Carlos Manuel Perfecto del Carmen de Céspedes y López del Castillo Autor: Juventud Rebelde Publicado: 17/04/2019 | 07:27 pm
BAYAMO, Granma.— «Es testarudo y arisco, pero comprensivo y estudioso». Así escribió el director de una institución escolar en la cual estuvo un niño que, al empinarse, cambiaría la historia de Cuba: Carlos Manuel Perfecto del Carmen de Céspedes y López del Castillo.
El mismo directivo sentenció en esa caracterización que le pronosticaba, por su inteligencia, un futuro brillante. La vida le daría la razón, el pequeño se convertiría, después, en escritor, traductor, actor, compositor, pensador, abogado e iniciador de la independencia en Cuba.
Carlos Manuel creció sin miedo a los «más grandes» y una prueba de eso es el relato de uno de sus apasionados biógrafos, Aldo Daniel Naranjo Tamayo, autor de un volumen inédito de seis tomos, quien cuenta que cierto día, cuando Céspedes salió de la escuela encontró a un fornido coetáneo abusando de un compañero.
«Ven, conmigo», le gritó. Así se fueron a los puños hasta que el retador terminó «amoratando» los pómulos del supuesto fortachón. Tal espíritu rebelde estuvo presente en la mayor parte de la vida del primogénito de Jesús María y Francisca de Borja, quien había nacido casi a la medianoche del domingo 18 de abril de 1819, bajo torrencial aguacero, hace 200 años justos.
Otro historiador de la Ciudad Monumento, Miguel Antonio Muñoz López, quien ha estudiado la genealogía de la familia, remarca que la madre fue clave en la formación del retoño, pues ella fue capaz de ser un «puente mediador» entre él y su padre, conocido por su carácter riguroso y manera de pensar conservadora.
A caballo y entre ríos
«Su cómoda casa estaba en el número cuatro de la calle Burruchaga, en el centro de Bayamo. Allí vio la luz; sin embargo, buena parte de sus primeros cinco años transcurrió en una propiedad de la familia, la hacienda Buenavista, situada en la Sierra Maestra», subraya Naranjo Tamayo.
Ese temprano contacto con la naturaleza hizo del niño Céspedes un amante del ejercicio físico, la natación en los ríos, las cabalgatas y las travesuras. «Me he educado sobre el caballo, a la manera de los tártaros, cabalgando por las inmensas sabanas de la isla de Cuba», confesaría al evocar aquella época de sus comienzos.
¿Cómo sería su relación con Isabel Cisneros, una anciana casi ciega, quien devino su primera maestra, a partir de los cinco abriles? Ahora imaginamos al niño Carlos Manuel mirándola todo el tiempo con curiosidad gigantesca. Ella le enseñó a leer y escribir y los preceptos más elementales del catolicismo. Antes, en las serranías, había escuchado narraciones sobre jigües (o güijes), ondinas y hadas del monte, que a él le encantaban.
Y su acompañante en una época infantil era un fiel esclavo llamado Pedro, a quien él llamaba con cariño «Taita». Precisamente de esa etapa de recorridos por lugares agrestes, cuando ya iba tomando conciencia de la vida, presenció un episodio conmovedor que, de cierto modo, se repite luego en el peregrinar de José Martí. Narra Tamayo Naranjo que en una de las haciendas vio a un esclavo martirizado en el cepo; impotente, desconcertado, sintió que la tristeza le inundaba el alma y le humedecía los ojos.
Vivaracho y comunicativo, Carlos Manuel era, en contraste, algo huraño con los desconocidos. Pronto se dio a querer por sus hermanos, Francisco Javier (3 de diciembre de 1821) —quien también llegó a ser Presidente de la República en Armas—, Pedro María (31 de enero de 1826) y Borja (10 de octubre de 1826). Precisamente en el cumpleaños 42 de la única hermana se alzaría en el ingenio Demajagua contra la metrópoli española.
