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Ensamblador de sueños

No le hagan la tarea al niño, por favor, él no puede cortar tan perfectamente esos círculos de papel de colores, les decían a los padres del pequeño caimanerense Nelson Ortiz Salceiro, quien a los nueve años de edad goza de un talento especial para el arte del origami

Autor:

Haydée León Moya

Abrió los ojos y se dio cuenta de que estaba soñando con un cisne que volaba sobre la inmensidad del agua de la ensenada que bordea al poblado donde vive. Recordó que antes tuvo alucinaciones con un dragón y un escorpión frente a la puerta de su casa. Soñaba también con una paloma y un montón de animales hacinados en su habitación.

Nunca despertó sobrecogido de aquellos trances, porque la fauna que invadía su casa era de papel. Y él, el plegador que la creaba.

Si son o no fantasías del chico, no importa. Lo cierto es que Nelson Ortiz Salceiro, de nueve años de edad, que vive en el marino poblado de Caimanera, tiene un talento especial para el origami.

Contrario a lo que hizo a una niña japonesa crear Las mil grullas de origami, una obra emblemática de la cultura madre de ese oficio ancestral, y que le sirvió como refugio para escapar de los sufrimientos de la enfermedad que padeció tras el lanzamiento de la bomba atómica en la ciudad de Hiroshima, Nelson se rencontró con un arte que, al parecer, trae en la sangre.

Hasta que no lo ves, no puedes creer que esos cisnes blancos de finísima composición que encuentras en aulas del seminternado Luis Ramírez López, donde estudia, y en oficinas, casas de amigos y familiares, pero sobre todo en su habitación y cada espacio de su casa, salieron de las manos de este niño. Como tampoco los escorpiones, las serpientes, los dragones, las cestas, las flores y los corazones... y todo lo que hace y a veces deshace, porque es para él solo un creativo entretenimiento.

Es un muchachito tierno, tranquilo y centrado, como pocos a su edad. Y también parece feliz, rodeado del amor de los padres y maestros, y de la gente de su barrio.

Primeras señales

Los padres de Nelson nunca creyeron en ensoñaciones posibles, pero sí tuvieron muchas vivencias que los hacían creer, primero, que su hijo encontraba paz en la composición de figuras.

Dice Yaneisy Salceiro, la madre, que antes de cumplir el año era muy hiperactivo y buscó la manera de tranquilizarlo dejándolo derribar ollas y pozuelos de debajo de la meseta de la cocina. El ajetreo constante de una joven madre, entonces dirigente de la UJC, no le permitía advertir cómo terminaba aquel juego.

Fue Nelson, el padre del chiquito, quien le hizo notar que el niño colocaba cada objeto en su lugar, uno dentro de otro, en perfecto ensamble de mayor a menor.

«Me estaba abollando todas las vasijas y lloraba cuando yo las tenía que usar, y entonces le compraba juegos de componer objetos. En eso él pasaba horas y horas. Los armaba muy rápido con solo un año y medio de edad», asegura la madre.

Muy temprano comenzó a asombrar su destreza. «Un día estábamos en la estación esperando el tren local para ir a Guantánamo, y me dijo que él quería pagar y le di un peso de papel. Vi que lo dobló, solo eso. Cuando subimos al tren, tras unos 20 minutos de espera, puso en manos del conductor el avión en que había convertido aquel billete. Entonces tenía tres años más o menos», recuerda ella.

«También muy chiquito, como a los cuatro años, nos hacía cargar con cajas de cartón en las que perfectamente él cabía. Las desarmaba y, sin usar goma de pegar, convertía aquel envase grande en decenas de cajitas. Apenas dormía; era muy inquieto, y las horas de sueño las pasaba armando y desarmando cualquier cosa. Todo lo que caía en sus manos, si era de papel o cartón, lo guardaba doblado en cajitas que componía. No era un doblez cualquiera», afirma.

Pero ni siquiera después, cuando tuvieron que hacer frente a las constantes observaciones de la maestra de prescolar, quien recibía a regañadientes los primeros trabajos con papel orientados al niño como tarea extraclase, Nelson y Yaneysy tuvieron conciencia de las habilidades de su hijo.

«Padres, no les hagan la tarea al niño; él no puede cortar tan perfectamente esos círculos de papel de colores», siempre les decía la «seño» del círculo, hasta que se convenció de lo contrario, cuentan.

No es hasta los siete años que advierten su talento especial. Dicen que una tarde les pidió estar un rato con un amigo que estudiaba en la Secundaria, quien le iba a enseñar a hacer lo que él soñaba a cada rato. Y allá se fue...

