Momento en el que el General de Ejército Raúl Castro Ruz funda el EJT. Autor: Archivo de JR Publicado: 02/08/2018 | 07:12 pm
Camagüey.— Risueño, dialogador y con una memoria de elefante es este holguinero devenido camagüeyano, el teniente coronel de la reserva Walter Pupo Méndez, de 70 años, a quien la vida le regaló la posibilidad de estar en el momento y lugar precisos para ser partícipe de una muy atrayente historia juvenil, la cual no deja de asombrar a quienes se detienen a escucharla.
A sus 70 años de edad, Walter Pupo Méndez sigue siendo risueño y dialogador.
Resulta que este guajirito de Tacajó, del municipio de Báguanos, en Holguín, es el mayor de ocho hermanos, proveniente de una casa muy humilde, de yagua y guano.
Nació el 19 de mayo de 1948, según fecha de inscripción, aunque verdaderamente vino al mundo el 13 de mayo de 1949, y es uno de los protagonistas de la creación en Camagüey del Ejército Juvenil del Trabajo (EJT), el 3 de agosto de 1973, por el General de Ejército Raúl Castro Ruz, en ese momento Ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).
«Recuerdo aquel día como si fuera hoy —dijo el entonces maestro de la Columna Juvenil del Centenario (CJC), a quien también se le conoce como el poeta improvisado— aunque no puedo describirte cómo fueron los segundos cuando el General de Ejército Raúl Castro Ruz no solo nos cambió la gorra por el sombrero, y viceversa, sino cuando nos tomó el puño y nos alzó los brazos al entonces sargento de la División de Infantería Permanente de las FAR Alfredo Luis Fuente Rodríguez, —ya fallecido—, y a mí, al cumplirse cinco años de creada la CJC, ese 3 de agosto.
«Fueron momentos de mucha emoción y sorpresa, y me parece increíble haber vivido aquellos instantes históricos de la Patria y la Revolución», reflexionó Pupo, quien con solo 13 años sabía que sería un hombre de «verde olivo».
—Aquel proceder del General de Ejército con ustedes, durante la constitución del EJT, ¿no estaba en el guion del acto?
—No, nadie sabía nada, hasta ese momento lo que teníamos claro era que ambos debíamos leer nuestras palabras y retirarnos hacia nuestros puestos en la tribuna, que estaba ubicada justamente donde radicaba la Escuela Nacional de Cuadros de la CJC, frente a los muros de la presa de Pontezuela, a unos 22 kilómetro de Camagüey.
«Al leer nuestros discursos, el compañero Raúl nos dijo a ambos: “Quedaron bien, cuadros”. Luego nos orientan mantenernos en nuestros lugares, porque el General de Ejército se tomaría una foto con nosotros. Aquello nos llegó al alma; estábamos muy nerviosos.
«Cuando Raúl concluyó su discurso caminó hasta el centro de la tribuna y nos llamó, para luego intercambiarnos la gorra y el sombrero, y levantarnos los puños.
«Aquella actitud del General de Ejército fue un detonador de emociones, todos los periodistas tiraban fotos y los hombres y mujeres presentes —la CJC también estuvo integrada por cientos de féminas —estaban enardecidos e impresionados. Lo cierto es que Raúl sorprendió, pues nadie esperaba aquel final extraordinario».
—En su opinión, ¿por qué Raúl concluyó el acto de una forma inesperada?
—He reflexionado sobre aquel momento una y otra vez, y muchas veces me he hecho la misma pregunta. Pienso que el General de Ejército Raúl es un hombre muy ingenioso; de acciones inesperadas que sorprenden a todos.
«Desde mi experiencia me atrevo a pensar que se inspiró en lo que vio durante el acto. Dos bloques de jóvenes, uno de columnistas y de miembros del Destacamento Seguidores de Camilo y Che con sus uniformes de trabajo y sus sombreros, y el otro de soldados de las FAR vestidos de verde olivo con sus gorras, salían de cada extremo del lugar y se entrelazaban en un solo grupo, trasmitiendo el sentir de lo que ocurriría luego; la creación del EJT».
—¿Por qué entre tantos jóvenes con condiciones usted fue el elegido para leer aquel discurso?
—Creo que la suerte me ayudó. Sí había muchos Héroes del trabajo, todos muy jóvenes y de méritos extraordinarios, pero cuando fueron llamados para que leyeran sus discursos muchos decían que no. Entre el miedo escénico y la escasa preparación de otros las propuestas iban disminuyendo. Para el 2 de agosto aún no había quien leyera el discurso.
«Ese mismo día mientras trabajábamos en el embellecimiento del lugar donde sería el acto, el teniente coronel Roger Reyes Carrasco, jefe de la CJC en Camagüey me vio a lo lejos cargando una carretilla de escombros y me llamó para decirme: “Está decidido, usted que es el maestro de toda esta tropa tiene la tarea de leer el discurso.
