El líder de la Revolución cubana Fidel Castro Ruz. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 12/08/2021 | 08:49 pm
Fidel no tiene el reposo merecido del guerrero en el humilde monolito del camposanto de Santiago. Invicto en vida, los poderosos enemigos de su pueblo pretenden humillarlo en la muerte, incluso profanarle. La Cuba idolatrada enfrenta lo que los estrategas yanquis llamaron, con calculador cinismo, la «solución biológica».
Es extraño que nadie lo mencione en medio de las contorsiones provocadas por las manifestaciones del 11 de julio, pero la maquinaria erosiva del imperialismo sigue con meticulosidad, tan pasmosa como perversa, ese designio estratégico.
Se equivocan los que creyeron que al poner entre las fichas esa «solución» para Cuba los tanques pensantes y políticos reaccionarios norteamericanos se referían a una caída espontánea, por su propio peso, de la Revolución, una vez que muriera Fidel o ya no estuvieran en el liderazgo los hacedores de la Revolución.
No han pasado cinco años de la perpetuación de su memoria en una rústica piedra de las montañas de la Sierra Maestra y nos ocurrió esto, comentaba telefónicamente un colega, agitado por la magnitud de los acontecimientos políticos recientes, sin percatarse de que estamos ante lo que podría catalogarse como la variante Delta de esa perversa «solución».
Los diseñadores de esta variante están muy bien entrenados en ponerle compulsión ideológica a la solución biológica, darle un empujoncito —o un empujonzote—, como nos revela la derrotada operación político-comunicacional que terminó por provocar los fuertes incidentes del pasado 11 de julio, así como todo lo que le antecedió.
Acaso no resulta vergonzoso que Joseph Biden no pase de ser una especie de trolesillo de Trump con relación a Cuba, traicionando sus discursos y promesas de campaña, por lo que lo someten a burla las huestes del fascismo con chusmería —así los catalogó magistralmente Abel Prieto— con las que el trumpismo intoxica a Miami y otras zonas de la migración.
La confabulación entre demócratas y republicanos para provocar la implosión del proyecto político de la Revolución en Cuba —de la que forma parte mantener las más de 240 medidas de la Administración anterior— no es una simple casualidad estimulada por los recientes sucesos.
Se trata de todo lo contrario: una muy bien cocinada confabulación de los estrategas y laboratorios de manipulación del imperio, puestos de acuerdo en ponerle toda la presión a la «olla» interna en el archipiélago hasta hacerla explotar; volarle la tapa de la resistencia por los aires.
Estamos ante un plan, evidentemente común, de las élites republicanas y demócratas —algo sobre lo que llaman la atención algunos medios—, nacido del más perverso oportunismo.
No hay que ser un Newton de la astucia política para desarmar la madeja de farsas que horadaron el terreno hasta las bombardeadas protestas. Estas tuvieron como combustible especial el campaneo, tan incesante como insidioso, sobre la figura de Miguel Díaz-Canel Bermúdez y el sistema institucional de la Revolución.
En ese propósito no se detuvieron ante remilgos de ninguna naturaleza, hasta acudir a obscenidades y descalificaciones innombrables. La apuesta es trastocar la imagen del dirigente más bien recogido y hasta tímido, precisado a saltar a la palestra del liderazgo tras la descollante personalidad de Fidel y la autoridad histórica de Raúl, en un monstruo despreciable, una especie de Satanás rencarnado, un alien repulsivo culpable de todas las desdichas y miserias del pueblo cubano.
Faltaría precisar el momento exacto en que comenzó la fabricación de este espectro comunicacional —con incidencia marcada en las redes sociales—, aunque puede asociarse con la ascendencia que comenzó a cultivar Díaz-Canel gracias a un ejercicio de dirección política que recordaba el estilo de Fidel, sobre todo por su persistencia en acercarse a la base de la sociedad con recorridos del equipo de Gobierno por diversos territorios.
