Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La entrevista que pudo ser

El autor de la novela El camino de la desobediencia (Evelio Traba, 2016), basada en la personalidad de Carlos Manuel de Céspedes, toma como pretexto la entrevista del periodista norteamericano Francis Miller al Padre de la Patria en 1873 —de la cual solo existen pequeñas referencias— para recrear en su libro la verdad histórica desde la ficción, con supuestas (pero posibles) preguntas y respuestas. Con este texto Juventud Rebelde continúa los homenajes a los iniciadores de nuestras guerras de independencia en 1868, hace 150 años 

Autor:

Juventud Rebelde

Francis Miller: ¿Cuánto hay de cierto en que usted había terminado de escribir unas memorias pocos meses antes del estallido de la insurrección del año 68?

C. M. De Céspedes: No es un rumor infundado, en diciembre de 1867 yo terminaba de escribir en mi ingenio unas memorias donde rescataba sucesos notables de mi vida anterior; peripecias familiares, mis viajes por Europa en 1842, mis juicios sobre la situación colonial que dio paso al glorioso 10 de octubre, entre otras misceláneas, pero según tuve noticias hace unos dos años, los españoles asaltaron la notaría donde las había depositado en Manzanillo e incautaron ese material… todavía me pregunto por qué no las han publicado falseadas, con el fin de desacreditar mi imagen pública… o si habrán sido destruidas…

Francis Miller: ¿Había alguna clase de contacto entre el general Prim y usted por los días del alzamiento en su ingenio Demajagua?

C.M. De Céspedes: Verá usted… yo conocí a Juan Prim en 1840, en un café de Barcelona llamado Montblanc, donde se reunía buena parte de la juventud progresista de Cataluña. Simpatizamos a primeras pues compartíamos casi las mismas inquietudes a pesar de que el joven oficial de Reus era casi cinco años mayor que yo. A mi regreso a Cuba en 1842 seguimos intercambiando correspondencia hasta que ese flujo epistolar se vio interrumpido por mí a razón de un hecho del que tuve noticia a pocas semanas de sucedido: en 1848, nombrado Prim Capitán General de Puerto Rico, dirigió una masacre contra una rebelión de esclavos en una de las Antillas Danesas y era fama en todo el Caribe la crueldad del ilustre caballero español. A partir de entonces suspendí la correspondencia con Prim y le confieso que vinieron después largos años de silencio. Pero en febrero de 1868 recibí un anuncio de Prim convidándome a una reunión secreta en un lugar convenido de Santiago de Cuba con cuatro agentes de su entera confianza. Por razones de salud no pude asistir, pero envié a cuatro representantes de los conspiradores de Manzanillo, y a la cabeza de ellos mi hermano Francisco Javier. Cada uno de mis comisionados estaba firmemente instruido en lo siguiente: no se llevaría a efecto negociación alguna que no tuviese por sustento la independencia absoluta de España. Los agentes de Prim explicaron a mis hombres que se planeaba un golpe maestro para derrocar a la dinastía borbónica representada en la persona de Isabel II y que para ello querían contar con la ayuda de los cubanos liberales de la isla dispuestos, junto a los españoles de bien, a echar abajo la tiranía. El ofrecimiento consistía en síntesis, en lo siguiente: que una vez defenestrada Doña Isabel, Cuba ocupase el estatus de un Estado Federal, con «autonomía», pero sin un autogobierno nacional que le permitiese erigirse en una nación independiente, dados los nexos que desde siglos anteriores unían a la Isla con la Madre Patria. Como usted entenderá, mis comisionados salieron decepcionados de aquel encuentro que tantas expectativas había despertado en todos nosotros. La negativa de su parte fue rotunda, tal y como les había encargado. Este hecho sin dudas cerraba un capítulo en mis relaciones con Juan Prim. Pero sin dudas nos dejó a los conspiradores un saldo doble: ya estábamos enterados del camino que llevaban los hechos en la Península y que esa coyuntura debía ser aprovechada por nosotros con suma inteligencia y tacto para nuestros propósitos particulares; por otro lado estábamos convencidos de que los problemas domésticos debíamos resolverlos con nuestros propios recursos, sin ayuda de posibles mayordomos extranjeros que convirtiesen nuestros esfuerzos en fichas de su propio juego. En todo lo que le he relatado radica la respuesta a su pregunta.

