Obelisco a la memoria de Ana Betancourt en Guáimaro, en la provincia de Camagüey, en el que se preservan sus restos. Autor: Yahily Hernández Porto Publicado: 07/03/2022 | 10:53 pm
CAMAGÜEY.— Muchas han sido las interrogantes sobre si la excelsa patriota Ana Betancourt, quien enarboló los derechos de las cubanas en Guáimaro días después de la trascendental Asamblea Constituyente de la República el 10 de abril de 1869, puede considerarse una pionera del feminismo en Cuba.
Además de la convocatoria a la unidad que proclamó la Carta Magna criolla, firmada bajo las armas independentistas, se destacó en aquel abril el poder de lucidez de «la Adelantada», como prefiero nombrar a esta camagüeyana.
En su mayoría, los delegados de Oriente, Las Villas y Camagüey no podían entender su «asalto» a la historia con el reclamo de emancipación de la mujer cubana. Juventud Rebelde se acerca desde novedosas miradas al valioso y auténtico hecho, el cual abrió un camino para seguir la batalla por la igualdad de género en el Caribe, América Latina y el mundo.
Nuevas miradas sobre Ana
Uno de los estudios más actuales que aborda desde la multiplicidad de enfoques y visiones el tema que nos ocupa es La mujer camagüeyana ante la Asamblea Constituyente de 1869, de la prestigiosa escritora camagüeyana Olga García Yero.
Este texto, el cual integra el volumen Cuando la luz del mundo crece. Sesquicentenario de la Asamblea de Guáimaro, de ediciones El Lugareño (2019), expone que «todavía hoy no existe dentro de los estudios historiográficos insulares una historia orgánica de la participación de las mujeres en la historia de Cuba», por lo que «es imprescindible emprender estudios históricos que permitan reconocer a las cubanas, a través de los tiempos, como sujetos sociales».
Mas reconoce la autora que a pesar de ese vacío investigativo existen indagaciones que se enfocan en el rol desempañado por la mujer cubana en las guerras independentistas del siglo XIX.
Ni el tiempo ni la ausencia de valoraciones fecundas, ni el insuficiente discurso e información sobre las mujeres y su participación en los campos de la beligerancia —determinado por una visón patriarcal dominante acerca de este asunto—, han podido borrar la hazaña de las cubanas.
Así lo revela la notable intelectual García Yero: «No debe extrañar entonces que, llegado el momento de iniciar la contienda bélica de 1868, las mujeres camagüeyanas marchasen a la manigua. Una parte de ellas seguían a sus esposos y solo al calor de la contienda tomaron conciencia de que se luchaba por la independencia de la Patria».
Este fue el caso de Ana, quien marcó un antes y un después en la defensa de los derechos de la mujer cubana, aunque no tuviera conciencia como luchadora feminista.
Sobre este parecer Olga García consideró: «No es posible hablar de feminismo, pues, a lo largo del siglo XIX cubano. Lo que sí puede afirmarse es que figuras como la condesa de Merlin… las camagüeyanas Gertrudis Gómez de Avellaneda y Aurelia Castillo, así como la tan olvidada pedagoga María Luisa Dolz, fueron parte de nuestro más bien difuso protofeminismo, al que contribuyeron con importantes textos acerca de la mujer en general… los cuales tocaron aristas muy sensibles sobre la situación social de la mujer cubana, incluso desde una perspectiva regional… Por estas mismas razones, no es posible considerar a Ana Betancourt como una luchadora feminista».
García Yero destacó dos enfoques esenciales: el de Liset López, una de las pocas en Cuba que se ha acercado desde la historiografía al feminismo cubano, y el del pedagogo camagüeyano Enrique José Varona.
López refiere que es a partir de la década de los 80 del siglo XIX y principios del XX cuando las cubanas van tomando conciencia de su situación social. «Es solo en esa etapa que se puede hablar en Cuba de un feminismo social cuya demanda es ayudar a la mujer sin alejarla de su roles sociales».
Varona, en su artículo El movimiento feminista en Cuba, publicado en 1894 en El Fígaro, esclarece: «He sentido cierto escozor mental: porque la verdad no me encuentro muy seguro de que haya ningún movimiento feminista en Cuba. A punto he estado de tacharlo».
