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Fuego intruso en las parrandas

Cuando buena parte de las víctimas del incidente ocurrido en las parrandas remedianas ya están en casa en fase de recuperación, y mientras se esperan los resultados de las investigaciones, JR se acerca a las implicaciones del hecho desde el testimonio de sus fanáticos, personas que resultaron afectadas y familiares de estas

Autor:

Mauricio Escuela

REMEDIOS, Villa Clara.— A las diez de la noche del 24 de diciembre de 2017, en la villa de San Juan de los Remedios, el barrio San Salvador terminaba de encender su trabajo de plaza —lo que pudiera definirse para los que no son de esta tierra como una obra artística salida del ingenio popular que se exhibe en un lugar fijo—. Miles de personas expectantes en el parque José Martí esperaban la evolución del saludo o primera entrada de voladores correspondiente al mismo bando.

Minutos después, varias explosiones sacudieron el lugar, una luz enceguecedora y un calor desmedido se adueñaron del área de disparo de fuegos artificiales y alcanzó al público cercano. Cuando la luminosidad se apagó, dio paso a una historia llena de zonas oscuras y complejidades, pero más que todo a una ola de preocupación y solidaridad por las víctimas del siniestro.

¡Mamá, sentí que la muerte me jalaba!

El día 15 de diciembre ambos barrios hicieron un ensayo del tiro de voladores, pero Margarita Ruiz Rodríguez siempre le ha temido al fuego. Ahora que es mayor y tiene un hijo de 15 años de edad, le prohibió a este irse a la «parrandita del 15», como le llaman en Remedios. A pesar de los gritos de «Güirito» por salir, esa noche no pudo forzar los cerrojos tirados a la puerta. A las siete de la tarde del día 24, luego de bañarse y comer, Guillermo Enrique del Río Ruiz, insistente, recibió el permiso de sus dos padres solo para ir a ver el encendido de los trabajos de plaza y volver antes del comienzo del fuego. Margarita narra cómo en la medida que pasaron las horas, creció su angustia.

«Sobre las diez de la noche el padre salió a buscarlo al parque y yo me detuve en la esquina de las calles Alejandro del Río y Máximo Gómez. Allí sentí las explosiones, era como si una guerra hubiese comenzado. Escuché por el audio que había heridos y las fiestas se suspendían hasta nuevo aviso. En eso pasó una vecina y me dijo que las autoridades nos estaban localizando».

A Güirito lo entrevisté en su casa, cuando ya le habían dado el alta. Sus dos piernas están aún vendadas y tiene marcas de quemaduras en el rostro y el cuello. Se le nota que, a pesar de su gran tamaño, conserva rasgos aniñados como tomar leche en pomo, no se separa un instante de su mamá, la misma que estuvo con él durante todo el largo ingreso en el hospital infantil José Luis Miranda de Santa Clara.

Con la picardía en los ojos me cuenta cómo se adentró en aquella «noche de brujas» del pasado festejo parrandero. «En realidad fui hasta la plaza donde se descarga el fuego de San Salvador para ayudar en el llenado de tableros. Allí nadie te pide identificación, ni tienes que andar con la camiseta distintiva del barrio. Puede entrar cualquiera, siempre ha sido así. Luego traté de acceder al área de disparo en el parque, pero no me dejaban pasar. Les dije que yo era mayor de edad y como soy bastante alto, me creyeron. Allí dentro había más menores a pesar de que los artilleros y el jefe de fuego del barrio los intentaban sacar».

Desde hace varios años las áreas de disparo se aíslan con cercas metálicas, a causa de episodios de robo de voladores por parte de personal ajeno a las fiestas. Pero ese aditamento, al parecer, se convirtió para Güirito y otros «atrevidos» como él, en una jaula. El muchacho —escondido en medio del humo— se puso a disparar morteros desde una batería, cuando de pronto acontece una primera explosión que lo aterra. Intentó empujar la cerca, pero el gentío que estaba afuera hacía mayor presión.

«Vi entonces que colocaron unos sacos de nailon llenos de voladores en la misma acera de la Sociedad La tertulia. Me di cuenta de que era un peligro y aunque intenté salír por la puerta, ya me resultaba imposible a causa de la muchedumbre que la bloqueaba. Quedé atrapado y recibí el impacto de las explosiones posteriores. Mis tenis fueron destrozados y las piernas incendiadas. La onda expansiva me tumbó al suelo y varios artilleros que salieron huyendo me pasaron por encima. Sentí una bota puesta sobre mi nuca, solo un hombre se detuvo para alzarme y dijo sacudiendo mi cuerpo: “Arriba caballo, que tú te tienes que salvar”».

Güirito pronto se dio cuenta del número de quemados y caminó con las piernas deshechas entre la multitud, mientras pedía ayuda, «pero la gente solo atinaba o a huir o a filmarme. Así fui desde el trabajo de plaza de San Salvador al del Carmen, doblé por la calle Independencia y a las tres cuadras no aguantaba ya el dolor. Pedí ayuda a un hombre que estaba junto a su máquina, pero me dijo que no y se fue. Entonces un muchacho con una moto pidió que lo guiara hasta el hospital porque no era de Remedios, que él me llevaba, así llegué al cuerpo de guardia».

