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La Fe que no quemaron las llamas

Aquel 13 de abril de 1961 el terrorismo de Estados Unidos redujo a cenizas uno de los símbolos comerciales más significativos de la capital cubana y causó la muerte de la trabajadora Fe del Valle 

Autor:

Monica Lezcano Lavandera

En Cuba tenemos memoria suficiente para no olvidar los incontables daños de los que hemos sido víctimas tan solo por construir una Revolución a 90 millas de una potencia como Estados Unidos. De ahí que cada 13 de abril, evoquemos la memoria de Fe del Valle, la trabajadora que murió entre las cenizas de un incendio motivado por el odio.

En el año 1961, la tienda El Encanto era uno de los centros comerciales más concurridos de La Habana, en una Cuba que se abría sus primeros pasos a la Revolución en medio de un terrible asedio norteamericano. Su reciente nacionalización, su céntrica ubicación y su importancia económica lo convirtieron blanco de ataques del grupo terrorista dirigido por la CIA, que pretendía destruir no solo las paredes y las mercancías sino la paz y la tranquilidad ciudadana.

Tanta maldad se gestaba desde antes, cuando el 9 de abril estalló una bomba en los portales de la tienda, que destruyó las vidrieras de la calle Galiano, las del Ten Cent y las de la peletería La Moda, ambas situadas al frente, pero que no tuvo las implicaciones que la contrarrevolución esperaba. Fueron varias las llamadas anónimas que amenazaron con colocar otros artefactos explosivos, por lo que los trabajadores del local, entre ellos la dirigente sindical Fe del Valle Ramos, se dieron a la tarea de revisar cada lugar de la espaciosa y lujosa tienda para evitar que ello pudiera llevarse a cabo.

Cuatro días después, la tienda cerraba al público sin imaginar que alrededor de las 7 de la noche, la explosión de dos petacas incendiarias preparadas con explosivo plástico C-4, provocarían el desastre que en pocas horas redujo a escombros siete pisos y más de 60 departamentos.

El autor de tal siniestro -que causara, además, 18 lesionados y alrededor de 20 millones de dólares en pérdidas económicas- fue Carlos González, trabajador del departamento de discos de la tienda y miembro del grupo terrorista Movimiento de Recuperación del Pueblo. Sus intenciones eran marcharse inmediatamente del país luego del atentado, por lo que se trasladó a Playa Baracoa, al oeste de la capital. Allí fue detenido por la compañía de milicianos que estaba acuartelada en la zona, como sospechoso y, tras las investigaciones pertinentes, confesó su protagonismo en bochornoso acto.

Las llamas que se multiplicaron en segundos arrasaron con el edificio monumental de inicios del siglo XX. Bomberos, milicianos y el pueblo se esforzaron por extinguir el fuego, pero fue imposible. Allí, perdió la vida la villaclareña Fe, jefa del Departamento de venta infantil, quien intentó rescatar los billetes de la recaudación de fondos para construir círculos infantiles. Su cuerpo fue encontrado varios días después, calcinado, resultado de crímenes de odio orquestados por la CIA.

Esta madre valiente, defensora de las conquistas que apenas comenzaban a mostrar frutos, tenía 44 años cuando pasó a la historia. Su recuerdo quedó, no solo en sus hijos sino también en las mujeres que siguieron su ejemplo de federada, y en las generaciones que, 61 años después, siguen defendiendo el socialismo y las conquistas de un país que sabe crecer ante las adversidades.

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