Muchos de los conmovidos por las 46 vidas truncadas siguen su desfile respetuoso, en demostración solemne y sincera de su solidaridad. Autor: Abel Rojas Barallobre Publicado: 15/05/2022 | 02:44 am
Las pequeñas vallas con los rostros y los nombres de los fallecidos permanecen frente a un hotel Saratoga que deja al desnudo las heridas del desastre. La vigilia convocada por la Juventud Comunista —que comenzó a las siete de la noche de este viernes y que parecía haber cerrado al filo de las 12— no termina. Muchos de los conmovidos por las 46 vidas truncadas siguen su desfile respetuoso, en demostración solemne y sincera de su solidaridad.
En los alrededores del Parque de la Fraternidad todavía hoy, y por siempre, sigue soplando un aire ya no enrarecido por el polvo de aquel trágico instante de la explosión, sino un aire de consternación por la incesante búsqueda de sobrevivientes o de los restos de los atrapados bajo los escombros que se extendió durante más de 160 horas. En el corazón de La Habana impacta la imagen interior del hotel; y recordar cada minuto y cada hora de lo que allí sucedió aquel fatídico 6 de mayo estremece, transforma.
Observar ese paso cerrado de la gente y tantas muestras de respeto y apoyo por el dolor ajeno revela de qué fibras están hechos los habaneros, los cubanos y los amigos de bien que abrazaron con su corazón la tristeza infinita de los que perdieron un ser querido en el Saratoga.
Con el alma a flor de piel, rota y, a la vez, con esa extraña fuerza que tienen las madres, allí la vimos en sus lentos pasos ir a darle el último adiós a su única hija, y desplomarse ante su imagen. En el mismo sitio, la fotografía de un rostro angelical y tierno recorría el luctuoso espacio en manos de un padre que solo atinaba a dedicarle unos versos.
Sentimos el pecho apretado ante la joven que daba muestras de adoración por su papá. Las velas quemaban como quema el vacío que dejan las ausencias definitivas. Y entre el aura que causa la tristeza, un novio veía partir a la eternidad a su muchacha, y el perro Sultán corría por el sitio cerca del cual, días atrás, perdiera la vida su dueña.
Pero el dolor se comparte. Lo demostraron los cientos de hombres y mujeres, niños, jóvenes y adultos que se juntaron para acompañarlos a ellos y a todos los familiares y amigos de las víctimas del accidente. El homenaje de luz a estos seres llegó desde muchos rincones del país. Las flores, las velas, las ofrendas como aquel cuadro de la virgen que nos ampara y que alguien allí dejó o el peluche, conmovieron hasta los tuétanos.
Allí estuvieron el Presidente de la República y otros dirigentes del país, así como representantes del Cuerpo de Bomberos, del Destacamento Especial de
Rescate y Salvamento, de la Cruz Roja… a quienes el Jefe de Estado les dijo: «Gracias por todo lo que hicieron»… A ellos se sumaron integrantes de los servicios médicos y de urgencia, ese otro ejército que lo ha hecho todo por salvar las vidas que tienen en sus manos.
Todo parece detenido en el tiempo, pero hay que renacer y tomar fuerza por los que no están, para honrar cada existencia perdida, como si fuera una oración de amor, la que haga que el alivio y la esperanza vuelvan a florecer en esta Habana y esta Cuba entristecidas. Para darle la razón a la poesía siempre tierna e iluminadora de Silvio: «La vida que brota de un muerto/La vida que no se murió…».