Mientras esto ocurría, Margarita se había lanzado a más no dar hasta el hospital de Remedios, donde había muchos heridos y estaba el personal médico y enfermero en total disposición; le dio trabajo hallar entre las víctimas a su Güirito. «Mamá, aquí estoy, me gritó él desde un rincón. En ese momento la vida me cambió y tuve que endurecerme. Nunca pensé que debía enfrentarme a mi peor pesadilla, a eso que siempre temí, las quemaduras de voladores».

Cuenta la mamá que aparecieron ambulancias de todos lados, que en menos de media hora estaban en el hospital infantil, donde además habían creado ya todas las condiciones. Los padres quedaron sentados en un cubículo aparte, mientras los doctores y las enfermeras limpiaban y vendaban de urgencia a los pacientes. «Luego una trabajadora de apoyo, de las tantas que vinieron aunque no tuviesen guardia esa noche, nos dijo algo que siempre recordaré: “Van a ver muchas vendas; ellos están graves, pero todos se van a salvar”».

Narra Margarita que cuando le volvió a mirar los ojos a su hijo, lo escuchó decir que la muerte lo jalaba, que lo perdonara por su desobediencia. Ninguno de los padres y familiares, ni los doctores, como la especialista Jaqueline González, ni los enfermeros, salieron en muchos días de la Sala de Quemados de la institución.

Güirito habilitó una libreta donde iba tachando cada jornada que vivía dentro del hospital, entre el cariño de su amigo, un enfermero que él prefiere llamar «Yabó» y el apego de todos, incluso las auxiliares de limpieza, las pantristas. Había terminado la pesadilla; comenzó la lección de amor.

Una sola familia remediana, cubana y universal

El video con las explosiones le dio la vuelta al mundo en cuestión de segundos, un beneficio de la zona wifi presente en el parque José Martí. Decenas de agencias noticiosas, diarios y cadenas televisivas se hicieron eco. También lo hizo la prensa nacional. El hecho generó una ola de preocupación y a la vez, de solidaridad. Así lo atestigua Tamara Lorenzo, fiscal de profesión y madre de Alier Roberto Ruiz, de 19 años y también accidentado con quemaduras en el rostro y las piernas.

«Todos los recursos aparecieron en cuestión de minutos, así como las autoridades de Salud, el Gobierno provincial, el Partido, el Ministerio del Interior. Se vio la total disposición de lo que fuese necesario para salvarles la vida a los muchachos».

Tamara dice haber quedado traumatizada por el suceso. Nada más de oír una ambulancia se sobresalta. Hace mucho tiempo que no duerme bien. Ella se encarga como profesional del control legal de los accidentados en cada parranda, así que conoce como nadie el nivel de peligrosidad. Pese a ello no puede prohibirle a su hijo, fanático del barrio San Salvador, que vaya a las fiestas. «Cuando tenía 17 años, los mismos artilleros vinieron con un papel para que yo, como madre, lo autorizara. Él ya había decidido hacerlo, así que di mi permiso y dije que lo cuidaran».

Tanto Margarita como Tamara son de las tantas madres que vivieron la bendición de la solidaridad del pueblo de Remedios durante el largo ingreso y la recuperación ambulatoria de los pacientes. Se hicieron colectas de dinero para comprar insumos alimenticios, como carne, lácteos, jugos y viandas. Incluso, remedianos que se hallan en otras latitudes enviaron donativos a través de simpatizantes de los barrios parranderos. El Gobierno local facilitó el combustible para que un ómnibus saliera cada día de la nave de San Salvador con los familiares y los visitantes. «Los teléfonos no paraban de sonar en la sala; ha sido mucho el apoyo recibido».

Tamara destaca la grandeza de la medicina cubana, que logró sacar a esos muchachos del pronóstico de extrema gravedad en que se hallaban, pero advierte que se deben tomar medidas con las parrandas, sobre todo con el fuego de mayor calibre, las carcasas o morteros de 75 y cien milímetros, por su cercanía con el público espectador de las fiestas y la carencia muchas veces de una organización y coordinación adecuadas para el disparo de bombas de tanta potencia.

La maldita culpa

Sobre la potencia de la explosión de las carcasas nos habla el actual presidente de San Salvador, quien estaba de vicepresidente en funciones el pasado 24 de diciembre, Nguyen Martínez Sierra, parrandero de larga data y artillero. «Ese mortero tiene dos tiros, uno abajo que debe ser tan fuerte como para levantarlo a cien o 120 metros de altura. Allá arriba abre como a 25 metros a la redonda, de ahí la presión con que explota, se comporta como una granada de fragmentación forrada de un plástico que se derrite y sale como esquirlas».

