Los doctores y la enfermera que laboran en Pico Blanco no titubean ante los empinados caminos y los trillos retorcidos para visitar a sus pacientes. Autor: Ana María Domínguez Cruz Publicado: 21/09/2017 | 06:44 pm
Llegar a Pico Blanco, a 15 kilómetros del municipio villaclareño de Manicaragua, ya es una proeza. Solo se puede subir a bordo de un yipi WAZ o de una guagua local que, tres veces a la semana, transporta a los pobladores. A ambos lados del camino pedregoso, la vasta vegetación y el barranco que te hace titubear. Hacia adelante el polvo, las zanjas, los huecos que tapan con piedras algunos hombres de la zona con sus guatacas...Y hacia arriba y luego hacia abajo, y al final, esa comunidad que debe su nombre a la blancura de la cima de una de las montañas que hoy, a lo lejos, se divisa.
¿Cuáles son las maravillas de Pico Blanco?, le pregunté a Dayron Batista, actual administrador de la farmacia en esa comunidad rural y esposo desde hace 16 años de la enfermera Yaritza Corent, quien asume la atención de las poblaciones de los consultorios seis y 14, ubicados en un inmueble que también ofrece servicio de estomatología, hospitalización y laboratorio clínico.
«Además de mi esposa, en Pico Blanco te encuentras una naturaleza extraordinaria, gente muy noble... y los médicos cerca. Tenerlos aquí en las lomas del Escambray es también una maravilla».
No puse en duda las palabras de este hombre, a quien el amor le hizo adaptarse a la vida en las montañas y olvidar la algarabía de su natal Placetas. «Llegar es difícil y puede que para los jóvenes la vida aquí les quede chiquita… Pero quedan los más viejos, y convivir con ellos es también un privilegio, y hay que cuidarlos».
Hablé con él mientras esperaba que los médicos Maikel Moya y Lisdey Hernández alistaran su bolso para salir a visitar a algunos pacientes. Quise acompañarlos y fui testigo del andar peligroso por entre la maleza, los caminos de piedra, el puente colgante, el río y las lomas empinadas.
¿Cómo vivir tan lejos de la ciudad? ¿Qué hacer ante una emergencia? Y las respuestas me la dieron estos jóvenes doctores que, pocos meses después de iniciar su servicio social, han atendido a algunos pacientes en situaciones de urgencia en el antiguo hospital rural antes de que llegue la ambulancia, también en yipi WAZ.
¡Guapeando!
Maikel Moya es nacido y criado en Güinía de Miranda, otra localidad rural entre las montañas de Villa Clara, y tal vez por ello no le asustaron los caminos sinuosos para llegar a Pico Blanco. «Cuando terminé la carrera pedí venir a servir aquí porque no les temo a las lomas, a las noches calladas y a las casas alejadas. Esta gente necesita más que cualquier otra tener cerca la atención médica, y en lugares como este podemos formarnos de verdad como médicos integrales».
Recordó entonces aquella noche en la que, bajo la lluvia, acostó al octogenario Jesús en una camilla y lo tapó con un nailon para llevarlo hasta la guagua. «La ambulancia no pudo subir hasta acá porque con la lluvia los caminos empeoran y con las venas canalizadas y una primera atención brindada, él debía llegar hasta la ciudad para ser ingresado. Ahí está, vivito y coleando, y puede hacer el cuento como yo».
Lisdey Hernández ahora se ríe de ella misma. «¡Guapea y no recojas cabos!, así me dijeron cuando me subieron en un mulo el primer día que llegué a Pico Blanco. Venía yo con mis sandalitas, mi pelo estirado y mi maleta de rueditas. Tuve falta de aire y ganas de vomitar porque tantas vueltas en la loma me marearon, pero no abandoné el consultorio».
Ella ahora se siente una más de la comunidad, y monta a la mula Shakira o a la yegua Bandida para hacer las visitas en el terreno, aun cuando un toro pueda correrle detrás, como le sucedió una vez. Si hace falta se pone las botas de goma y una gorra, echa a andar por los trillos, se toma un buchito de café en cualquier casa y sigue. «Nadie quería venir a trabajar aquí y yo pensé que estas personas se quedarían sin médico. Después conocí a Maikel y ya somos dos los que crecemos todos los días un poco cuando alguien nos pone la mano en el hombro o nos abraza y nos dice: Gracias».
Yanitza Corent es la «seño» que conoce a cada vecino de Pico Blanco. Ha atendido quemaduras, fracturas, heridas, crisis de asma y otras afecciones, y asegura que lo único que no ha visto durante el ejercicio de su profesión es un parto. «No lo veré nunca aquí porque las embarazadas deben ingresar en el hogar materno semanas antes de dar a luz para evitarles complicaciones por estos lares».
Comparte a diario sus experiencias con los galenos. «Siempre les he dicho que nuestro trabajo debe ser en equipo. Al principio es difícil trabajar en una comunidad como esta, no porque la población se enferme con frecuencia, sino por la distancia entre las casas y el acceso complicado a estas. Con el tiempo, aprendes a superar todo eso».
Supe luego que entre las maravillas de Pico Blanco están también la charca de Don Julio, las fincas El Algarrobo y del Macho, la cascada El Chorro y hasta el mar, «porque desde Vargas, un poco más allá de El Caney, de Pico Blanco hacia atrás, puedes ascender una loma y ver el mar. Esa vista es espectacular», me contó Maikel.
No conocí más que unas pocas casas en las cercanías del consultorio, la escuelita y el río, que suele crecer demasiado, pero tuve la certeza, desde el punto más alto de ese empinado pueblecito, que la maravilla más grande de Pico Blanco es precisamente tener el servicio de salud ahí, al alcance.
Acercarles la atención médica a los guajiros fue una de las promesas que Fidel hiciera desde que pronunció su alegato de autodefensa La historia me absolverá, y durante estos años de Revolución se ha cumplido gracias a que jóvenes como Maikel, Lisdey y Yanitza ignoraron comodidades y ligerezas.