La doctora Ortiz Quesada considera que se requiere que la familia siembre honestidad. Autor: Luis Pérez Borrero Publicado: 21/09/2017 | 06:38 pm
La máster en Ciencias María Esther Ortiz Quesada, profesora de Sicología de la Universidad de La Habana, ha dedicado su vida a salvar, a traer de regreso a muchos que se perdían en las adicciones.
Desde principios de 2003 comenzó a conducir o asesorar diversos programas radiales y televisivos asociados a la temática, a partir de ser una voz profesional autorizada, comunicadora por excelencia y una de las protagonistas de la batalla contra las drogas en las últimas cuatro décadas, en el terreno de la salud, la sicología clínica y la comunicación social.
Una causa irrenunciable de su estirpe bayamesa, que defiende en la consulta mediante la terapia grupal e individual; en las aulas universitarias, trasladando sus conocimientos y vivencias a los futuros salvadores; en los medios de comunicación masiva, llegando hasta el hogar más intrincado, lejano y quizá —oportunamente— hasta el más necesitado.
Cuando traté de puntualizar con mi entrevistada si había recogido correctamente los elementos fundamentales de su currículo, hizo algo más que una solicitud, ratificó su alto sentido de pertenencia y compromiso:
«Yo estoy orgullosa del trabajo realizado como docente. Mis alumnos constituyen para mí la constancia de que la juventud no está perdida, son la fuente fundamental de esa certeza y la tierra fértil donde deposito la esperanza. Los medios masivos de comunicación, ya sea en condición de asesora, de conductora de talleres y seminarios para periodistas y creadores o de comunicadora, han sido la oportunidad de salir de la consulta y del aula para llevar el mensaje hasta donde tal vez ni quieran recibirlo; sin embargo, todo lo que he hecho, todo, surgió y creció en el departamento de Tratamientos especializados del Hospital Siquiátrico de La Habana. Ese es mi origen (Higiene Mental), y me encantaría que quede constancia de ello».
Sus respuestas sobre las más diversas interrogantes que rodean a la marihuana en la actualidad, contribuyen a entender y persuadir acerca de los peligros en torno a esa sustancia nociva para el ser humano y la sociedad.
—La droga ilícita más comercializada y consumida en el mundo sigue siendo la marihuana. ¿Cómo impacta esta tendencia internacional en el paciente de Cuba y cuáles son sus efectos más comunes?
—Me pregunto si realmente la droga más consumida es la marihuana. Pienso que probablemente la más consumida en el mundo, aunque no haya registro de ello, sean los medicamentos cuando se utilizan para otros fines que no son los científicamente justificados, cuando de droga legal para curar ciertas enfermedades deviene ilegal por el empleo que se le da, y son usadas indebidamente en establecimientos penitenciarios, centros escolares, fiestas u otros escenarios.
«Más allá de esa visión, coincido con que entre las ilegales la marihuana es la más consumida; tiene el beneficio de la promoción que se le hace, de la propaganda internacional, sobre todo en internet, en el cine y la prensa; de la creencia entre muchos de que por su origen natural no es dañina y el enfoque aparentemente ingenuo de que es un regalo de la naturaleza, que no es algo procesado por el hombre. También se obvia la existencia de la marihuana de laboratorio, los cannabinoides sintéticos, que son resultado de cientos de fórmulas inventadas por los seres humanos, productos dañinos muy consumidos en el planeta.
«En este momento la mayoría de los pacientes que llegan a mi consulta es por consumo de marihuana y se está manifestando en que el último en darse cuenta de que anda por un camino equivocado es el consumidor, incluso cuando aún no ha caído en la adicción, y no es precisamente quien solicita ayuda especializada. Quienes se percatan son los familiares y buscan desesperadamente una solución.
«Las afecciones más frecuentes entre mis pacientes son las relacionadas con el fraccionamiento familiar, con el daño a la familia. Una parte no cree que haya un problema y otros están seguros de que lo que le está sucediendo al ser querido tiene que ver con el consumo de la marihuana. A lo anterior se suma el rechazo por el consumidor a la idea de que él tenga alguna dificultad y que esté asociada a la marihuana.
«Todo eso genera un conflicto al interior de la familia que desvía la atención del verdadero problema, que es el consumo de la droga. Para mí esa discrepancia que se crea es lo más significativo, porque cuando esas personas no saben o no han buscado ayuda, no tienen orientaciones para dirigir bien el manejo de la situación, lo cual complejiza mucho más la situación, que afecta en primer lugar al consumidor.
