Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El ejemplo transgresor de Mariana

Mariana y Marcos Maceo formaron un hogar en el que reinaba la armonía

Autor:

Odalis Riquenes Cutiño

Santiago de Cuba.— Se empinó sobre su altura de mujer y sobre su tiempo. No solo porque parió y educó una tropa de héroes, que dio todo en pos de la consecución de la libertad patria, sino porque ella misma hizo de su vida un excelso ejemplo de ser humano consecuente con sus ideas. Desde el hogar de virtud, que a fuerza de firmeza y ternura supo forjar, o desde la manigua redentora, donde con amor de madre y orgullo de patriota consagró su vida a la lucha por la independencia de Cuba, Mariana Grajales Cuello, la madre de los Maceo, se irguió sin proponérselo como símbolo imperecedero de rebeldía y consagración femenina.

Había nacido el 12 de julio de 1815 en Santiago de Cuba y fue bautizada en la iglesia de Santo Tomás Apóstol. De sus padres, el dominicano José Grajales Matos y la santiaguera Teresa Cuello Zayas, aprendió los valores y principios morales que luego transmitiría a sus hijos.

Desde muy joven vivió inmersa en el sufrimiento de la patria oprimida. Le tocó vivir una época de hiriente hostilidad a su raza, de inhumana represión esclavista, que fueron forjando su amor por la libertad y hasta su condición de fémina transgresora, capaz de empinarse en la defensa de un proyecto de vida transformador de su realidad.

Con 16 años, aquella mulata bella y desenvuelta se casó por primera vez con el pardo libre Fructuoso Regüeiferos, con el que tuvo tres hijos. Cuando años más tarde él desaparece de su vida, enfrenta la condición de jefa de casa en un ambiente precario e inestable y, sobreponiéndose a los prejuicios de su época, asume una segunda relación de la cual nació Justo Germán, registrado como su hijo natural.

Era una mujer joven, que juntando energía, valor y ternura maternal enfrentaba sola la crianza de sus cuatro hijos, cuando conoció y decidió unirse consensualmente con Marcos Maceo. Con él formó una familia de la que nacieron diez hijos y fundó un hogar en el que reinaba la armonía y los niños, quienes independientemente de sus orígenes paternos, recibieron como herencia un cúmulo de valores que les acompañarían toda la vida.

Cuando lo mejor de Cuba se alzaba en los campos en pos de su dignidad, con 53 años de edad, deshaciendo el mito de que los hombres en los espacios públicos y las mujeres en casa, marchó a la manigua llevando consigo a sus hijos más pequeños, a su nuera María Cabrales y a otros familiares.

La comodidad de la finca fue sustituida entonces por la vida a la intemperie y el constante movimiento por todo el territorio insurrecto. Su hogar era el hospital de la Patria, dirían quienes la conocieron, donde lo mismo se curaba una herida, que encontraba el enfermo el cariño de la madre ausente y el aliento para seguir adelante…

Así estuvo en pie de guerra durante diez largos años de encarnizada contienda. Allí enfrentó la pérdida de su esposo Marcos y de algunos de sus hijos, muertos en combate. Demostró Mariana, como nadie, cuánto se entrega cuando se ama una causa y dio la mejor muestra de su obra formadora, en la que enderezó el sentimiento materno por caminos tan firmes que alcanzó la cima del amor.

Como muchos patriotas, en 1878 marchó al exilio. Luego de realizar los trámites correspondientes para la recuperación de las propiedades embargadas, se estableció en Kingston, Jamaica, y allí sufrió los rigores de la pobreza y la estrecha vigilancia española que interceptaba la correspondencia con sus hijos prisioneros.

En ese lugar estuvo hasta su fallecimiento, el 27 de noviembre de 1893. A pesar de que la asediaron las vicisitudes, nunca dejó aquella mujer venerable de tener el vestido limpio, ni su casa dejó de ser centro de reunión de los cubanos exiliados. Tuvo fuerzas para con sus hijas y nueras contribuir a la fundación de asociaciones patrióticas organizadas en Jamaica, desde aquella casita humilde y alegre, donde seguía soñando con la independencia de Cuba y extrañaba el aire de su terruño.

Así queda en la historia, al decir del Apóstol. Sonriendo al acabar la vida, rodeada de los varones que pelearon por su país y guiando a sus nietos para que pelearan… Su ejemplo trasciende y es el mejor legado para las cubanas actuales.

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