasado?

—Los reproches de amigos que fueron muy queridos—, dice Isania.

—La soledad en momentos difíciles—, acota Dayamí.

— ¿Sueños…?

—Oficializarnos como cualquier otra pareja que se ama. Ese ha sido nuestro mayor deseo… Y ambas deseamos vestirnos de blanco—, se adelanta Dayamí para responder por las dos.

—Isania, si pudieras aconsejar a personas inseguras, ¿qué les dirías?

—No existe nada como la sinceridad con una misma. La homosexualidad no es una enfermedad, no se pega ni mata, y hay un derecho de todas las personas de escoger con quién y cómo desean sentirse plenas y seguras. Es necesario mirarse al espejo y despojarse de todo sentimiento de discriminación.

«Nunca será fácil, pero tampoco imposible. «La aceptación es una etapa, no la vida. Hay que desprejuiciarse y buscar ayuda profesional para asumir quién eres realmente. Todo ello requiere de mucha valentía, pero ante todo de querer ser feliz».

—Entonces, ¿ser feliz ha sido una meta para ustedes?

—Tal vez un desafío constante, un propósito permanente— explica Dayamí. La vida es por etapas, y cada una es un reto. Ahora, por ejemplo, la crianza de los sobrinos (que son como hijos) forma parte de nuestras preocupaciones y satisfacciones. La adolescencia es un proceso complejo y hay que asumirlo con madurez, con el oído pegado a sus aspiraciones, preocupaciones y proyectos para construir entre todos lo que nos hace un familión.

—Cuba defiende un novedoso Código de las familias que irá a referendo en septiembre de este año. ¿Qué piensan de esa ley?

—El Código cubano abarca toda la sociedad desde la pluralidad. Nadie le es ajeno, por su humanismo. Asume a las personas y sus complejidades como esencia de las leyes, su protección y seguridad—, valora Isania.

«El Código no defiende un grupo o comunidad de personas, sino las familias como un todo. Eso es lo que lo hace insuperable. Ambas damos gracias a la vida por ser partícipes de un momento como este, en el que se defienden los derechos y deberes de todos y todas, y se dejan claros los caminos de una Cuba más justa, inclusiva y solidaria».

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