Gilberto Pardo Gòmez Autor: Cortesía de la familia Publicado: 21/09/2017 | 06:27 pm
Personalidad es un término confuso. Y tan susceptible de diversas interpretaciones que, al no poder segregar su acento eufemístico, prefiero desecharlo. Pero en época de euforia ramplona, en tiempos de extinción de ese arquetipo universal que es el caballero, él aún conserva la prestancia, la majestad inherente a los hombres valerosos. Elijo pues, a la persona, en vez de referirme a la personalidad.
Tampoco me es posible apresar en breves líneas cuánta veneración despierta entre quienes gozamos del privilegio de conocerlo, pese a que no engrosamos la abultada legión que en más de medio siglo de ininterrumpida docencia ha bebido de su magisterio. Algo se filtra, desde luego, por la autoridad que ejerce su sola mención en mis padres, dos de sus discípulos eternos, prestos siempre a atender el más mínimo reclamo o petición del profe Pardo.
La vocación nacionalista nunca cobró en él categoría de disyuntiva, así que su caso no fue similar al de otros cirujanos que optaron por permanecer en su Patria después de 1959. Marcharse no fue una opción para alguien comprometido hasta la médula con la Revolución que se gestaba. ¡Si lo sabrán aquellos jóvenes heridos y perseguidos que salvaron la vida en el Hospital Universitario Calixto García por su gestión personal, algunos de los cuales andan por ahí todavía!
Desde que en la década de los 50 obtuviera, por concurso, plaza de médico interno y luego residente en aquella institución centenaria, su currículo es envidiable: pasantía en Chicago como interno rotatorio del Michael Reese Hospital; beca de estudios auspiciada por el British Council para el King´s College de Londres; jefe de servicios de cirugía, de unidades quirúrgicas, subdirector y director de los hospitales Calixto García y Joaquín Albarrán; misiones internacionalistas en Nicaragua, Perú y México en los años 70… Sin soslayar la membresía en federaciones y sociedades científicas cubanas y foráneas, o la participación en una treintena de eventos internacionales y casi un centenar en su país; las numerosas publicaciones; los cursos impartidos y recibidos aquí o allá…
Pero si algo lo define es su condición de maestro, de formador. No en balde este Doctor en Ciencias, Profesor Titular de Cirugía de las facultades de La Habana, Oriente y Las Villas —artífice del programa de esa disciplina en el Plan de Estudios vigente desde 1982—, ostenta la condición de Profesor Consultante y Profesor de Mérito del Instituto Superior de Ciencias Médicas de La Habana, y preside el Tribunal Permanente para Grados Científicos de las Especialidades Quirúrgicas del Ministerio de Educación Superior.
Como otra distinción a este as de la ciencia, añado que encarna al intelectual con proyección humanista. Tanto es así que está al corriente de lo que corresponde a su ámbito profesional, así como de las noticias, los periódicos, las revistas y las novedades editoriales de alto impacto dentro y fuera de Cuba. La Historia en primer plano; la crónica de las revoluciones, el estudio crítico de lo escrito y de lo que nos ofrece la tradición oral acerca de los grandes y pequeños episodios que han torcido el rumbo del planeta.
Al evocar su legado, en el gremio son legendarios su culto al rigor o la destreza en el quirófano, tanto como su afán de multiplicar el conocimiento y cuidar de su bella familia. Y como presumo que en él la Medicina es un estado de plenitud irrenunciable, el mandato del alma se sobrepone al mandato cronológico. Solo tamaño sortilegio podría justificar sus ansias de servir, de orientar, de confrontar, de hacerse presente físicamente.
Maneja su automóvil con propiedad y algo de instinto, como quien no puede apartarse de la misión asistencial. Días tristes son para él cuando algún achaque repentino coarta la disposición infinita, o cuando escasea la gasolina y no puede salir de Fontanar para llegar al Albarrán; mejor dicho, al «Clínico de 26», su otra casa, a la que ha sido fiel desde 1962. En esas jornadas que él se esmera en no alargar demasiado, allí se le echa de menos no como al patriarca que es, sino al que se ha ganado ser.
Por fortuna, son más las veces que se le ve venir, animoso, sin esfuerzo aparente. Como quien desanda por los pasillos de su hogar y descubre a cada paso su propia huella; los matices y olores del dolor y la alegría; la presencia y la ausencia revelados; en definitiva, el tiempo que, con déspota serenidad, nos desafía y nos define…
Todo ello se concentra, acaso sin nublar la sonrisa diligente. Prosigue la marcha en su medio natural la inveterada bata blanca, derramada en su cuerpo durante los últimos 65 años, que ya es igual a decir, para siempre. Admirable sacerdocio este que, amparado en el juramento hipocrático, refrendan antes su ética e integridad personales.
Adelantaba la utopía de plasmar todo mi afecto en pocas palabras. Ilusorio es pretender un compendio de tan vasta hoja de atención al prójimo. Pero olvidaba decir que esta silueta querida, este hombre sabio, exigente y decente, a quien —siguiendo el precepto moral de mis mayores— prefiero llamar «el profe Pardo», es el profesor Gilberto Pardo Gómez. Y omitía otro dato crucial: hoy celebra su 90 cumpleaños.