Ingeniera Marcia Delgado. Autor: Roberto Díaz Martorell Publicado: 21/09/2017 | 06:43 pm
NUEVA GERONA, Isla de la Juventud.— «Aquella tarde de agosto de 1980 nos tomó por sorpresa. Estábamos en plena faena. En la industria tratábamos de aprovechar toda la toronja que el viento había arrancado. Cuando de repente, alguien vocifera: ¡Ahí viene Fidel, ahí viene Fidel!», recuerda la ingeniera Marcia Delgado Espinosa, mientras revive aquel instante de exaltación.
«Estábamos bajo la influencia de los vientos huracanados de Allen, que afectó las plantaciones de cítricos en el territorio. Algunos no terminamos de almorzar. Corrimos disparados para la industria, donde esperaban camiones cargados de la fruta.
«En ese momento entró en el jeep que siempre utilizaba. Le aseguro que nadie lo esperaba. Se bajó, tomó una toronja, alguien la descascaró y picó en dos mitades para él. Me llamó la atención el modo en que se embarró toda la barba de jugo, sonríe, era como si tuviera mucha sed o ansiedad del fruto, luego sacó un pañuelo blanco para secarse las manos y la cara.
«Inmediatamente y sin protocolo entró a la fábrica. La conocía bien, nos visitaba con mucha frecuencia. Recuerdo su andar rápido, firme y seguro. Cuando llegó al sitio donde acopiábamos las toronjas, preguntó si se podía aprovechar toda la fruta.
«Me impresionó el dominio que tenía sobre el procesamiento
industrial, pero mucho más su preocupación, no solo por la posibilidad de la pérdida de nuestro principal rubro exportable, sino por las personas que estábamos en medio de ese ajetreo, por nuestras familias, viviendas…
«Después, su diálogo se centró en conocer sobre la calidad del producto, y de la aceptación del jugo y la fruta en el mundo. Decía que la toronja era una fruta sana, no solo por el sabor, sino también por sus valores nutricionales; imagínense, ya nuestro jugo había ganado medalla de oro en el mercado internacional.
«En lo personal, haber compartido con Fidel algunos momentos de mi vida profesional es uno de los recuerdos más hermosos que conservo. Atenderlo en la fábrica y conocer que tuvo una buena imagen de nuestra labor, me hace doblemente feliz», dice y pasa su mano por el rostro para enjugar una lágrima, que no puede evitar.
«Lo recordaré siempre como un ser genial, tan humano, con la capacidad de preocuparse siempre por los otros. Oigan… por él..., por Fidel, soy capaz de cualquier sacrificio», ahoga el verbo.
Fidel Castro durante una visita al Combinado de Cítricos de la Isla de la Juventud en 1980.