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Elpidio Valdés contra el nuevo coronavirus

Un hospital de campaña recibe a niñas, niños, familiares y embarazadas sospechosos y positivos a la COVID-19 en la provincia de Artemisa, logrando una magistral alianza entre profesionales de la Salud Pública y combatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Sus historias las cuenta hoy Juventud Rebelde

Autor:

Monica Lezcano Lavandera

A Yusan Hernández Miranda le encanta el helado de fresa, pero cuando le preguntan por su comida preferida, dice que «frutas y vegetales, para crecer fuerte». Sus tres añitos no le permiten comprender el porqué está fuera de la casa, en un lugar tan grande con muchas niñas y niños, todos positivos a la COVID-19.

Sonríe para la foto y dice —con su voz de quien tiene ganas de correr y saltar por todo el pasillo— que hay que usar bien el nasobuco para cuidarse del bichito. Se sabe todos los colores y varias canciones infantiles, está contento, tranquilo, seguro.

Cuando llegó a esta sala el 21 de agosto no traía los mismos ánimos. «Vino con fiebre, decaído, pero después del interferón le cambió el semblante», cuenta su mamá Aidelyn Miranda Zayas, también positiva al virus. Esta joven de 32 años, residente en el municipio artemiseño de San Cristóbal, llevaba muchísimo tiempo protegiendo a su pequeño, pero por más medidas que tomó, el contagio llegó por la vía de un familiar cercano.

«Claro que me asusté, porque hemos visto en las noticias que a los niños también los golpea fuerte la pandemia. Sin embargo, aquí en este hospital me siento muy bien atendida por todo el personal, sé que están haciendo todo lo posible porque mi hijo y yo nos recuperemos pronto», apunta la mamá, quien se mantiene constantemente comunicándose con su esposo, que tuvo la fortuna de ser negativo.

Entre risas, saltos y juguetes, esta familia sobrelleva los efectos de una enfermedad impredecible. En la cama frente a ellos, unos ojitos curiosos investigan la visita de personas extrañas. Se llama Yuliana Barrios Ulloa, viste de rojo y es la más pequeñita de toda la sala. Aún no dice muchas palabras, se adapta rápido a los cambios y tiene toda la cama regada, justo como cualquier niña de un año y cuatro meses.

Ya está empezando a tener más apetito, pero desde que ingresó el 23 de agosto estuvo comiendo poco. «Ese es el único efecto del virus que ha tenido, por suerte», dice su mamá Yosdaisy Ulloa Callao, de 25 años, quien, por desgracia, cree haber transmitido el virus a su bebé, pues estuvo ingresada en el hospital por otro padecimiento y al regreso, dio positivo al Sars-CoV-2.

«Ya yo lo pasé, sin problemas, y la niña también lo enfrenta muy bien por el momento. Fuimos las únicas en la familia en contagiarnos, y aunque siempre nos protegimos mucho, hoy estamos aquí», acota con pesar la muchacha de Artemisa.

De Universidad militar a hospital de campaña

La atención que recibe Javier Alejandro Quirós Acosta, de 14 años, le permite descansar tranquilo en la litera, casi al final de un pasillo enorme que hasta el momento eran los dormitorios de la Universidad de Ciencias Militares General Antonio Maceo, Orden Antonio Maceo, en Ceiba del Agua, provincia de Artemisa.

Ni él, ni su mamá Yelenia Acosta Ramos, ni su papá, saben la fuente de contagio. En la casa solo estuvo ajena al virus la hermanita de ocho años, quien se mantiene segura en el hogar, mientras que su familia recibe tratamiento en este Hospital Pediátrico de Campaña Elpidio Valdés, que desde el 12 de julio comenzó a recibir los primeros casos positivos.

Convertir esta escuela en una instalación sanitaria ha permitido que 3 535 artemiseños, específicamente infantes, sus familiares más cercanos y gestantes, hayan recibido una atención de calidad, según dejan escrito en cartas de despedida, dibujos y muestras de cariño y agradecimiento al personal que cuidó por su salud.

Debido a las necesidades de la provincia por el incremento de casos, y los daños ocurridos en el Hospital General Docente Comandante Pinares por el sismo del pasado mes de junio, se tomó la decisión —a pedido del Gobierno de la provincia y del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR)— de prestar nuestras instalaciones para erigir un hospital de campaña que atendiera las necesidades de todo el territorio, explicó el teniente coronel Carlos Balmaseda, jefe de logística de la universidad militar situada en el municipio de Caimito.