Al rato regresó con un montón de papeles doblados e hizo su primera pieza: un escorpión con ensamblaje perfecto. «Cuando el amigo lo visita en la noche, se sorprende y nos dice “Pero cómo es eso, si lo que le enseñé hoy fue a componer los módulos”. En verdad era como una escultura de papel».

Comienza la pasión

La entrevista tiene lugar justo cuando Nelson, quien está casi todo el tiempo sentado sobre sus piernas y con las manos encima del papel, comienza a concretar un «pacto» que de antemano hizo con JR: esta conversación durará el mismo tiempo que él empleará para armar un dragón.

Se adelanta al «bombardeo» que le tengo preparado y dice: «Me pasé casi toda la tarde de ayer componiendo las piezas. Son más de 300, porque cuanto más pequeñas más trabajo dan, pero más fino sale el trabajo. Y si no lo hago así, usted amanece en mi casa, así que... un, dos, tres, yo comienzo a armar y usted a preguntar».

—¿Cómo lograste esa perfección, porque me imagino que no siempre fue así como así?

—Haciendo todo los días algo. Me ayudan mucho los documentales y otros programas de Multivisión. Y también mi papá y mi mamá, que me auxilian para buscar información en Internet, pero no hay manera de que ellos aprendan. Debe ser que no les gusta como a mí. No siempre las hice, ni las hago tan bien...

«Llevo un montón de tiempo para ver si hago un delfín que vi en el Acuario de La Habana, pero ese bicho da un trabajo de madre. A mí no me gusta cortar el papel, porque es muy cansón eso de cortar papelitos y cortar papelitos, ni hay que pensar tanto como cuando comienzas a ensamblar y a darle la forma al animal o a lo que quieres hacer».

—¿Qué es lo más difícil?

—Ufff, hacer las piezas, que se llaman módulos. Porque hay dos tipos de origami. Bueno, a lo mejor hay otros, pero los que más uno ve cuando averigua, es el plano y el 3D. Al plano también le dicen clásico, y se hace con hojas de papel. Fue de las primeras cosas que hice. El otro es con módulos. Se debe cortar todo el papel del mismo tamaño, cuadrado o rectangular, pero todo igualito de tamaño. No se usa goma de pegar ni se recorta nada, solo el papel para las piezas.

—¿Entonces sufres mucho haciendo todo esto?

—Tampoco así. Ya le dije que lo que no me gusta es cortar papel, que me cansa lo que se repite. Armarlas sí lo hago con gusto, aunque no tanto como cuando las comienzo a ensamblar. Cada módulo lleva un plegado que si no queda bien y planchadito, te sale medio deformada la figura. Cuanto menos te equivoques y menos quites y pongas, más lindo queda.

—¿Y siempre te quedan igual?

—Sí, cuando las pongo, ya se quedan. Pregúntele a mi mamá para que usted vea. ¿Usted me ha visto quitar algunas? Y ya voy casi por la mitad del dragón. Pero no es porque sea un sabio, es que pienso cada paso y no me paro, pero tampoco me apuro. Y no siempre me salen bien las cosas, ya le dije que el delfín ese me tiene «quema’o».

—¿Te gustaría entonces ser arquitecto, artesano o qué?

—No. Quiero ser inventor.

—¿Y ya no lo eres, o pudieras ser un origamista inventor?

—No, ya esto está inventado. Yo digo inventor de cosas. Y si no fuera inventor, me gustaría ser constructor y hacer un edificio que cuando tiemble en Guantánamo, no le suceda nada a la gente. Me gustaría que un día se hiciera un festival de origami y participar hasta que sea grande, porque aunque sea inventor, voy a seguir con el origami.

—¿Tienes algún reconocimiento, medalla...?

—No, no, si yo no compito ni voy a ningún lado a enseñar lo que hago. Solo disfruto con mi familia cada cosa que aprendo.

—¿Entonces no tienes ninguna aspiración con el origami?

—Sí, mejorar lo que hago. Y también me gustaría hacer una exposición. ¿Usted no me puede ayudar? Quiero hacer 91 piezas para el próximo cumpleaños de Fidel, incluyendo una con la figura del Comandante. Eso también lo he soñado.

Cuando intenté hacerle otra pregunta, me interrumpe:

—Disculpe, pero ya terminé el dragón...

Y en efecto, en poco menos de dos horas de diálogo estaba allí, en la sala de su casa, una pieza más de su amplia colección.

Una colección que tal vez nunca llegue a los 50 000 modelos que dejó el maestro japonés del origami Akira Yoshizawa, pero que hace muy feliz a este niño cubano.

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