Tecnología en Cuba. Autor: Falco Publicado: 22/02/2022 | 08:36 pm
Estamos ya viviendo en el «futuro de hombres de ciencia» que avizoró Fidel desde 1960. Lo reconocen amigos y enemigos. El control de la COVID-19 con vacunas propias es la pieza más reciente de evidencia.
La centralidad de la ciencia, la tecnología y la innovación en el proyecto de desarrollo económico y social cubano se ratifica en la Constitución de la República aprobada en 2019, y se subraya con la definición de la Ciencia y la Innovación como uno de los tres pilares de la gestión del Gobierno.
Al segundo escalón de la visión de Fidel, el que enunció en 1993 cuando dijo: «La ciencia y las producciones de la ciencia, deben ocupar algún día el primer lugar de la economía nacional… y ese es nuestro lugar en el mundo, no habrá otro», a ese nivel de centralidad de la ciencia no hemos llegado todavía.
Llegar hasta ese nivel implica transitar a una economía productora y exportadora de bienes y servicios de alta tecnología, con capacidad de empleo productivo para una población de más edad y alta calificación. Una economía generadora de un valor agregado (productividad) tal que sustente los costos de un sector social grande (educación, salud, cultura, protección), al que nuestro pueblo aspira y tiene derecho. Son la antesala de la sociedad comunista, pues esos servicios se distribuyen «según las necesidades» de cada cual, no «según el trabajo» de cada cual.
Aún nos falta mucho camino por andar. En el año en que se escribe esta nota, todavía la fracción de las exportaciones dentro del PIB, y la fracción de bienes y servicios dentro de las exportaciones, son bajas.
Miles de científicos, tecnólogos e innovadores cubanos estamos comprometidos y empeñados en lograr el desarrollo económico y social basado en el conocimiento. La imagen de ese futuro es bella y movilizadora. Pero precisamente en el ánimo de mantener las fuerzas en tensión y seguir militando, como también dijo Fidel, «en el bando de los impacientes», es imprescindible que nos hagamos hoy la pregunta inversa, y analicemos lo que sucedería si no logramos ese objetivo de desarrollo basado en la ciencia y la innovación, o si nos quedamos cortos, o si somos lentos en el avance hacia ese objetivo. Esa pregunta inversa es la que estamos abordando en esta nota.
Lo primero es entender que el desarrollo tecnológico no es socialmente neutral. La productividad se alcanza desde la tecnología, pero la justicia distributiva se alcanza desde la política. Y lo que la historia enseña es que, si bien cada sucesiva revolución industrial desde el siglo XVIII hasta hoy, ha multiplicado la productividad del trabajo, también al mismo tiempo ha ampliado las desigualdades.
Aceptando el riesgo de la simplificación, el desarrollo tecnológico puede describirse en cuatro grandes olas llamadas «revoluciones industriales». La primera empezó a finales del siglo XVIII con la invención de la máquina de vapor y después los ferrocarriles; la segunda es de finales del siglo XIX y principios del XX y se caracteriza por el uso de la electricidad y las cadenas de montaje; la tercera viene con las computadoras e internet en la segunda mitad del siglo XX, y ahora , en el siglo XXI, a partir de 2011 se empieza a usar el término Cuarta Revolución Industrial para describir los cambios que están ocurriendo en la economía por la creciente automatización de la industria, la robótica, el uso de la inteligencia artificial y el análisis masivo de datos, la «energía inteligente», las biotecnologías, los nuevos materiales y las nanotecnologías.
Si bien es innegable que cada sucesiva revolución industrial ha aportado enormes aumentos en la productividad del trabajo, también hay que subrayar que con cada uno de esos progresos se han ampliado las desigualdades en el producto interno bruto per cápita entre los países técnicamente desarrollados y el resto.
Los avances tecnológicos, que no se dan en un vacío político, sino en el contexto del capitalismo depredador, nos van llevando hacia productividades cada vez mayores, pero cada vez en beneficio de menos personas.
Las desigualdades se amplificaron con la industrialización capitalista del siglo XIX (hecho que describió José Martí en su análisis sobre Estados Unidos), se volvieron a amplificar con la revolución digital del siglo XX, y se pueden volver a amplificar en el siglo XXI con la Cuarta Revolución Industrial.
Un escenario gris, pero posible, es que la automatización, la robotización y la inteligencia artificial en la producción, así como los nuevos materiales y las nuevas formas de energía, hagan cada vez menos relevantes las escasas ventajas económicas que los países del sur subdesarrollado han tenido a partir de la abundancia de mano de obra y de recursos naturales. Varios países han usado estas ventajas para acumular excedentes que les permitan saltar a la industrialización. Nosotros en Cuba intentamos hacerlo hace unas décadas con las grandes zafras azucareras. Tal estrategia puede hacerse rápidamente inviable en el siglo XXI.
Más aun, las ventajas acumuladas por los primeros países en entrar a las tecnologías de la Cuarta Revolución Industrial se refuerzan a sí mismas en un lazo de retroalimentación positiva que tiende hacia los monopolios y hacia la elevación de las «barreras de entrada» para otros países que aspiren al desarrollo. Las superpotencias de la Cuarta Revolución Industrial elevarán la productividad de sus economías domésticas y extraerán ganancias del resto del mundo. Sería algo así como un sistema mundial de «castas» económicas en pleno siglo XXI, donde nadie puede «cambiar de casta». La polarización de la economía mundial reforzaría las presiones para la migración de jóvenes, especialmente de jóvenes calificados, perpetuando así las desventajas.
El ciclo de retroalimentación positiva entre tecnología y globalización puede funcionar como círculo virtuoso si nuestro desarrollo de tecnologías nos permite conectar nuestra producción con la economía mundial y seguir financiando el desarrollo; o puede funcionar como circulo vicioso si la limitada inserción internacional de nuestra economía, o el limitado valor agregado de nuestros productos y servicios, nos impide financiar el desarrollo.
Con una demanda doméstica pequeña, porque somos un país pequeño, y sin abundancia de recursos naturales, solamente una economía basada en la ciencia, la tecnología y la innovación puede enrumbar nuestro país por el camino del desarrollo.
Podemos lograrlo, y los resultados de la ciencia, la tecnología y la innovación en Cuba en los últimos años, que nuestro pueblo conoce, resuenan como un inmenso «sí, se puede».
Es mucho lo que está en juego. Luchamos cada día porque el escenario gris de la exclusión y las desigualdades tecnológicas y económicas descrito en los párrafos más arriba no sea el futuro de nuestra querida Cuba, pero a ese riesgo real hay que mirarle a la cara de frente, para que entendamos mejor la tremenda responsabilidad que pesa hoy sobre los hombros de los científicos, los tecnólogos y los innovadores cubanos, en todos los sectores de nuestra economía; y también sobre los hombros de los directivos, funcionarios, economistas y sociólogos que están a cargo de construir el contexto institucional y regulatorio que haga posible la victoria.
El mundo se enfrenta a una bifurcación tecnológica, y de lo que hagamos hoy dependerá por cuál rama irá nuestra trayectoria. El desarrollo económico basado en la Ciencia y la Innovación no es solamente una opción; es más que eso: es una necesidad.
Hay que hacer mucho, hay que hacerlo bien y hay que hacerlo rápido.
Como expresó Martin Luther King en un sermón pronunciado en los complejos años 60: «el futuro ya está aquí y debemos enfrentar la cruda urgencia del ahora». (Tomado de su blog personal)