«Cursó sus estudios en el seno de los monasterios que existían entonces e impartían clases, de Santo Domingo y San Francisco, en Bayamo, y más tarde en La Habana, en el Real Colegio Seminario, también abierto entonces a la formación de hombres para el siglo, y en la Real Universidad. Su vocación fue estudiar leyes, el contacto con la tierra, el ejercicio continuo de su físico», expresaría, en apretado retrato, Eusebio Leal.
El ilustre historiador completa su descripción señalando que era «pequeño de estatura, fuerte e inquieto de carácter».
Un castigo
Una de las anécdotas más llamativas de su infancia acaeció en el convento de Santo Domingo, al que pasó a estudiar a los diez años. Allí se negó a realizar un ejercicio de Aritmética que le había puesto el padre Serrano y eso le costó un castigo en horas extraclases.
Pero no mucho tiempo después demostraría un gran apetito de conocimientos, al extremo de que se convirtió en un experto en latín y en amante de la filosofía y los clásicos de la literatura. Pronto tradujo, para asombro de muchos, pasajes de la obra de Virgilio y otros grandes de Roma, gracias, en parte, al incentivo del regente José de la Concepción Ramírez.
Algunos historiadores, como el propio Naranjo Tamayo —autor, además, de la prolija cronología El estandarte que hemos levantando, dedicada al Padre de la Patria, señalan que escribió los primeros versos antes de los 15. En ese momento, tal vez, empezaron las lecciones de esgrima y su batallar en los tableros de ajedrez, juego que le acompañaría hasta el viernes fatal de su deceso, el 27 de febrero de 1874.
Madurez temprana
Para Aldo Daniel Naranjo debió ser en la mencionada etapa cuando «nació otra arista poco mencionada: su afición por la cacería de puercos cimarrones y otros animales salvajes».
Tenía más o menos 15 abriles cuando ya se consideraba un experto en «el tirado de las armas de fuego», como él mismo escribía. De estas fechas debe ser el primer recital de versos ante la familia. Una noche, en la tertulia nocturna celebrada en la morada de su tío Francisco José, Carlos Manuel declamó con un tono de paz, la mirada relampagueante y el verbo solemne.
La actuación arrancó aplausos y elogios en la multitud y él buscó furtivamente la mirada tierna de su prima María del Carmen (Carmela), en quien empezaba a emanar un sentimiento correspondido. Ella sería el primero de los amores conocidos en su vida, cargada de pasiones hacia las mujeres.
En otras veladas entonó ante el público «canciones populares», acompañado al piano y rodeado de señoritas y amigos del barrio. Comenzaba a sentirse adulto sin serlo todavía. Hay un hecho que demuestra su madurez: en 1834, cuando su coterráneo José Antonio Saco es desterrado, expresa que Tacón (el Capitán General) se ha convertido en el azote más cruel caído sobre Cuba.
Andando el reloj el autor de esa frase desafiaría el gigantesco poder colonial. Ya era diestro en la espada y el ajedrez, brillante en la cultura y enamorado de Cuba. Tales virtudes le habían surgido desde los primeros pasos y le crecerían en su camino dentro y fuera de la Isla.
A esas pisadas iniciales, todavía no exploradas al máximo por nuestra historiografía, siempre tendremos que viajar para entender al héroe de carne y hueso, ese que ahora, a sus 200 años, inspira y alienta a una nación entera.
Fuentes:
Carlos Manuel de Céspedes, Escritos. (Compilación de Fernando Portuondo y Hortensia Portuondo). Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1982.
Biografía de Carlos Manuel de Céspedes (inédito, en seis tomos), de Aldo Daniel Naranjo.
Discurso de Eusebio Leal Spengler en el acto político y ceremonia militar de inhumación de los restos de Carlos Manuel de Céspedes y Mariana Grajales, en el cementerio de Santa Ifigenia, Santiago de Cuba, el 10 de octubre de 2017, publicado en Granma, 11 de octubre de 2017.