El terror de Barbados. Autor: Archivo de JR Publicado: 21/09/2017 | 06:39 pm
En todo… En esquinas mustias; en la carencia de insumos urgentes; en la ausencia de objetos leves que han evocado los abuelos y no hemos vuelto a ver o no conocemos. Sobre todo en la memoria; en tantas cicatrices; en un dolor que no es asunto del pasado y mantiene intacta nuestra condición de víctimas…
En todo están las huellas de la hostilidad y las agresiones múltiples a que nos ha sometido y somete el imperio más poderoso que haya conocido el Hombre. Nuestro pecado original ha sido querer ser. Esa elección ha sido inconcebible para los gendarmes del mundo. ¿En qué cálculo imperial puede encajar la posibilidad de que una Isla, estando tan cerca, tome un derrotero ajeno a la voluntad de los césares?
Ni siquiera golpeándonos con el terror hemos aprendido a obedecer. Porque el histórico diferendo entraña un abismo entre dos culturas, entre dos filosofías de la vida: mientras ellos, los del Norte, compraban y se expandían; nosotros, los del Sur, llorábamos.
Destino es destino. La materia insular no sabe tranzar. Por eso ningún experimento de subyugación funciona. No importa que hayamos sido un laboratorio donde sucesivas administraciones de Estados Unidos de América han ensayado sus caprichos en los ámbitos de la economía, la política, lo socio-sicológico, lo militar, todo aderezado con el arma del terror.
Cuba, preferiblemente sin sus habitantes, fue la más dulce de las obsesiones desde el siglo XVIII… A inicios del XX todo parecía marchar según lo soñado por los conquistadores y tal cual lo habían advertido Martí, Maceo y Gómez, hasta que el joven Fidel Castro lideró una Revolución triunfante. Desde entonces no ha habido obsesión más amarga ni carrera más enloquecida, terrorismo de Estado mediante, que destruir una experiencia cuyo núcleo ha sido el desvelo martiano de conquistar toda la justicia.
Desconcertados y frustrados, los enemigos de la Revolución se dieron a estudiar y a experimentar las más modernas técnicas de enfrentamiento cuyos resultados han sido la aplicación del terrorismo en lo mediático, lo económico, lo financiero, lo sicológico: una guerra que sobrepasó toda expectativa e imaginación de cualquier hombre civilizado.
Demasiado lejos ha llegado el terrorismo económico-financiero, ese que nos priva de alimentos, medicinas, tecnología, mercados, que intenta arrastrarnos a la desesperación. Después del 17 de diciembre del año 2014, aparente parteaguas en la historia de un diferendo, el imperio continúa aplicando contra Cuba y sus hijos el terror en múltiples dimensiones. Lo hace violando leyes y tratados internacionales, en una cruzada contra el sistema bancario mundial al centro del cual asesta multimillonarias multas para doblegar y desaparecer el ejemplo de la Cuba en Revolución.
En una política de asfixia, emprendida con rigor extremo, la lista de lo destruido es abrumadora: plantaciones, animales, industrias, tiendas, medios de transporte, almacenes, vidas humanas (mujeres y hombres de todas las edades; niños, como los fallecidos por culpa del dengue hemorrágico, obra de la guerra biológica; jóvenes en la flor de la vida, como nuestros deportistas y profesionales muertos en el avión de Barbados).
Una de las notas más terribles en esta saga del terror es la aventura de Bahía de Cochinos. Se preguntarán los verdugos, como con todo lo demás, el porqué del fracaso: ¿Por qué? Si el Gobierno de Estados Unidos no escatimó en recursos financieros; si un año antes de la hora cero de aquel 1961, ellos habían echado a andar una de las maquinarias más potentes destinadas a ablandar la sicología del cubano común; si habían apostado a todo, incluso a la división de las familias en el país, con el cuento de que los hijos serían secuestrados por el régimen comunista, desde los cinco hasta los 18 años de edad, y serían devueltos sin un ápice de espiritualidad, convertidos en materialistas feroces…
¿Qué llevó al fracaso si los que fueron al sur de Matanzas eran en su gran mayoría unos muchachitos? La edad media de los caídos defendiendo su país resultó ser de 24 años, y entre ellos los hubo adolescentes, casi niños. ¿Cómo habrán podido aplastar una invasión tan sofisticada y bien urdida tanta gente «de abajo»? Se sabe que las últimas ocupaciones desempeñadas por quienes cayeron fueron, mayoritariamente, las de jornalero, carpintero, jardinero, zapatero, albañil, chofer, obrero agrícola, mecánico, ferroviario, dependiente, estudiante, miembro de las FAR y de la Policía Nacional Revolucionaria.
¿Qué explica una victoria tan rápida frente a los invasores? Los pilotos de aquí despegaban por puro milagro, a sabiendas de que el vuelo era inseguro; camino al combate muchos de quienes avanzaban dentro de un tanque iban aprendiendo cómo ajustar la mira para el disparo…
La explicación del fracaso del enemigo, quien todavía nos provoca penurias y mucho dolor, quien no ceja en sus anhelos del siglo XVIII y le tiene el ojo echado con especial saña a la juventud (la misma que supo caer en las arenas de Girón), está en que vivir vida propia —algo que en 1959 quedó planteado como posibilidad real— ha sido un punto de no retorno, conquista cuyo valor fue aprehendido por millones de seres humanos en la brevedad de un chasquido de dedos.
En todo esto está la hondísima verdad de que la Patria, como ha dicho el poeta cubano Cintio Vitier, es ese misterio clarísimo e intocable; clarísimo porque no necesita de ningún análisis; intocable, porque ningún oprobio ni afrenta puede mancharlo.
En nosotros, víctimas de un larguísimo terrorismo de Estado, habita ese sentido de la existencia que ningún crimen, por monstruoso que resulte, podrá manchar ni extinguir.