Corren tiempos de sensatez, de precaución, de tomarnos las cosas en serio Autor: Twitter Publicado: 23/03/2020 | 12:20 pm
Por preservar la vida, la vida debe cambiar. La cotidianidad clama por la asunción de conductas preventivas y no es fácil, no, porque estamos acostumbrados a andar de aquí para allá, a hablarle cerca al otro y tocarlo, incluso, para darle énfasis a lo que le decimos… Estamos habituados a abrazar y besar a todos, a llegar a la casa y servirnos agua, o encender el televisor o prepararnos algo de comer sin tener en cuenta el lavado de las manos.
Vivimos pensando que la vida está ahí, y que no nos tocará alguna tragedia como a otros… Nos creemos infalibles, y una mañana despertamos sabiendo que por aquel sexo desprotegido nuestra condición cambió, o que por negarnos a fumigar la vivienda la fiebre del dengue nos agobia, o que por no tomar las medidas de aislamiento a tiempo, la COVID-19 dejó de ser una enfermedad distante, allá en Europa y en China.
No es paranoia ni pesimismo embotellado a la mitad. Es que la vida, como cantó Santiago Feliú, un día puede amanecer muerta. Entonces calma, siente, vive y salva la vida mientras viva.
Corren tiempos de sensatez, de precaución, de tomarnos las cosas en serio. NO se trata de esparcir un pánico injustificado o de creernos que esta pandemia destruirá el planeta. No seamos apocalípticos. Simplemente, seamos conscientes. El nuevo coronavirus tiene una elevada transmisibilidad y de unos pocos casos a finales de 2019, hoy es una realidad difícil de ignorar.
Una persona infectada, advierten los científicos, puede contagiar a dos o tres personas. Investigaciones recientes que pretenden explicar el mecanismo de propagación del virus, realizadas en el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos y publicadas en la revista The New England Journal of Medicine, refieren que puede permanecer tres horas suspendido en el aire, cuatro horas en el cobre de las monedas, un día entero en el cartón y de dos a tres días en el plástico.
La Organización Mundial de la Salud defiende la tesis de que “el virus causante de la COVID-19 se transmite principalmente por contacto con pequeñas gotas respiratorias, más que por el aire”. Y esas gotas, que se desprenden al toser, respirar o hablar, —caen sobre los objetos del entorno, y cualquiera los toca, y de las manos van directo a los ojos, la nariz o la boca.
Investigadores de la Universidad de Wuhan analizaron 35 muestras recogidas en las unidades de cuidados intensivos y las habitaciones de los enfermos de la COVID-19 en dos hospitales, y no encontraron el virus en el aire, y tampoco se atreven a afirmar que la contaminación fecal sea una vía relevante de propagación.
Las medidas sanitarias que se exigen son vitales porque urge frenar la expansión del virus. Una persona contagiada interactúa con otras y, además, la vía de propagación es muy rápida y muy difícil de contener porque, entre otros factores, requiere de cambios en los estilos de vida, tan poco saludables y tan anquilosados.
Siguiendo las matemáticas, se tiene el número de personas infestadas, el número de personas con las que esos infectados han interactuado, se calcula la probabilidad media de contagio y se multiplican los dos números. Al resultado hay que restarle los que se han curado.
Este modelo de contagio, aclaran los expertos, es exponencial. Esto significa que no solo la enfermedad contagia cada día a más personas, sino que la velocidad de contagio también aumenta. Resulta preocupante porque crecen muy rápido partiendo de números relativamente bajos.
Claro que el número de contagios varía de región a región, porque depende de las costumbres de cada país, la humedad del ambiente, el número de personas con las que estamos en contacto a diario…
Todos pensamos que en algún momento, la pesadilla terminará, y la pandemia se estabilizará y desaparecerá. NO pocos colocan sus esperanzas en la vacuna que pueda lograrse, pero ¿cuántos tendrán acceso a ella? ¿Cuántos, mientras tanto, perecerán? Frenar la expansión del nuevo coronavirus es lo que se impone porque los sistemas de salud tienen limitaciones y no todos los organismos reaccionan igual.
Se postergan los eventos de asistencia masiva, se potencia el teletrabajo, se labora en las plazas más necesarias, se suspenden vuelos, se establecen toques de queda, se controla la entrada a los establecimientos comerciales y antes de entrar en ellos, se rocían las manos con soluciones cloradas o alcohólicas… Pero ¿de qué sirve todo eso si cada cual no toma conciencia? El virus tiene un incremento exponencial, matemáticamente hablando y de lo que hagamos en pequeña escala se puede generar un impacto positivo a lo largo del tiempo.