Se trata de denigrar, hasta demoler, la autoridad del dirigente empeñado en dar aliento a la reforma del modelo socialista —con toda razón acusada de lenta y con falta del calado necesario—. De momento se nos aparece en las pantallas móviles como el Adolf Hitler del siglo XXI.
Así, ni más ni menos, le retratan los retorcidos transformistas del cambio de régimen, con el recurso gastado del bigotico del Führer. Si nos fijamos bien —ni siquiera con el detenimiento del respeto o del cariño—, veremos que nunca congenió menos ese recurso con un rostro.
Todo lo anterior alerta, como apuntamos otras veces, que la Revolución vive uno de sus momentos más complejos, desafiada a demostrar que alcanzó madurez suficiente para sobrevivir a su liderazgo histórico y que el orden constitucional en rectificación garantiza la irreversibilidad del socialismo.
A tan pocos años de la partida física de Fidel a una nueva dimensión de lucha, esa es de las lecciones que nunca podríamos olvidar. Sobre todo, como apuntamos otras veces, mientras algunos aspiran a que la actualización del modelo socialista les sirva para erigir su propio Olimpo de privilegios o cuando difíciles situaciones hacen emerger complejos fenómenos y conflictos sociales, a los que podemos dar explicaciones o salidas erróneas.
Recordemos siempre que, en los momentos más espinosos, cuando la incertidumbre o la turbación pudieron minar esa especial sincronía entre Fidel y su pueblo, este nunca tuvo dudas de que en él no estaban las culpas sino la salvación.
Eso nos enseña su salida a pecho descubierto, con los guardaespaldas desarmados, a una Habana donde la escasez y las penurias de años muy duros parecían haber colmado de irritación aquel 5 de agosto. Fidel no ordenó dispersar a su pueblo, porque comprendió que su fuerza moral podía volver a unirlo. La presencia de Díaz-Canel el 11 de julio en San Antonio de los Baños recordó aquel gesto.
Por ello es urgente reubicar el alma bienhechora —humanista— de la Revolución en la justa geografía política y económica de la nación. Porque aunque el país no cambió la percepción legal y sensitiva de su política social, la estructura que la ejecuta, que debe convertirla en sangre por las delicadas venas del país, se mueve por el frágil hilo de corregir las deformaciones sin permitirse injustificables abandonos o insensibilidades, como los que sirvieron de detonantes de los recientes disturbios.
En este aspecto lidiaremos en lo adelante con una seria amenaza: que las rectificaciones sistémicas de la economía y la sociedad lleguen a ser más ágiles que la capacidad de reacción de la estructura social y política del país, lo cual derivaría en la incapacidad para descubrir y actuar a tiempo frente a mayores desajustes.
En estas semanas de revalorización de nuestro actuar político, económico, social e institucional no son pocos los que recuerdan prácticas de la tan debatida Batalla de Ideas impulsada por Fidel. Esa cruzada no fue solo una conmovedora sucesión de actos y marchas patrióticas, tan mediáticamente reconocidas, sino una profunda reparación de los mecanismos de justicia de la Revolución.
Las indagaciones sociales que la caracterizaron posibilitaron descubrir antiguos o emergentes lastres sociales, para los que se planteaban programas de sanación, muchos de los cuales quedaron incompletos hasta hoy. De esa profundización, como insistimos otras veces, surgiría el aldabonazo de Fidel de que la igualdad ante la ley no significaba necesariamente igualdad de oportunidades.
La magia de la nueva política social revolucionaria estaría, como incitó desde entonces, en cultivar una proyección sensible a las singularidades y desarrollar una capacidad más previsora que reactiva, capaz de adelantarse y proyectar los más difíciles escenarios. Había que evitar que la Revolución fuera derrotada, como dramáticamente alertó, por nosotros mismos.
Aprender a vencer en semejante escenario fue lo que convirtió a Fidel en un gladiador imbatible en el nuevo circo imperial de este mundo. En ese que solo dejó a sus contrarios la dudosa apuesta a una «solución biológica».