Expresión Controlada. Autor: Falco Publicado: 03/05/2021 | 05:57 pm
En mayo de 1994 se celebró por primera vez el Día Mundial de la Libertad de Expresión, bajo los auspicios de la Unesco. La apertura de ese ciclo anual tuvo lugar en Santiago de Chile y allí estuvieron la Unión de Periodistas de Cuba y la Federación Latinoamericana de Periodistas (Felap) como parte de un amplio espectro de interesados en esa materia, aunque con diferentes formas de asumirla.
Dirigentes y cuadros de ambas organizaciones, así como representantes del Instituto Cubano de Radiodifusión, expusimos puntos de vista, antagónicos a los de los dueños de los medios, quienes basan sus verdades en el poder avasallador del dinero, con silencios cómplices ante injusticias y desmanes de todo tipo y cuyas tergiversaciones y enfoques manipulan las realidades a su gusto.
Desde aquella época —con la avalancha de las nuevas tecnologías dominando a mentes sumisas— se incrementó la lucha de resistencia a la que allí convocamos, apelando a las herramientas cada vez más extendidas denominadas redes sociales y otros instrumentos en la web.
Las amenazas y persecuciones a los periodistas van parejas a la degradación profesional, dijo en su denuncia el ya fallecido mexicano Luis Suárez, quien encabezara la Felap durante dos décadas, y apuntaba que todo esto «sucede en la más absoluta impunidad, aun cuando vivamos en regímenes denominados democráticos».
Desde entonces advertimos —Antonio Moltó y quien este texto redacta, recién electos a la Presidencia de la UPEC— sobre la nueva fase de dominación que pretende el control absoluto de la información y de la comunicación, así como en su momento pretendió cancelar la historia y las ideologías.
La Felap exigió entonces —como lo hace ahora— «el cese de las presiones, chantajes y mentiras dedicadas a desprestigiar y desmerecer la lucha y los esfuerzos de todo un pueblo, como el de Cuba, decidido a defender su soberanía».
Ya en la época, ahora aún más acentuada su validez, era clave denunciar: «De manera silenciosa, otros hechos se enfrentan
a las diversas interpretaciones de la libertad de prensa. Grandes consorcios en otros campos penetran en el de la comunicación y la información, donde se reflejan sus intereses parcializados, rompiendo la equidistancia con otros sectores de la sociedad. La concentración y las megafusiones van excluyendo progresivamente a editores y medios sustentados con apego a la independencia y soberanía que dieron lugar a su nacimiento…».
Realidad
Hace unos pocos años pregunté en un artículo: ¿Libertad para qué?: «¿De qué libertad hablan los que apoyan a la contrarrevolución en Cuba, disfrazada de disidencia?».
Para evaluar el término, en el campo de la difusión de ideas, hay que tener presentes no solo los motivos —declarados o no— sino también a cuáles objetivos e intereses responden e, incluso, quien, quienes o qué financian el empeño.
Como periodista cubano con más de medio siglo en el ejercicio profesional, me he sentido libre como cualquier otro de mis colegas para expresarme, por las diferentes vías que he tenido a mi alcance, sobre todo los medios escritos y electrónicos.
Las limitaciones a mi accionar, como sucede en cualquier lugar de este planeta —y en el universo si existiera periodismo— han nacido de factores diversos, que van desde la oportunidad del asunto a la política editorial y alcances del medio para el que he trabajado, sin obviar el no tener todos los elementos de juicio para pronunciarme sobre alguna materia.
La frontera de mi libertad también ha venido dada, parafraseando a un ilustre mexicano, por el respeto a la libertad de los demás.
A veces me he sentido frustrado por no exponer todo lo que hubiera querido sobre una materia, o por haber perdido una coyuntura propicia para hacerlo o por faltarme alguna pieza clave del rompecabezas que quería abordar, pero nada de ello se ha debido a falta de libertades.
Mis angustias como profesional cubano de la palabra —y del lente— porque también me he apoyado en la fotografía, han radicado entre otras causas en mis propias imperfecciones, limitaciones incluso idiomáticas, en la carencia del tiempo suficiente para un más exhaustivo análisis del asunto a atender y en incomprensiones sobre la pertinencia en hacerlo en la forma y momento que yo entendía.
Pero con todo ello nunca he tenido la sensación de que me faltara libertad para defender el proyecto social que mayoritariamente hemos respaldado los cubanos, que ha sido la esencia que hizo del periodismo mi sentido de vida, avalado por la veracidad, los valores que encarna el sueño socialista y principios —incluidos los éticos— que obligan ver y pensar más en el nosotros que en el yo, con lo que coincido
plenamente (y no solo en esa concepción) con el nuevo Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez.
Desde hace más de un lustro afirmé que «resulta cuanto menos risible que se proclame la aparición en mi país de una “prensa libre”, dándole esa categoría a una nueva manifestación mediática lacayuna, funcional a los intereses de los adversarios de la Revolución Cubana, solamente interesada en socavar y no construir una sociedad más justa y solidaria».
Al escuchar reiteradamente en estos días al colega Humberto López en sus clarificadoras intervenciones televisivas al respecto, vienen a mi mente lo que escribí en mayo de 2014: «Desde los dineros en los que se sustenta, las facilidades para crearlo y difundirlo, los contenidos prioritarios y su compromiso con la agenda imperial hacen de ese bodrio presentado como “prensa libre” una afrenta a la libertad que nos quieren confiscar desde los centros de poder esos a los que responde: la de hacer en Cuba lo que la mayoría de los cubanos queremos, una mejor Patria, libre y soberana».
Actualidad
Por eso, al volver a ser eje de la atención global la fecha del 3 de mayo como Día Mundial de la Libertad de Prensa, cuya celebración central se está desarrollando en estos días en Windhoek, la capital de Namibia, se hace necesario puntualizar conceptos, condiciones y propósitos, tras los que pueden enmascararse el reforzamiento de campañas tan aviesas como la que la Revolución Cubana ha sufrido a lo largo de su existencia.
Como expone la propia Unesco: «Entre los asuntos que han sido debatidos en años anteriores se encuentran: Los medios de comunicación y los conflictos armados, Cobertura de guerra contra el terrorismo mundial, Los medios de difusión como impulsores del cambio, Medios de comunicación y buen gobierno, ¿Quién decide cuánto se informa? y Combatiendo el racismo y promoviendo la diversidad: el papel de la prensa libre».
El tema de este año La información como un bien común, hace énfasis en la importancia de valorar la información como un bien de todos y «para explorar lo que se puede hacer en la producción, distribución y recepción de contenidos para fortalecer el periodismo y avanzar en la transparencia y el empoderamiento sin dejar a nadie atrás». En su convocatoria, la Unesco «reconoce el cambiante sistema de comunicaciones que incide en nuestra salud, los derechos humanos, las democracias y el desarrollo sostenible».
Desde Cuba podemos coincidir tanto en esos propósitos como en las medidas que recomienda la organización mundial para «garantizar la viabilidad económica de los medios de comunicación: Mecanismos para garantizar la transparencia de las empresas de internet, y mejora de las capacidades de alfabetización mediática e informacional que permitan a la gente reconocer y valorar, así como defender y exigir, al periodismo como parte fundamental de la información como un bien común».
Y para todo ello, es clave mantener aguzada la brújula para no dejarse confundir ni manipular ni provocar por los que, tras palabras amables o insultos soeces, abonan el camino lleno de espinas, obstáculos y trampas por el que hemos transitado exitosamente durante 60 años, con la mirada fija en un horizonte de nuevas victorias populares, justas y solidarias. (Tomado de Cubaperiodistas)