«Sin embargo, el daño más importante que estoy viendo es el síndrome amotivacional, en el que la persona rompe sus vínculos productivos con la sociedad, porque tiene muchos “intereses”, y muchos “deseos” pero ya no tiene energía sicológica como para organizar un proyecto y satisfacerlo, además de la frustración de no poder conseguir nada, porque realmente no tiene la posibilidad de alcanzar algún proyecto. Se produce una frustración tras otra entre los consumidores de marihuana, porque no logran nada, pierden la disciplina y la capacidad para el esfuerzo o para el sacrificio, que lógicamente requiere la consecución de cualquier proyecto.
«Por otra parte, están los que tienen una vida creativa, porque son artistas o sencillamente se dedican a la creación en general, y la musa no llega o desaparece, y empiezan a justificarlo con el bloqueo creativo. Otros comienzan a tener problemas en las relaciones sanas de pareja y esas dificultades hacen que se queden solos. Cuando ambos en la pareja consumen, la convivencia se hace muy difícil, porque permanentemente están en conflicto. Es algo así como una doble adicción: a la marihuana y a las malas relaciones.
«He conocido casos en que un miembro de la pareja ha descubierto que el otro se va a consumir marihuana con otras personas, lo que consideran algo peor que el adulterio, lo cual habla del lugar cimero en que ha ubicado a la sustancia.
«También entre las personas que atiendo encuentro dificultades en las relaciones sexuales. Cuando los dos son consumidores casi no lo echan a ver, porque están imbuidos en ese mundo de supuestas fantasías sexuales que inicialmente se erigen como esperanza de placer, para luego convertirse en aniquiladores de la auténtica intimidad; pero cuando uno de los dos es el consumidor, entonces sí se multiplican los problemas. Pasa sobre todo con hombres que son consumidores y mujeres que no lo son. En esos casos las esposas se quejan muchas veces de que “ya ni en la cama lo tengo, yo no sé dónde está mi marido, porque no está en ningún lugar”, porque no lo tiene ni en el cuidado de los hijos.
«Respecto a quienes tratan de acompañar el sexo con drogas, creo que la gente debe descubrir naturalmente la maravilla del sexo. La mezcla del disfrute sexual con marihuana u otra sustancia para tratar de llegar a supuestas fantasías, o el intento de encontrar siempre algo diferente lo sumerge en una trampa que suele conducir a muchas frustraciones.
«Un adolescente, un joven, está dotado de suficientes hormonas para disfrutar cualquier contacto con su pareja y es absolutamente innecesario el uso de drogas para ello. He tratado casos de muchachos que se han iniciado en el consumo a través de una pareja que lo incitó, en su primera relación sexual, a acompañarla con marihuana. Muchos de estos jóvenes establecen un vínculo tan fuerte con la sustancia que pierden la posibilidad del desempeño sexual y requieren de terapia para poder recuperar la posibilidad de lograr la relación sexual sin la presencia de la droga.
«Otros casos han dado con la marihuana en una fiesta, donde —según han narrado— dentro de un pequeño grupo se “pasan el pito”, y hay jóvenes que desean permanecer y no convertirse en supuesta nota discordante, pero que tampoco quieren sumarse al consumo, no se sienten listos para rechazarlo y siguen la peor de las rimas. Un joven decía que él para evitarlo, en lugar de inhalar el humo, lo que hacía era soplar para que los demás pensaran que él no dejaba de fumar. Evidentemente pretendía ser una forma de evadir el consumo, aunque seguía expuesto al humo que exhalaban los consumidores con sus consecuentes resultados.
«En los últimos tiempos también se han dado con mayor frecuencia casos de crisis sicóticas cannábicas y he pensado que estén vinculadas a daños cerebrales provocados por el tiempo que llevan consumiendo esa sustancia, muchas veces potenciada por el consumo de otras; el cuadro que caracteriza a la sicosis cannábica es muy peculiar, aparece una florida sintomatología paranoide indefinida y no siempre es reversible.
«Recuerdo que en una ocasión, en mi consulta, penetra una salamandra perseguida por un gato, logré salvar al reptil del felino. Tiempo después uno de los muchachos me confesó: “Mire si yo estaba mal, que el día que vi la salamandra, yo pensé que era un aparato que usted tenía ahí y me estaba filmando, que estaba regulando el equipo”. Al preguntarle cómo lo veía en ese momento, respondió: “Yo estoy seguro de que no es como lo vi, pero lo sigo creyendo”, lo que me desconcertó, pues aparentemente había superado la crisis; sin embargo, esta respuesta demostró la existencia de residuales sicóticos.