Nguyen apunta que debido a la peligrosidad de dicho fuego es recomendable que lo disparen artilleros de la empresa Viclar, que los produce, lo que desde hace años no es así, a pesar de seguir vigente dicho servicio como parte del contrato.

La directiva de Nguyen asumió el barrio un mes y 13 días antes de las fiestas y en tiempo récord intentó contratar el fuego necesario para las parrandas. Pero solo estaba funcionando la pirotécnica de Zaza para todos los barrios parranderos de Cuba. Dicha institución declaró no dar abasto con la cantidad de trabajo.

«Entonces San Salvador se volcó a ayudar a rehabilitar la de Chambas y la logramos terminar el 1ro. de diciembre; aun así las autoridades se negaron a certificarla para fabricar voladores, y solo lo hicieron 36 horas antes de las parrandas del 24 de diciembre.

«Ya a inicios del mes, los “sansarices” —simpatizantes del barrio San Salvador— enviaron una carta preocupados porque no les dejaban gestionar los voladores. Se hizo una reunión con las autoridades locales, pero no salieron soluciones. Nosotros, como parranderos, estábamos y estamos muy dolidos, porque sentimos que nos sabotearon el esfuerzo realizado», dice Nguyen.

Octavio Marcelo Carrillo lleva 47 años al frente del área del fuego en las parrandas. Este 24 de diciembre estaba a cargo del minialmacén con 500 carcasas que iban a ser tiradas en el saludo de las diez de la noche de San Salvador. Cuenta que debido al poco tiempo de preparación, el barrio solo disponía de diez mil voladores, 500 morteretas convencionales de menor calibre y mil palenques pequeños, lo cual representa menos de lo necesario para realizar una de las varias entradas que conlleva una parranda. El descontento entre los simpatizantes y los artilleros era gigantesco.

«A las 5 y 45 de la tarde llegó de Camajuaní el camión con el fuego de Viclar, de carcasas de cien y 75 milímetros, y como ya es costumbre nos aprestamos a prepararlo en baterías, lo cual asegura el tiro y disminuye el riesgo de accidentes. Es un trabajo que por su complejidad nos toma, por lo menos, dos horas y media de labor, pero nos quitaron la llave del contenedor y dijeron que hasta las ocho de la noche no la darían.

«En realidad la entregaron a las 9 y 15, bajo la exigencia de que debíamos hacer el saludo a las diez. Ya no daba tiempo a nada y asumimos el riesgo de tirar las carcasas manualmente».

Carrillo hace hincapié en que 45 minutos no es tiempo suficiente para montar, con plena seguridad, el fuego. Ello generó que los sacos se colocaran cerca de los tubos, y así agilizar el tiro, lo cual representó un peligro potencial de incendio de las cargas.

«Explotaron solo dos sacos, cada uno con 15 carcasas dentro. Uno estaba situado en el hostal La Paloma y otro junto a la Sociedad La Tertulia. Yo apenas atiné a cerrar el minialmacén que se encontraba a unos escasos ocho metros del pueblo y que si llega a explotar, quizá el daño hubiera sido catastrófico».

Carrillo, quien ha fungido como presidente de barrio y pertenece a una de las familias tradicionales del bando de San Salvador desde el nacimiento mismo de las fiestas, diseñó un proyecto para mejorar la seguridad en el tiro de voladores en las parrandas, pero ve con angustia que las medidas tomadas no son las mejores.

«Teníamos muchas iniciativas, pero con tan poco tiempo, con contratos lentos y sin apoyo suficiente, no se puede hacer parranda. Creo que esta fiesta merece más atención. En lo personal, pienso que deben mantenerse en el parque como escenario natural, pero haciendo énfasis en la variedad de los fuegos, en el espectáculo, la planificación».

Ni la improvisación ni la falta de previsión deberán seguir empañando un fenómeno declarado Patrimonio Cultural de la Nación, que no obstante hoy no tiene un mecanismo legal eficiente a través del cual sustentarse. 

Entretanto, Nguyen ya piensa en la fiesta de 2018 y hace planes para que todo lo perdido se subsane. El mismo sueño tienen cientos de parranderos de ambos barrios.

Una conga compuesta por fanáticos de varias edades fue hasta la casa de Güirito a recibirlo cuando salió de alta del hospital. Se nota que el amor por las tradiciones y por la vida van de la mano en este pueblo más de cinco veces centenario.

Durante mi entrevista con el muchacho de 15 años, otro amigo que está en segundo grado entró a verlo; le tiene miedo a las vendas y sólo espera que Güirito se recupere para jugar juntos; hablan también sobre la parranda que viene, con entusiasmo. Cuando terminé mi entrevista salí convencido de que Remedios tiene un atractivo especial e indescifrable que debemos salvar.

Esperemos entonces por los resultados definitivos de la investigación en curso y las medidas que se deriven.

Güirito, junto a unos de los enfermeros que lo atendió en el hospital.

 

 Cuando Guillermo Enrique llegó a su casa, después de haber estado ingresado durante varios día, en su barrio lo recibieron con una conga.

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