«Nadie objetó. Yo me preparé y no dormí en toda la noche, pues revisé mil veces lo que había escrito y me aprendí de memoria el discurso».
—¿Todo le salió bien?
—Más o menos, pues hubo un momento en que me quedé sin habla y solo recuerdo hasta cuando el General de Ejército Raúl nos llamó junto a él, lo demás lo sé por las fotos y la gente que me contaba lo que había pasado. Yo no veía ni oía nada, los nervios me atraparon del todo.
—¿Y cuando llegó a su casa ese día?
—Hasta mis viejos, Antonio y Caridad, quienes aún viven en Tacajó, en Báguanos, en el mismo lugar que dejé cuando tenía solo 19 años, me vieron por el televisor. Me convertí en un hombre muy popular, pero como te dije yo no recordaba nada.
—¿Desde aquel 3 de agosto muchos intentaron tocar o ponerse aquella gorra?
—Sí, muchos quisieron, pero la verdad es que nadie pudo con mi esposa, Esperanza Vera. Ni los más allegados de la familia y ni siquiera mis dos primeras hijas, Miladi y Misleidis pudieron ponérsela. Eso sí, hasta a mi tercera niña, Maydelín, quien nació mucho después, hubo que hacerle una gorra verde olivo.
«Mi esposa fue muy celosa con la gorra que me puso el General de Ejército, pues ella cogió ese mismo 3 de agosto una cajita, donde guardó la gorra, la cual puso bien adentro en el escaparate, el que cerró con una llave que ella tenía y solo de vez en cuando la gorra se podía ver, pero nunca tocar.
—¿Cuántas veces más estuvieron junto al General de Ejército Raúl Castro?
—Las fotos son testigos de 11 nuevos momentos. La última vez fue en 1993, cuando se conmemoraron los 20 años de la creación del EJT, en el Campamento de La Sacra, en el municipio de Najasa. Ese fue un día también muy especial, porque estaba Raúl y el Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, quién preguntó con sorpresa: « ¿Son los mismos aquellos dos?», y asentimos que sí con la cabeza.
—¿Cómo un guajirito de Tacajó alcanzó el grado de Teniente Coronel de las FAR?
—Superándome todo el tiempo y con mucha disciplina. Y es que yo viví las cosas más terribles del capitalismo y como muchos guajiros pobres también fui a parar al Camino Real, junto a mi numerosa familia. Cuando triunfa la Revolución, solo tenía un segundo grado y malamente, pero apoyé la alfabetización guiando brigadistas y repartiendo materiales. Así me entró el «bichito» del magisterio.
«Con el séptimo grado vencido me escogen para dar clases en mi pueblo, a los 17 años marché hacia la capital para superarme y en julio del 68 me incorporé a la CJC, en Camagüey, junto a otros 2 000 maestros que tenían la responsabilidad de elevar la cultura de los más de 50 000 jóvenes —la CJC llegó a agrupar en todo el país a más de 110 000 hombres y mujeres—, que también se sumaron a la columna agramontina. Sin la CJC no sé que hubiera sido de tantos jóvenes que en ella se formaron y estudiaron.
—Cuentan sus amigos que usted siempre fue atrevido y arriesgado. ¿Es verdad que con solo 13 años salvó vidas humanas durante el azote del huracán Flora, el 3 de octubre de 1963?
—Lo que viví durante ese ciclón fue también un acicate en mi vida. Sí, salvé junto a varios muchachos del barrio, arriba de un poste a un abuelito en las fuertes corrientes de las aguas crecidas. Allí observé la formación de los verde olivo. Eso me reafirmó lo que siempre quise ser: un hombre tal cual lo eran ellos.
—¿Por qué se queda en Camagüey?
—Aquí me hice hombre, me formé como militar y construí mi familia, junto a la holguinera Esperanza. Camagüey, mi otra tierra, me acogió como un hijo y de su llanura extensa, tranquila y bella me enamoré.
—Lo nombran un «poeta improvisado»...
—Hago mis décimas como cualquier guajiro de monte adentro. Y si me das un pie forzado te lo demuestro.
—Tal vez pueda usar mis propuestas de títulos para esta entrevista: «El abrazo de la gorra y el sombrero» o «Cuando la gorra y el sombrero se dieron las manos».
—Tenían que darse las manos/ la gorra y el sombrero/ donde jóvenes cubanos/ habrían nuevos senderos. /Dos bloques se saludaron/ con «cascos» muy diferentes/ y los jóvenes gritaron/ unidos juntos por siempre. /Eran mochas y fusiles/ cañas, trincheras y acción/ un ejército juvenil en defensa y producción. /De aquel apretón de manos/ salió un río de sudor/ y al soldado productor/ lo elogió el pueblo cubano.