«No se trata de muchachos mal alimentados, incluso, la mayoría no tiene conflictos serios con la familia, tampoco están frustrados en cuanto a sus aspiraciones de obtener esta o aquella carrera o trabajo. Muchos son gente realizada en sus proyectos, que se relacionaron con grupos humanos que consumían marihuana.
«Lo peligroso está en que para poder aceptar los riesgos a que se enfrentan con el consumo, algunos tienen que pasar por estas crisis sicóticas que los afecta mucho. Eso tiene que ver con las creencias, que constituyen el componente cognitivo del comportamiento. De ahí que las personas se comporten de acuerdo con sus concepciones y es precisamente sobre ellas que debemos actuar los especialistas en el proceso de rehabilitación con estos pacientes.
«Se ha estimulado por años la convicción de que el consumo de la marihuana “no hace daño, que facilita el sexo, que me hace más simpático, que me ilumina y me baja la musa”, y ahora prolifera la idea de que países supuestamente más desarrollados que el nuestro aceptan el consumo como algo legal, entonces las creencias nocivas se globalizan y nos llegan con fuerza por todas partes».
—¿Qué hacer entonces para protegernos?
—Lo que es imprescindible para evitar cualquier mal, fundamental para prevenir el uso de la marihuana: la familia cohesionada. Por encima de todo, la familia que enseña que la vida misma es un proceso y que la adquisición de bienes, la conquista de logros, de todo, es un proceso que no se compra, que se alcanza con esfuerzo, con disciplina, organización, con empeño; la familia que disfruta el proceso de construir las cosas, no que quieran resolverlo ya.
«Las drogas les generan a las personas la sensación de que consiguen ya, ahora mismo, lo que necesitan o desean. Hay quienes acuden a ellas para supuestamente dejar atrás estados de ánimo depresivos. Las tristezas no pueden desaparecer inmediatamente, uno tiene que aprender que hay tristezas que están ahí y debe lidiarse con ellas, son manejables, poco a poco se debilitan y van a desaparecer. Pero creer que la voy a resolver con una pastilla o un cigarro de marihuana, es un grave error.
«También se requiere que la familia defienda siempre la honestidad y no solo de palabra, que la inculque en el comportamiento. Que enseñe a sus hijos el disfrute de las pequeñas cosas de la vida: ver juntos el televisor, cocinar, comer juntos, que compartan los disfrutes, que hagan suyo que la casa es como la guarida, donde siempre van a estar protegidos.
«La familia debe enseñar a los hijos a ser asertivos y no agresivos, porque la gente confunde la asertividad con la agresividad, a defender sus posiciones; alimentar el ser por encima del tener. Soy porque soy un ser humano, porque soy inteligente o no lo soy pero soy disciplinado, soy educado, esforzado, soy un individuo con valores. Hay que saberlos reconocer y que los hijos se sientan bien como son, no pedirles más de lo que puedan dar, saber exigirles cuando uno sabe que tienen talento y capacidad para hacer más, pero hay que aprender a hacerlo para no dañarlos, ayudarlos, no apabullarlos ni hundirlos.
«Debe ser la familia, además, capaz de supervisar, porque no se puede confiar ciegamente. Los hijos son vulnerables en determinadas edades y hay que estar alertas para ayudarlos oportunamente. Hay que estar al lado de ellos en el momento de apropiarse de los valores, no podemos estar ausentes o lejos. Los padres debemos ser sus vigías, conscientes del rol que nos toca dentro de la familia.
«Para mí el factor fundamental de la prevención de drogas, por encima de todas las cosas, es la familia; en segundo lugar, las políticas públicas, que sean claras, coherentes y se cumplan.
«Para poder ser efectivos en la rehabilitación, primero debe conocerse bien al paciente. Casi nunca al principio puedo lanzarme en una batalla para desmoronar las creencias, es preciso saber el terreno que piso y quiero que me acepten, que haya una comunicación real con el consumidor y no puedo ser una extensión de quienes lo reprenden dentro y fuera de la casa. Debo ser alguien en quien ellos confíen.
«Recientemente me llegó un joven consumidor de marihuana, que ha tenido muchos problemas e inicialmente fue muy reacio a recibir ayuda, pues estaba muy agresivo. Me propuse entonces tener con él una consulta muy abierta; a veces hacía una broma de lo que decía y antes de irse me dijo: “Usted es todo lo contrario de lo que yo esperaba, y voy a empezar a pensar lo que usted dice”.
