El humanismo, la solidaridad y la bondad, ya tan famosos y peculiares de Cuba y los cubanos, alcanzarían para explicar el porqué el MS Braemar dejará de estar a la deriva en el océano pandémico del coronavirus, pero no alcanza.
Solo una nación capaz de desarrollar un sistema sanitario y de prevención de desastres en capacidad de afrontar este tipo de crisis y con suficientes especialistas altamente calificados, así como con una muy especial infraestructura, toma este tipo de riesgo, confiada, además, de que tendrá la comprensión y la confianza de la inmensa y amorosa mayoría de sus ciudadanos, que se saben protegidos con el mismo empeño del más solvente de los cruceristas.
La Revolución que triunfó en enero de 1959 solo dio cuerpo de política de Estado a algo que está en la naturaleza del cubano: el sentido del bien común, del desprendimiento, del sacrificio por el prójimo. Para el alma de la nación cubana, determinada por la martianidad, en la suerte suya va la del mundo, y en la de este, la nuestra.
Ello tiene su santuario en La Higuera, desde que el Che, encarnación universal de la utopía del desprendimiento y la solidaridad, cayó asesinado como otro Cristo de los pobres. Antes de partir de aquí dejó una carta de despedida, en la cual acentuaba que «...donde quiera que me pare sentiré la responsabilidad de ser revolucionario cubano, y como tal actuaré». Con el Guerrillero, la hermosa vocación universal y humanista de Cuba encontró su símbolo.
Todo esto debería ser recordado por quienes pretenden reducir a vulgares actos mercantiles o maniobras de influencia diplomática los hermosos y enaltecedores gestos de altruismo de quienes han partido hacia el África Occidental a combatir el virus del Ébola y hacia otros incontables confines a curar cuerpos y almas. Si de cuentas se trata, no hay dinero suficiente que pueda pagar el valor de una vida.
Cuba ha ido levantando una economía de servicios, de la cual los médicos son un puntal especial, y lo ha hecho desde durísimas condiciones económicas, pero ello no está reñido con su raigal vocación universal y humanista. Al escuchar a muchos de los que han partido a esas misiones solidarias, no pocas veces a riesgo consciente de sus vidas, uno siente que, como José Martí, ellos creen que ser bueno es el único modo de ser dichoso.
Y no es la primera vez que algo como eso ocurre en esta tierra. La prueba está bajo los monumentos que en nuestros cementerios resguardan los restos de los combatientes internacionalistas. De África solo trajimos los restos de los hermanos caídos.
El proyecto cubano, sobreviviente de inmensos sacrificios, devela al mundo que la solidaridad y el humanismo deberían ser principios universales, despojados de cualquier ideología. No por casualidad Raúl Castro Ruz llamó a enfrentar el virus del Ébola deshaciéndose de toda manipulación política.
El egoísmo o los intereses particulares no sirven de mucho en situaciones de emergencia como las que ahora vive el planeta. Solo la idea martiana es hoy iluminadora: «Salvar, salva».