Francis Miller: Llama la atención, para cualquier estudioso de la historia contemporánea, la simultaneidad entre los hechos insurreccionales ocurridos en Cuba y Puerto Rico, me refiero al levantamiento capitaneado por usted en Demajagua y al que igualmente lideró el Doctor Emeterio Betances en Lares. ¿Existe alguna conexión entre ambos hechos, o se trata de una mera coincidencia?

C. M. De Céspedes: Cuando dos naciones hermanas y vecinas como Puerto Rico y Cuba tienen un mismo opresor que las mantiene sumidas en la ignominia, se dan cruces de información y formas de ayuda mutua que van más allá de la tosca incredulidad del hombre práctico. El médico de cabecera de mi primera esposa, cuyo nombre omitiré por razones sobrentendidas, había sido compañero de estudios de Betances en París allá por 1850 y los mismos lograron trabar una sólida amistad, consolidada con el paso de los años; debo decir además que los unía la hermandad masónica y unas ideas idénticas en cuanto a lograr la independencia para ambos pueblos. En julio de 1868, el mencionado doctor partió a Santo Domingo llamado por su antiguo colega. De ahí cumplió un importante encargo en Puerto Rico, donde participó de los preparativos de la insurrección y luego en el primer enfrentamiento armado. Involucrado en la acción que tristemente devino en fracaso militar, logró salvar la vida casi de milagro, embarcándose en un vapor que le dejó en Manzanillo en los últimos días de septiembre. De inmediato me mandó a llamar y en su cama de lesionado me participó de los últimos hechos en Puerto Rico y de los rumores que había oído ya de salida entre los pasajeros de la embarcación: en España una junta de generales, con ayuda de una sublevación popular, había derrocado el gobierno de la Reina. Como verá usted esta información de carácter exclusivo me hizo convencerme de que el momento había llegado, y que si lo dejábamos pasar lo lamentaríamos de por vida. Fue entonces que redoblé mis esfuerzos para convencer al resto de los conspiradores de la oportunidad que se nos presentaba, pero se me veía como un impaciente cuya premura podía estropear los planes de la mayoría, no le puedo negar que mis alertas fueron interpretadas por muchos como un intento de acaparar alguna gloria o notoriedad personal…

Francis Miller: En la emigración se dice que un telegrama confidencial logró que usted tomara la determinación de alzarse en su ingenio… ¿cuánto hay de cierto en ello?

C. M. De Céspedes: Es un rumor harto difundido, pero absolutamente cierto. Algún tiempo después del alzamiento se supo que el secreto de la insurrección había sido revelado en un confesionario: la esposa de uno de los hombres reclutado en mi ingenio reveló al entonces párroco de Manzanillo, que en alguna de las haciendas de la región se preparaban varias partidas para tomar la guarnición de la ciudad. Aquel hombre de Dios, violando el secreto de confesión, informó al Teniente Gobernador Fernández de la Reguera la gravedad de la situación. Y como es natural éste telegrafió a la Capitanía General de La Habana, y de esta, la autoridad suprema, el General Lersundi, cursó un telegrama el 7 de octubre, que afortunadamente interceptó un familiar mío empleado del telégrafo en Bayamo. El contenido del mismo hacía referencia a la aprehensión inmediata de mi persona y otros hombres principales del levantamiento. Retenida la información, dio tiempo a que se me avisase de forma inmediata en mi ingenio por conducto de un fiel sirviente de mi amigo Pedro Figueredo. Y como entre los conspiradores se había tomado el acuerdo de que se alzara el grupo que primeramente se viese en el peligro de ser apresado, yo tomé la determinación irreductible de prender la mecha de la Revolución con los hombres que desde hacía meses tenía bajo mi mando. Muchos de los que estuvieron conmigo en aquel momento vieron la circunstancia del telegrama como un hecho providencial, yo comparto sin dudas esa visión, yo soy un hombre de fe, y por tanto las casualidades tienen para mí un insípido sabor a superficie. Lo profundo, lo arcano, muchas veces se enmascara tras lo circunstancial, tras lo aparentemente fortuito.

Francis Miller: ¿Qué sintió usted al recibir la noticia de que los españoles habían reducido a ceniza y escombros su ingenio Demajagua?

C. M. De Céspedes: Tuve la agradable certeza de que había rendido su mejor zafra…

Francis Miller: ¿Qué posturas de la insurrección gangrenarían el alma de Carlos Manuel de Céspedes?