«Se deben buscar las vías más efectivas de llegarles con el mensaje positivo, capaz de influir en sus creencias; poner en sus manos un libro o la información precisa, concebida por otros, no necesariamente la del sicólogo que lo atiende. Y le dices, “mira esto no lo digo yo, lo escribió un francés o un canadiense, a muchísimos kilómetros de distancia, pero tiene que ver contigo..., así que de todos modos piénsalo, me interesaría que lo leyeras”. Es una forma de introducir el diálogo, sobre todo con aquellos que tienen la atención puesta en lo que permiten o promueven otros países. Por otra parte, hago la referencia a colegas nacionales, lo que siempre deja la alternativa de otros espacios de tratamiento especializado.
«Desde la infancia es importante enseñar y acompañar a los hijos a que aprendan a decir que no. Esa es mi posición. A veces uno escucha a los padres que afirman: “pero es que este muchacho no sabe decir que no, cualquiera lo convence”. Sin embargo, ese mismo joven es el que dice “no voy a la bodega, no boto la basura, no puedo ahora...”. Realmente sí sabe decir que no.
«El asunto es ayudarlos a poner el no en el lugar adecuado y en el momento preciso. Es una manera de fijar posiciones, de crear valores quizá. Decir no a lo que pueda ser negativo o perjudicial al niño, al adolescente, al joven o al adulto, para si llegara el caso en que tenga que hacer una concesión de esta naturaleza, esté preparado para decir que no, porque sería como renunciar a su identidad, a su convicción, y difícilmente lo haga. Que sea capaz de decir que no a las drogas donde quiera que esté, en Cuba, Hong Kong o Nueva York, donde sea, pero hay que prepararlo desde niño en el hogar.
«Es tenerlo listo para un no rotundo. Hay quien dice “no, yo tengo la mía”. Y tampoco es así. Es simplemente, decir “no, yo no consumo drogas, ni tengo por qué hacerlo”. En este caso es decir “¿por qué tengo que ceder el espacio, por qué tengo que hacerle el juego? ¿Por qué sonreírle al enemigo?”. En un encuentro reciente que realizamos abierto al público, escuché a una adolescente de preuniversitario y a sus dos acompañantes, estudiantes también, decir lo mucho que disfrutan al decir que no a las invitaciones a consumir, lo fuertes que los hace sentir».
—¿Has tenido que sufrir la pérdida definitiva de alguno de tus pacientes por uso de marihuana?
—Tres de mis pacientes fallecieron. Uno era adicto a la marihuana y —según he sabido— lo mataron. Era una persona que cuando consumía se ponía muy agresiva y se vinculaba con elementos muy peligrosos, que lo golpearon hasta matarlo. Otro se suicidó. Se ahorcó porque asaltó a una mujer, la policía lo estaba buscando, fue para su casa y se quitó la vida. En ambos casos no los mató directamente la marihuana, fue la consecuencia de ella. Este último no tuvo la amplitud de pensamiento para darse cuenta de que un delito tiene una sanción que se cumple y se sale. Evidentemente el mundo se le cerró.
«El tercero mezclaba la marihuana con otras drogas y fue complicándose severamente su estado de salud, hasta sufrir una sobredosis que le quitó la vida. Era un estudiante de Filosofía, que empezó a justificar su consumo amparado en que grandes filósofos, incluso clásicos, supuestamente habían sido adictos a la cocaína. Fue víctima de sus creencias.
«Entre las personas que he atendido, he perdido a algunos, pero no necesariamente porque hayan muerto. Uno de ellos lo único que no perdió fue el afecto por su hija menor, aunque al final perdió la cercanía, pues la niña se fue a vivir a otra provincia con su madre, porque el padre se demenció completamente y tuvo que dejar de trabajar. A ese no lo perdí físicamente, por desgracia ya no es mi paciente. Su estado requiere otros niveles de tratamiento, tal vez sin remisión completa.
«El otro caso no se detectó por algún hecho directo de consumo de marihuana, sino porque su esposa vino a la consulta solicitando ayuda, pues quería divorciarse y buscaba orientaciones para el manejo con los hijos. Resulta que tenía unos niños chiquitos y este hombre se había convertido en un desconsiderado, porque se tomaba y se comía los alimentos de sus hijos y los dejaba sin nada: las compotas, la gelatina, el cereal, las natillas, el arroz con leche, en fin, los postres principalmente.