Con 574 capacidades, el hospital representa un verdadero apoyo para el sistema de salud de la occidental provincia, ya que acoge a pacientes sospechosos y positivos, sin comorbilidades ni riesgos para la vida, lo que permite atenderlos, medicarlos y velar por su tránsito por la Covid-19 en un ambiente muy acogedor, con condiciones aseguradas gracias al esfuerzo del personal de la universidad y otros voluntarios involucrados.

Al «Elpidio Valdés» llegan personas de todo el territorio, sin distinciones. A nadie le gusta ver a los más pequeños ni a las embarazadas enfermas, pero las 90 personas que trabajan en esta zona roja han buscado las más diversas maneras para alegrarles los días. Una sinergia perfecta entre los oficiales de las FAR y los médicos, enfermeras, técnicos y profesores de otros centros educativos —en su mayoría jóvenes—, que se ve reflejada en los rostros de los pacientes.

En detalles, la alegría

Cada día el personal de la salud y de apoyo se esfuerzan para que los pacientes regresen a sus hogares en el menor tiempo posible.

Para la teniente coronel Tania Mayelín Sierra Darboys, jefa de cátedra de Ciencias Sociales de la Universidad, conocer con profundidad las historias de vida de cada persona enferma puede contribuir a su mejor
recuperación. «Creamos un grupo de apoyo sociosicológico para que los pacientes sintieran que podían contar en todo momento con nosotros. Vamos día tras día a preguntarles cómo se sienten anímicamente, si tienen alguna necesidad, duda o problema en el hogar que podamos resolver. Así, facilitamos también el trabajo de las doctoras y doctores».

Desde carteles y globos con colores para alegrar los pasillos, regalos de juguetes, detalles en días de cumpleaños, hasta la solución a la solicitud de una mamá para tener agua caliente a la hora del baño, todo lo que hace este grupo tiene una repercusión. «Nos alegra ayudarlos, crearles todas las condiciones, es nuestra medicina para ellos», manifiesta Tania.

El entusiasmo de la juventud no falta en este lugar. «Somos casi todos personas jóvenes, asumiendo tareas de gran responsabilidad de impacto social. Por eso, además de consagrarnos al trabajo, intentamos dinamizar las actividades, aunque estemos dentro de la zona roja», apunta el capitán Frank Enrique Piña Almaguer, profesor de la Cátedra de Ciencias Sociales.

Este muchacho de 30 años se encarga —con la ayuda de otros compañeros— de documentar con fotografías y videos las buenas prácticas que se realizan en el hospital de campaña, para luego llevarlas a las redes sociales. «Estamos en casi todas las plataformas digitales, y mantenemos la comunicación entre los pacientes y el personal de la salud y de apoyo, mediante grupos de WhatsApp, en los que nos agradecen el trabajo y también comentamos sugerencias y otras necesidades», indica.

Ese empeño hace que familias como la de Mario Deschapel Santana, de 41 años, y Taimy Vigoa Martínez, de 36, confíen plenamente en su pronta recuperación. Estos vecinos de San Cristóbal conviven con sus dos hijos, todos positivos, con varias familias en la sala de Pediatría.

«Fui yo quien trajo el virus a la casa, porque salgo todos los días a trabajar. Me siento entonces más responsable ahora del cuidado y la atención de mis pequeños, y en este hospital puedo estar seguro de que saldremos adelante» dice con lágrimas en los ojos el papá, quien piensa en su hermana que no ha tenido la misma suerte y ha llegado a la gravedad.

En las dos literas, Mario Manuel, de ocho años, intenta llamar la atención de los reporteros, aunque luego le da un poco de pena. Según nos confiesa, quiere mucho a su hermanito Lázaro Manuel, de solo dos añitos, pero a veces pelean por cualquier bobería. Con sus cabellos rubios y ojos azules, estos pequeños demuestran una vez más que el sistema de salud cubano hace hasta lo imposible para asegurar su salud y sus derechos.

Fe de ello da la doctora Merlyn Moreno Quesada, especialista en Cuidados Intensivos Pediátricos del Hospital General Docente Comandante Pinares. La joven de 28 años, de San Cristóbal, comenta que el trabajo en la sala ha sido muy rico y eficiente. «Tenemos ingresados niños sin sintomatologías graves, a los que le indicamos una dosis de interferón a su llegada y nos mantenemos chequeándolos constantemente sobre su evolución, hasta que negativizan. En caso de que alguno de ellos o sus familiares manifiesten síntomas preocupantes los remitimos inmediatamente al hospital provincial».

