Foot cover de Noticia Autor: Juventud Rebelde Publicado: 20/12/2020 | 01:40 am
El 4 de diciembre de 1922, el doctor José Arce, profesor argentino, habló ante los alumnos de la Universidad de La Habana, con motivo de haber sido investido como rector honoris causa del entro docente. Esta vez su disertación en el Aula Magna ante los alumnos, fue más beligerante que la del 27 de noviembre anterior porque trató de “La evolución de las universidades argentinas”, que versó sobre los acontecimientos de la Universidad de Córdoba en 1918 y la reforma. Este discurso devino brasa en un ambiente ya caldeado por la prédica reformista de varios profesores de fuste, como el general Eusebio Hernández, Diego Tamayo, Alfredo Aguayo y José Varela y Zequeira, y, sobre todo, del brillante Evelio Rodríguez Lendián.
La situación de la Universidad de La Habana no era muy diferente de la que había prohijado el movimiento de la Universidad de Córdoba, así que el 10 de diciembre los estudiantes lanzaron un manifiesto en el que anunciaron su intención de llevar a cabo la renovación universitaria y también crear, mediante la federación de las asociaciones de estudiantes de la colina de San Lázaro, un órgano que las unificara y en cuya organización ya venía trabajando una directiva provisional. Diez días después, se reunieron los representantes de las dispersas asociaciones de estudiantes de la universidad y designaron formalmente el directorio unificador, con lo que surgió la Federación de Estudiantes Universitarios, de la que fueron designados, presidente -el cargo rotaría cada dos meses entre los presidentes de facultades- Felio Marinello, estudiante de ingeniería, y secretario general un joven en cuyos documentos universitarios aparecía como Nicanor MacPartland y era llamado corrientemente Julio Antonio Mella, quien había ingresado en la Universidad en el curso de 1921 a 1922. Mella, un mocetón hijo natural de un sastre dominicano radicado en Cuba y una joven británica, nieto del general de la independencia quisqueyana Ramón Matías Mella, quien a los 17 años por no ser ciudadano mexicano había tratado infructuosamente de ingresar en la academia militar de San Jacinto, en México, y que había matriculado Derecho y, a la vez, como otros muchos en la época, Filosofía y Letras, había participado en la protesta del año anterior frente al Aula Magna contra la pretensión del claustro de profesores de otorgar el doctorado honoris causa al procónsul, general Enoch H. Crowder y solidariamente había firmado el manifiesto en contra de tal gesto de servilismo.
También su historia registraba otro suceso: el día en que los estudiantes con el fin de mostrar su protesta se adueñaron del parque Maceo, fue uno de los comisionados que se entrevistaron con Zayas. Mella había participado en la fundación de un grupo universitario, “Renovación”, en el que maduraban las ideas radicales de transformación del centro e, igualmente, otras que partían de las enseñanzas del médico argentino positivista José Ingenieros, cuya obra había producido una conmoción en la juventud estudiantil e intelectual americana. Ingenieros, a pesar de inconsecuencias, prejuicios y limitaciones, había sentado cátedra de antropología moral con su obra El hombre mediocre, y a esto unía una preocupación por los procesos sociales de la humanidad, cuya huella había quedado expresada en una conferencia que pronunció en Buenos Aires, a teatro lleno, “Significación histórica del movimiento maximalista”, en defensa de la Revolución de Octubre, en Rusia. Esa postura se plasmaría en su obra postrera Los tiempos nuevos. Para solidificar su ascendencia sobre los estudiantes, en 1922 dejó sentado de forma abierta su antimperialismo, cuando a veces con palabras de Martí y su dúplica en Enrique José Varona, condenó el intervencionismo, el anexionismo, las ocupaciones armadas y toda forma de servidumbre que Estados Unidos le impusiera a las repúblicas americanas. Mas, a poco, a los jóvenes inquietos de “Renovación” no les bastó el Ingenieros antimperialista con sentido anticolonialista, y de su lectura pasaron a las obras de los anarquistas, las de Pedro Proudhon y las de Mijail Bakunin, aunque ya derivaban, y con ellos Mella, a las mucho menos conocidas de otro reformador social "Nicolás Lenine".
La designación del estudiante hijo natural y mestizo para el cargo de secretario general de la Federación de Estudiantes Universitarios, evidenció desde el primer momento la voluntad de liderazgo que hacía sobresalir a Mella y ser distinguido por sus compañeros, porque no era frecuente que los veteranos confiaran su dirección a estudiantes de los primeros cursos. Lo que no sabían estos, posiblemente, era que en esos instantes aquel joven ya había tomado contacto por su cuenta con dirigentes obreros para ganar para el estudiantado las experiencias organizativas del movimiento proletario. Comenzaba a comprender en qué consistía la lucha de clases. La FEU, en la reunión del 22 de diciembre de aquel año de 1922, había designado a los miembros de una comisión de reforma universitaria instituida en sus estatutos, y convocó para los primeros días de enero una asamblea en el Aula Magna con vistas a dar a conocer a los estudiantes y "al público de la República" el objetivo de su integración; y el 30 de diciembre, en una declaración, plantearon la demanda del establecimiento de la autonomía universitaria -sobre la cual se decía que ya Francisco Zayas, antiguo miembro de la junta central autonomista, hermano del presidente y secretario de Instrucción Pública, había redactado un proyecto de decreto-, y exigían se dotara a la universidad de recursos para poder terminar sus edificios, y la participación en el claustro universitario.
Juan Marinello escribiría una bella semblanza de Mella, repleta de admiración. De él diría: “Quien vio de cerca a Mella conoció a una de las personalidades más sugestivas y atrayentes que hayan alentado en nuestra tierra. La estampa física convenía a maravilla con su naturaleza y su misión. Muy alto, atlético, de cabeza hermosa, fuerte y erguida, de ademanes enérgicos y serenos a un tiempo, su presencia respondía en medida exacta a su tarea de comunicación inmediata y múltiple. Cubano hasta la médula –hijo afortunado de las dos sangres matrices que integran el pueblo de su isla-, fue como Martí, un caso sorprendente de superación de lo nuestro. Meditador y audaz, sonriente y contenido, alegre y responsable, imaginativo y práctico, era muy difícil escapar a su ámbito. Conocerlo era creer en él. Unía la mente ancha y universal a la cercanía familiar y captadora. Hasta aquel peculiar ceceo; hasta aquel andar a grandes trancos, un poco desgonzado de la cintura abajo; hasta aquella postura ladeada, caída hacia la izquierda, que adoptaba en la tribuna, le completaban la personalidad atrayente.
El 1ro. de enero El Mundo publicó unas declaraciones del presidente y el secretario de la Federación de Estudiantes, en que proclamaban que la Universidad tenía el derecho de regir sus destinos con amplia autonomía sin la intervención del gobierno, ya que el gobierno no había sabido hacer del alto centro, en muchos años, una entidad digna de la capacidad y fama de pueblo culto e intelectual que tenía Cuba. El gobierno debía pagar a la universidad el valor del antiguo local donde estaba localizada, y contribuir con esos fondos y otros, a la terminación de los edificios de la Universidad y facilitar los medios de enseñanza, para que el lamentable abandono en que se encontraba la universidad no fuese una vergüenza y un descrédito para la república. También señalaron que las asociaciones de estudiantes tenían el derecho de tomar parte activa en la administración de la Universidad, mediante su representación en el claustro para poder pedir el reconocimiento de todos los derechos estudiantiles y contribuir con sus energías al desenvolvimiento de la vida universitaria.
Tomado de Cubadebate.