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El abrazo del «médico distinto»

Los pobladores de zonas desfavorecidas en Brasil quedarán sin médicos en los próximos días, y con certeza desearán el regreso de quienes solo esperan a cambio de su entrega una sonrisa, de aquellos que los miran a los ojos

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

«EL día que vengan a la consulta y no dejen que los abrace, o no me sonrían, no voy a atenderlos», les dijo; y el anciano Juvenal y su esposa, Cándida, comprendieron entonces que este médico era distinto a los otros que habían conocido.

«Los recibí en el puesto de salud como si fueran mis abuelos o como si los conociera de toda la vida. Me puse de pie, les tendí la mano para ayudarlos a pasar, y ellos dieron dos pasos hacia atrás. Nunca habían sentido la mano de un médico en sus hombros, y mucho menos un abrazo».

Juvenal, Cándida y los demás habitantes del municipio de Juatuba, en el estado brasileño de Minas Gerais, aprendieron que saludar a este «médico distinto» en la calle no era sinónimo de molestia o de invasión de su privacidad, y que no debían cruzar hacia la otra acera en señal de respeto, sino al contrario, porque según el mismo dijera: «estoy lejos de mi familia y si recibo muestras de afecto me sentiré más a gusto, dondequiera que me encuentre».

El pinareño Carlos Yohan Cruz Martínez, es especialista en Medicina General Integral y en Oftalmología. «Nunca voy a olvidar toda la sensibilidad humana que se despierta en lugares pobres y apartados de las ciudades, y recordaré siempre que el ser humano necesita, junto a la atención médica, otro tipo de atención, y esa no se enseña en las aulas», precisa.

Cruz Martínez arribó a Brasil el 8 de noviembre de 2013, como parte del tercer grupo del Programa Más Médicos para ese país, y aunque ya atesoraba la experiencia de una misión internacionalista durante siete años en Venezuela, las vivencias que tuvo desde entonces y hasta el 27 de noviembre de 2016, reconoce que le resultan incomparables.

«En la comunidad existía una división muy marcada entre la gente, porque no todos aprobaban el proceso impulsado por Lula da Silva, pero todos comprendían la necesidad del servicio de atención médica en esa población.

«No solo tuve que perfeccionar el idioma para lograr una mejor comunicación con las personas, lo cual no me resultaba muy fácil. Me propuse, principalmente, integrar a todos en una misma meta que no era otra que sentirnos bien y contar el uno con el otro.

«Por iniciativa propia organizaba una visita semanal a una casa de recuperación adscrita a la iglesia de la localidad para atender a los que allí se encontraban con el objetivo de liberarse de la adicción a las drogas. La mayoría no era residente en esa comunidad, y por ello no tenían derecho a la atención en mi puesto de salud, pero no quería negársela. Decidí entonces trasladar la consulta».

El especialista recuerda que la manera de recibir a los pacientes en la consulta cambió. «Siempre me dijeron que los médicos brasileños que trabajan en el servicio de salud gratuito andaban bravos, cabizbajos, que no los miraban a los ojos…

«Yo no soy así; los cubanos no somos así… Ellos se sorprendieron y adaptarse al cambio tampoco les fue muy fácil. ¡Te cuento que hasta tuve que amarrar la pata de la silla a la pata de la mesa! ¿Sabes porqué? Es que ellos eran pacientes, y debían estar cerca, como sucede en Cuba, con la silla al lado de la mesa. Ellos se sienten clientes, y el asiento entonces siempre estaba de frente a la mesa. Corrían la silla de lugar para ponerla como antes… Ya te digo, poco a poco había que transformar su manera de ver las cosas».

Lamenta Cruz Martínez que ya los médicos cubanos no continúen el Programa en Brasil, porque sin dudas, en no pocos lugares la gente se preguntará si podrá ver a un médico nuevamente. «Existen comunidades muy humildes, muy pobres, donde pocos estudian o trabajan, donde proliferan las enfermedades dermatológicas e infecciosas, donde no siguen pautas elementales de alimentación y donde la figura del médico es considerada como un dios».

—¿Se salvará del olvido alguna vivencia en particular?

—Una no, muchas… pero puedo contarte dos. La historia de Rómulo, por ejemplo, me impactó mucho. Tenía poco más de 30 años, presentaba un dolor testicular severo y una inflamación de sus pezones de manera preocupante. Lo evalué y el diagnóstico de cáncer testicular fue certero, se le realizó la cirugía y luego se sometió a las sesiones de radioterapia.

«Cuando supieron que regresaba a Cuba, los pobladores me organizaron una fiesta de despedida, y vi aparecer a Rómulo en su silla de ruedas. Me emocioné porque llevaba tiempo sin poder caminar, y aun así hizo el esfuerzo por ponerse de pie para tomarnos una foto. Su abrazo de agradecimiento fue apretado, sincero. Una semana después de estar en Cuba, supe de su muerte, y mi tristeza fue inmensa.

«Ana Carla me regaló una historia maravillosa. Le dicen Nina, y solo vive con su padre porque la madre se marchó de la casa cuando ella era muy pequeña. Él salía a trabajar y ella se quedaba en una casa diferente cada día. Le brindé cariño, además de atenderla durante sus crisis frecuentes de asma. Y su carita de alegría el día que le regalé una muñeca…, esa sí que no puedo olvidarla. Con nueve años, esa era la primera muñeca que tenía. Se aprendió de memoria las melodías que brotaban de la muñeca cuando se le apretaba el pecho y me las cantaba en la ventana del consultorio. Nina fue feliz con ese juguete en sus manos».

—¿Es cierto que hiciste un huerto de plantas medicinales y verduras?

—Sí, lo hice en los espacios inutilizados de la parte trasera del puesto de salud. Todos estuvieron contentos con la idea, y muchos me ayudaron. La medicina verde es muy utilizada por quienes no disponen del dinero suficiente para los medicamentos, y confían en ella. También sembramos verduras para la alimentación de las familias.

«Mi cantero de la salud, así lo llamé, quedó listo en dos días y créeme, no escapaban de su asombro. No entendían que un médico se ensuciara las manos con tierra o cemento. ¡Caramba, si yo soy del campo…!».

Es cierto. Cruz Martínez reside y trabaja en el reparto Hermanos Cruz, en el municipio de Consolación del Sur, Pinar del Río. Todo lo que le sabe a la tierra y a los animales lo aprendió ahí, junto a su familia y amigos. Es campechano, honesto, sociable, y con ello pone sus conocimientos médicos al servicio de los demás.

«Quise ser justo y reconocer el trabajo de todos los que colaboraron con mi estancia y de-sempeño allá. Imagínate que hasta unos diplomas diseñé en la computadora, los enmarqué y los entregué, en nombre del Programa Más Médicos, a los motoristas que nos trasladaban a diario, por ejemplo. Yo siempre supe que esa misión no era solo mía, o de Cuba, sino de todos los que la hicieron posible».

No estuvo solo el doctor en Juatuba, pues viajó con su esposa Gleiny Vázquez Hernández, también especialista en Medicina General Integral, quien laboró durante tres años en un consultorio situado a más de diez kilómetros del pueblo, en sentido opuesto al suyo. Se casaron antes de partir a la misión, y juntos decidieron compartir su amor allende los mares. Desde Juatuba, me aseguran, vinieron cargados de abrazos.

El doctor Carlos Yohan fue uno de los especialistas cubanos que decidió extender los límites de su consulta a otros lugares de la comunidad

En la parte trasera del puesto médico, este colaborador potenció la medicina natural y tradicional. Lo llamó «mi cantero de la salud»

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