A la doctora le encantan las ocurrencias de sus pacientes, por eso se siente tan cómoda en esta instalación devenida centro de salud. «Nos han atendido muy bien, realmente nos sentimos realizados porque tenemos todas las condiciones necesarias para nuestra estancia y nuestro trabajo».

Cuidar a las embarazadas

Es necesario que aumente la conciencia de cuidado y protección hacia niñas, niños y embarazadas.

Cristina Yisel Baserio Estrada tiene 30 semanas de embarazo. En el momento que conversó con Juventud Rebelde aún era sospechosa a la COVID-19. Ella lleva muchísimo tiempo tomando miles de medidas para no contagiarse, pero los azares de la vida la llevaron hasta la sala de gestantes del Hospital de Campaña Elpidio Valdés.

La futura mamá de 21 años ya sabe que su bebé se llamará Nasly Valeria, y por ella se llena de fuerzas para enfrentar este duro momento que le ha tocado, porque bien conoce que la enfermedad es altamente peligrosa para las embarazadas. «Me siento bien, por eso no tengo tanto miedo. Aquí me aseguran todas las condiciones para que tanto mi salud como la de la bebé no tengan riesgos», enfatiza la muchacha de Alquízar.

A su lado, Yuarnery Morejón Aroche también descansa segura de que su embarazo de 14 semanas no corre riesgos por el momento. Cuando salga del hospital, esta joven de 36 años de Artemisa va a cuidarse más que antes —que es mucho decir—, porque la pandemia está tocando la puerta de casi todas las familias, y no todas las personas tienen la suerte de no tener síntomas graves.

En lo que funciona regularme como el puesto médico de la Universidad de Ciencias Militares General Antonio Maceo, Orden Antonio Maceo, las gestantes esperan los resultados a sus pruebas. Al tanto de sus chequeos, el doctor Alejandro Pérez Lorenzo, residente de Ginecología y Obstetricia del Hospital General Docente Comandante Pinares, les toma la presión y revisa que todos los parámetros estén en orden.

Para el médico recién graduado de 24 años, está es su primera experiencia en la zona roja desde que culminó sus estudios hace apenas dos meses. «Estamos pendientes de la evolución de las gestantes, y tenemos aquí todo lo necesario para darles una atención de calidad», manifiesta el joven de Bahía Honda, quien hace un llamado a todas las embarazadas y sobre todo a sus familiares, a cumplir los protocolos sanitarios de manera estricta.

Mientras enfermos, sospechosos y el personal de la Salud miran de frente a la pandemia, el resto de la Universidad no descansa. Si bien no está recibiendo cadetes en sus aulas, ahora sus instalaciones están sirviendo a una de las más nobles tareas que necesita el país. Por sus calles se ve a los soldados y oficiales trabajando en la desinfección de superficies, asegurando el agua caliente, la alimentación, los servicios de lavandería, de laboratorio… todo para que los enfermos ganen la pelea.

¿Por qué proteger a nuestros niños y adolescentes?

A través de las consultas multidisciplinares en la Atención Primaria y Secundaria de salud se ha detectado que luego de padecer la COVID-19 resulta frecuente encontrar en los niños afectaciones sicológicas, cardiovasculares, neurológicas, renales, intestinales y pulmonares. Entre ellas las más comunes resultan las
afecciones cardiovasculares como la miocarditis (inflamación del músculo cardiaco) y la pericarditis (inflamación de la capa exterior que recubre el corazón), hipertrofias de ventrículos, sudoraciones profusas, hipertensión arterial y arritmias, presentes incluso en los infantes más pequeños.

La risa de los más pequeños es uno de los mayores premios en estos tiempos de pandemia. Fotos: Abel Rojas Barallobre

Además, se han descrito algunas alteraciones neurológicas y dentro de ellas se ha visto la encefalitis (inflamación del encéfalo). También se ha detectado daño renal e intestinal, siendo las diarreas el cuadro más frecuente, asociándose también la pérdida del gusto y la anorexia (pérdida de apetito). El virus supone un cambio en la vida de los menores de edad al verse ingresados en un hospital y en algunas ocasiones separados de sus familiares debido a su condición clínica; algunos de ellos luego manifiestan excitabilidad, miedos y falta de concentración, afectaciones desde el punto de vista sicológico que de tratarse a tiempo tienen una solución
satisfactoria. 

Fuente: Doctora Lissette del Rosario López
González, jefa del Grupo Nacional de Pediatría
del Ministerio de Salud Pública/ Sitio web
del organismo.

 

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