C. M. De Céspedes: Que se pongan los apetitos, las ambiciones y las rencillas personales por encima de Cuba, que mis desvelos en pos del orden sean tenidos por abusos de autoridad, que la virtud sea considerada un estorbo, que el poder sea ejercido por hombres corruptos, que se negocie con el enemigo una paz sin independencia…

Francis Miller: En el extranjero corre el rumor de que usted ha concedido grados militares a amigos y parientes suyos adictos a su política de mando, ¿cuánto hay de cierto en ello?

C. M. De Céspedes: En realidad muchos hombres de mi familia gozan de altos cargos en el Ejército, mi hermano Francisco Javier, mi primogénito Carlitos, así como otros familiares cercanos que respondieron de inmediato a mi llamado de libertar a la patria esclava, pero la autenticidad de esos reconocimientos está a la vista de todos, sus acciones y sus hojas de servicios son las que podrían desmentir con aserto esos rumores que la maledicencia de ciertos sembradores de cizaña no se cansa de propagar a los cuatro vientos… no soy yo en todo caso quien tiene la última palabra sobre este asunto.

Francis Miller: Usted defiende a capa y espada la fórmula del mando único ¿qué argumentos sostiene esta visión suya tan combatida hoy por parte de ciertas facciones del Ejército Libertador?

C. M. De Céspedes: Mi propuesta, desde los primeros días de la Revolución, consistió en una visión sensata: la realidad de un país en guerra no se maneja con aparatos legislativos propios de tiempos de paz… en una guerra, todas las soluciones deben estar encaminadas a ganarla de un modo legítimo, efectivo y rápido. Cada minuto empleado en discursos y alardes de civilidad representa un tiempo miserablemente perdido, un tiempo de ventaja que lo adquiere el enemigo contra quien se combate. El mando único otorga a la guerra un carácter de agilidad, de radicalidad, y sobre todo, de unidad. La existencia de dos o más poderes termina entorpeciendo la toma de decisiones, crea entidades parásitas y termina finalmente por corromper los propósitos originales, pues desata ambiciones malsanas, competencias personalistas, rivalidades y disensiones. Es muy fácil asociar las pretensiones de orden y unidad al fantasma de la dictadura, lo que realmente exige un esfuerzo es ver más allá de las barricadas hábilmente dispuestas, sobreponerse a las miserias, abrazar una causa sin desviaciones ni ambigüedades.

Foto: Aileen Infante Vigil-Escalera

Francis Miller: Según tengo entendido, en la asamblea de Guáimaro, la República en Armas adoptó como bandera aquella conocida como la de Narciso López, quedando la bandera con que usted se alzó en su ingenio, virtualmente relegada a un segundo plano, ¿produjo en usted alguna insatisfacción o incomodidad este hecho?

C. M. De Céspedes: Cuando un hombre, como en mi caso, deja toda una vida atrás en función de un ideal, no es para reparar en pequeñeces o trifulcas de chiquillos celosos. En aquel entonces los patriotas camagüeyanos propusieron la bandera de López porque era la primera que había ondeado en la isla, allá por 1851, con el fin de expulsar el dominio español. Y si bien es cierto que yo nunca simpaticé con las ideas anexionistas del general venezolano, había que respetar un símbolo defendido entonces con sangre noble como la de Joaquín Agüero y sus compañeros de infortunio. Lo importante no es en sí un estandarte, una bandera, sino lo que detrás de las imágenes se defiende hasta el punto de empeñar la vida en el sacrificio… Para mí la única legitimidad posible es aquella que encaja con los intereses de la mayoría pujante y sufrida, aquello de lo que todos se apropian por devoción, por fervor, por pura fe, es a lo que yo también me aferro… no existe ni existirá una pugna entre las dos banderas, yo estoy por encima de las parcializaciones miserables y las rencillas domésticas… Cuba es la palabra suprema de mi diccionario moral.

Francis Miller: Un hombre de la independencia americana a quien hubiese querido estrecharle la mano…

C. M. De Céspedes: A Simón Bolívar… le cuento que en el año 42 estreché ocasionalmente la de San Martín en París por uno de esos deliciosos azares de este mundo…

Francis Miller: Una ciudad de Europa a la que volvería con gusto…

C.  M. De Céspedes: Constantinopla…cruzar el Bósforo en una barcaza al atardecer…

Francis Miller: Un compositor cuya música le serviría para entender su destino…

C. M. De Céspedes: Frederick Chopin, en él están toda la vida y la muerte que caben en mí.

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