«Cuando ella me empezó la historia, le pregunté sin ambages: “¿Y desde cuándo consume marihuana?” Ella respondió sorprendida con otra pregunta: “¿Y usted cómo lo sabe?”. Acerté porque todo apuntaba a experiencias pasadas similares y respondía a parte del cuadro clínico de los consumidores de marihuana y le dije: “Yo quiero ver a tu esposo, porque antes de que tomes alguna decisión respecto al divorcio, deseo conversar con él”.
«Cuando llegó a consulta tenía un cuadro clínico claro: sus delirios lo llevaban a pensar que tenía un nexo directo con San Lázaro, anunció su renuncia a la consulta para ir al Rincón; sin embargo, cada día de terapia él estaba allí, en una ocasión porque el camión donde venía de regreso a casa se desvió, pasó cerca y él decidió ir a consulta; otro día porque se quedó dormido de regreso y despertó cerca; otro porque las guaguas estaban desviadas… conclusión: siempre venía. Esto pasó a manejo del resto del grupo, ellos hicieron una especie de interpretación que incluía su delirio: “San Lázaro te envía el mensaje claro, siempre que vas a verlo, él, de una manera u otra, te manda para acá, ¿no te das cuenta?”. A partir de ese momento su presencia se hizo sistemática, aunque ya estaba muy deteriorado; yo te digo que la sabiduría grupal es, muchas veces, el mejor aliado.
«Finalmente se divorciaron porque su proceso recuperativo era muy lento. La mujer me dijo: “Lo dejo, pues no tengo por qué arriesgar a mis hijos, ya perdí a mi marido, no puedo perderlos a ellos”. Después él se fue desvinculando de la consulta, cometió delitos y ha pasado mucho tiempo ingresado en un hospital siquiátrico, no en una sala de rehabilitación por drogas, sino por una enfermedad mental crónica.
«Denominadores comunes en estos casos son la violencia, las afectaciones a la memoria, la sicosis, el delirio y enfermedades crónicas biológicas o síquicas de muy difícil manejo.
«En el consumo de drogas a veces lo letal no es necesariamente la muerte. Para mí lo letal es esa muerte social o sicológica cuando todavía tienes vida; esa pérdida de la creatividad, cuando se apagan las relaciones interpersonales sanas, la muerte de la relación con uno mismo. Todo eso es peor. Asociar lo letal únicamente con la desaparición física, puede ser un error, o sencillamente una visión estrecha. Lo peor que le puede pasar a un ser humano es perder la motivación por la vida, o quedarse en una posición en la que le parece que tiene motivaciones, pero no puede hacer nada y ni siquiera darse cuenta de que es eso lo que le está pasando. Que una persona no pueda ser crítico de sí mismo, que su mente quede inhabilitada, que no pueda tener un juicio crítico de sí mismo o de la realidad, eso es letal. ¿Qué puede ser más letal que la pérdida del talento de una persona en el humo de la marihuana? A veces no queda claro qué es peor para los padres: si la muerte “definitiva”, o el ver todos los días al hijo morir. Claro, mientras tengan vida uno sigue pensando que algo se puede hacer».
—De acuerdo con su participación en diferentes eventos internacionales, en los que se debate la prevención del consumo de drogas, ¿a qué obedece la tendencia a la legalización y despenalización del consumo de la marihuana? ¿Qué impacto tiene en Cuba y particularmente en sus pacientes?
—Yo creo que detrás de todo está el narcotráfico. Ese es el interés principal de esas mafias, y no es paranoia mía. Hay mucho interés del crimen organizado en la legalización, porque eso para ellos sería una ventaja muy grande. En segundo lugar, creo que muchos países lo hacen hasta cierto punto por una aparente ingenuidad y están cayendo en esa posición. Aunque resulta muy sospechoso que grupos de poder con tan altas facultades o prerrogativas sean tan ingenuos como para no ver los peligros y amenazas que generan la comercialización y consumo de esa droga.
«Realmente no creo que estén ajenos a esa realidad. Pero si vamos a dar el derecho a la duda, no tendría otra explicación que la ingenuidad. Ello no los exime de responsabilidad. Otras naciones lo están haciendo porque no tienen idea o ni siquiera se asesoran justamente con las personas que trabajan con los sufrimientos del adicto y la familia, y están más en la posición de los “seudoderechos humanos”, porque para mí es eso y nada más.