El mérito genuino que descuella
Lo hecho por Ana, su atrevimiento en pensar en la mujer cubana con derechos sociales, merece todo el reconocimiento de generaciones de cubanas y cubanos. Sus palabras, pronunciadas por la camagüeyana en reunión efectuada dos días después de desarrollada la Asamblea Constituyente de Guáimaro, son consecuencias de las vicisitudes vividas en carne propia durante la guerra.
He aquí la versión publicada en 1894 por Gonzalo de Quesada y Aróstegui en su biografía sobre Ignacio Mora, esposo de Ana Betancourt: «Ciudadanos: la mujer cubana en el rincón oscuro y tranquilo del hogar esperaba paciente y resignada esta hora sublime, en que una revolución justa rompe con su yugo, le desata las alas./ Todo era esclavo en Cuba: la cuna, el color, el sexo./ Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna, peleando hasta morir si es necesario./ La esclavitud de color no existe ya, habéis emancipado al siervo./ Cuando llegue el momento de libertad a la mujer, el cubano que ha echado abajo la esclavitud de la cuna y la esclavitud del color, consagrará también su alma generosa a la conquista de los derechos de la que es hoy en la guerra su hermana de caridad, abnegada, que mañana será, como fue ayer, su compañera ejemplar».
¿Por dónde llegaron a esta agramontina las razones para consumar gigante huella en la historia de la Patria? La respuesta se encuentra precisamente en la vida que le impuso abrazar la causa independentista, tanto en la villa principeña como en el campo insurrecto. Los factores que la impulsaron a alzar su voz en ese contexto asambleario son sus méritos, que la glorifican como a una de las hijas más notables de la Patria.
Así lo narra la experta García Yero: «Hoy es posible pensar que sus palabras estuvieron condicionadas por los sufrimientos, heroicidades y valía que había alcanzado la mujer cubana y en particular camagüeyana, en tan poco pero desgarrador tiempo de la contienda bélica. En última instancia, lo que defendía Ana Betancourt eran los derechos humanos de la mujer y no desde una postura feminista que nunca tuvo, ni conoció en su tiempo».
No olvidemos que las condiciones de la mujer en la manigua no fueron fáciles. Familias completas fueron fusiladas, asesinadas, golpeadas… y otras torturadas y violadas por los españoles o «rayadillos» al servicio de la corona.
La mujer tuvo que ir asumiendo oficios y roles en la manigua, en la villa y hasta en el exilio, los cuales estaban vetados para ellas antes de la contienda. Las cubanas llegaron a conformar una especie de ejército de apoyo para las fuerzas insurrectas y se convirtieron en jefas de familias.
Raquel Vinat de la Mora, en Meditaciones Preliminares, publicado en Cuadernos Principeños de Historia, consideró al respecto: «Sería imperdonable cuando se redacte la historia de la formación y consolidación de la identidad cubana, olvidar el capítulo escrito por las mujeres en medio de las más adversas circunstancias personales y locales (…) pero al mismo tiempo preservaron la unidad familiar a pesar de la dispersión que les impuso la guerra. Idioma, cultura, costumbres y amor por su identidad, también fueron pilares patrióticos salvaguardados por las féminas».
En medio de este complejo panorama, las mujeres maduraron a fuerza de entrega, sufrimientos y lealtad. Todas esas circunstancias contribuyeron a que adquirieran, mucho más tarde, conocimientos sobre su independencia y como auténticos sujetos sociales, lo que originó un profundo cambio de mentalidad.
Hasta hoy, la Adelantada agramontina es la primera cubana que solicita por escrito una propuesta legislativa acerca de la necesidad de la igualdad de las mujeres, aunque no tuviera conocimientos sobre la vanguardia del feminismo continental. «Aseverarlo sería olvidar o desconocer la historia del feminismo continental y del cubano», alerta la historiadora.
Y aún sin serlo, Ana ha sido faro y guía para el llamado de las cubanas a conquistar un lugar digno en la sociedad. Y mantenerlo.