«Alguna vez el Papa Francisco dijo que la droga no se combate con droga. El mal no se combate con mal. Y yo tengo la convicción de que si la droga es un mal, y de eso no hay la menor duda, ¿cómo combatir los males de las drogas legalizándolas? El Sumo Pontífice trabajó en Argentina con poblaciones afectadas por ese mal y tiene la vivencia de esos sufrimientos. Por eso reacciona de ese modo.
«Para poder entender la tendencia a la legalización es necesario recordar también los altos niveles de corrupción que sacuden el mundo de hoy. Y no es irrespetuoso pensar que muchas de las personas que abogan por legalizar la marihuana, se benefician del negocio.
«Por otra parte, considero que los proyectos sociales en muchas partes del planeta no han sido lo suficientemente efectivos en la prevención del consumo de esa sustancia, y en muchos casos se han quedado a nivel de papeles, de intención o muy limitados a determinadas esferas, sin un enfoque integral, a veces en una escuela o una comunidad, pero sin impacto en la totalidad de la población. Entonces los efectos de los programas preventivos son mínimos y la desesperanza hace que se piense que es mejor la legalización para evitar los problemas. Creo que hay países desesperados, que no saben qué hacer.
«Yo no acabo de ver ni un solo beneficio de la legalización de la marihuana. No hay ninguno. Algunos dicen: “Va a disminuir la población carcelaria”. Sí, menos narcotraficantes irán a prisión y multiplicarán legalmente sus negocios letales. Pero no va a disminuir la población carcelaria de los adictos porque seguirán cometiendo delitos bajo los efectos de las drogas o para conseguir más drogas; y los que no vayan a prisión seguirán presos del consumo. La violencia tampoco va a disminuir, ni las violaciones sexuales. Los síndromes amotivacionales no van a disminuir. Todo eso va a aumentar.
«Al consumo de los que ya eran adictos de forma ilegal se sumarán quienes no consumían por respeto a la legalidad, y una vez que los Estados dan el permiso es como decir: “bueno, ya no es un problema la droga, ya la marihuana no es dañina”. La legalización es en sí misma una incitación. Es ir en contra de toda lógica y de la verdad científica.
«Algunos se escudan en que es importante eliminar esa prohibición porque estimula el consumo. Entonces cabe pensar que si legalizamos las violaciones sexuales, la violencia, el maltrato a la mujer, si legalizamos todo lo que está mal hecho, entonces va a disminuir la posibilidad de que las personas sientan que tengan que hacer aquello que está prohibido. A mí me parece algo muy torcido. ¿Cómo es que el fenómeno funciona para unas cosas, como las drogas, y para otras no?
«Esa es una historia muy mal contada, razonamientos muy vulnerables, que desde mis vivencias no puedo aceptarlos, desde el sufrimiento de mis pacientes y sus familiares, así como el de las víctimas colaterales, ajenas a esos procesos, que también son afectadas como entes sociales, son cosas muy duras para verle alguna cara positiva a la legalización. Yo tengo terror de que mis nietos crezcan en un país donde la droga sea legal y fácil de adquirir.
«Sigo pensando que si se ha probado que la marihuana tiene un efecto negativo en el estado de la conciencia, que genera una disminución de la autocrítica y una visión del mundo distorsionada, no entiendo por qué utilizarla con supuestos fines terapéuticos, contra el estrés u otros padecimientos, porque abundan los medicamentos o plantas verdaderamente medicinales que están en el glosario internacional con efectos curativos.
«En Cuba como en todas partes, el debate internacional sobre la legalización de la marihuana tiene un impacto negativo, porque tiende a desmovilizar. Y si en esta batalla es imprescindible estimular y fortalecer la percepción de riesgo, cuando te están diciendo cada un segundo en internet que el consumo de marihuana no es malo, se multiplican los que hacen creer en sus inciertos beneficios y los países que la legalizan, entonces con más razón hay que levantar la guardia y desatar las alertas.
«Lo más importante es la protección del ser humano y hay que defender su lucidez. Nadie puede empañarla con falsedades y creencias, que lo arrastren a comparaciones nefastas. Parece algo apocalíptico escuchar voces que reclaman desde la ignorancia o ingenuidad más absurda: “¿Si aquellos la legalizaron, por qué nosotros no?”. Desde la resignación podría respondérsele a esas personas: “Sí, hagamos lo mismo, suicidémonos”. Pero esa es la visión torcida y pesimista. Creo firmemente en que la batalla se puede ganar y a ello he dedicado mi vida, por eso me resulta repulsiva la idea de la legalización. La marihuana no es una alternativa, es un mal comprobado».