La provincia de Matanzas, a 102 kilómetros al este de La Habana, guarda en sus cuevas parte del tesoro arqueológico de nuestra joven prehistoria, investigadores de diferentes ramas tratan de develarlo desde hace años, pero aún queda mucho por conocer, informa PL.
El sistema Cavernario La Pluma, localizado a siete km al noreste del Puente de Bacunayagua, una de las maravillas de la arquitectura cubana; atesora una serie de cuevas que sirvieron de vivienda temporal a diferentes grupos de aborígenes cubanos.
Es muy conocido por excursionistas y espeleólogos de diferentes provincias y ha servido hasta hoy de campamento para muchos.
Los primeros pobladores de la isla dejaron huellas en sus paredes, pictografías (dibujos en la piedra) en rojo y negro, de tipo hojiformes en varias secciones del techo más bajo de la cavidad.
Un sencillo sol en rojo adorna y da nombre a la dolina del Sol, lugar, que por su iluminación serviría antaño como posible taller de instrumentos de pesca y caza realizados en piedras de sílex y conchas de gran tamaño, como atestiguan las excavaciones arqueológicas, realizadas en el sitio.
Para los primeros pobladores cubanos, todo material brindado por la naturaleza era importante y facilitaba la vida cotidiana; las puntas de flecha y lanzas se hacían utilizando las conchas de diferentes moluscos, de los cuales también consumían su carne.
Luego les servían para pescar desde la superficie, para cazar jutías y guacamayos, entre otros animales que fueron parte de su dieta.
En otras galerías de esta caverna se ven figuras geométricas marcadas en negro, una interpretación que está aún, a nivel de hipótesis y posibles interpretaciones de los especialistas.
Está espelunca se halla muy cerca del camino, el acceso es fácil, no así con otras no menos importantes que forman parte de este sistema, como es el caso de La Cachimba, bautizada así por investigadores del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de La Habana.
Un grupo de ellos lleva años excavando de forma organizada y responsable en este sitio, dirigidos por Roger Arrazcaeta, director del mencionado centro.
Al principio de las excavaciones, se extrajo una pipa de colín de sus más tardíos estratos térreos y a este hallazgo debe su nombre.
El trabajo de campo realizado durante años en el espacio del umbral, ya ha arrojado resultados; se sabe por ejemplo que era un sitio habitado temporalmente, por la ubicación dispersa de los fogones de leña.
De estos hoy quedan las cenizas y los restos de conchas de moluscos, cocidas en las brazas, además de huesos de jutías, gallinuelas y espinas de varias especies de peces.
Se sabe también que los asentamientos temporales pertenecen a grupos preagroalfareros, por la ausencia de restos de vasijas elaboradas en barro.
Para excavar estos sitios, se prepara el terreno con un sistema de cuadriculas, tejidas con hilos bien estirados y colocados con medidas exactas para la ubicación in sito de los artefactos encontrados durante la excavación, porque el lugar donde aparecen brinda mayor información que el objeto en sí.
Las excavaciones develaron restos dentarios muy desgastados por el constante consumo de moluscos y la dureza de su carne, microcuentas y colgantes realizados en conchas, puntas de flecha, elaboradas al sustraerles con fuertes golpes, lascas finas, a gruesos núcleos de sílex, entre otras piedras de alta dureza.
Pero el hallazgo más importante tuvo lugar en el interior, sobre un gran cono de derrumbes que da acceso al techo de este salón, donde se localizó un mural de petroglifos (dibujos incisos en la piedra), figuras rediformes (en forma de redes), antropomorfas (figuras humanas) zoomorfas (figuras de animales), puntos ubicados como constelaciones.
Mirar este cielo de dibujos es algo impresionante para cualquier arqueólogo y el saber que fue realizado por nuestros antecesores en la historia, ligado incluso a sus vivencias y creencias naturales, deja un mar de dudas para ser aclaradas en estudios posteriores.
Otras cuevas como Caguayanes, que ofrece una bella visión de espeleotemas variados y cristalinos, La Cruz, El Panal, El Jagüey, que debe su nombre a un caprichoso ficus que decora con sus raíces toda una pared de la gruta.
Un poco más alejada, esta La cueva del Agua, con bellas formaciones de gours (pequeñas fuentes o depósitos de agua) y perlas de cueva y residuarios arqueológicos.
Cercana al camino está también la cueva de Los Murales, nombrada así porque igualmente atesora pictografías de la etapa aborigen.
Todas y cada una de estas espeluncas, forman parte del sistema cavernario La Pluma y brindan refugio a importantes especies cavernícolas, murciélagos de diferentes especies, majaes, arácnidos, golondrinas roqueras y jutias son algunos ejemplos de esto.
En la época del año menos lluviosa, sobre los meses de enero, febrero y marzo, esta área se cubre de plantas de Romerillo, que florecen abundantes, con pequeñas eflorescencias de color amarillo brillante que atraen a gran cantidad de mariposas y abejas.
Con esta abundante flora quedan camufladas las entradas de las cuevas, de manera que solo los buenos conocedores de estos intrincados caminos pueden localizarlas en este tiempo.
La geografía cubana se asienta principalmente sobre terreno cársico, es por eso que las cavernas han sido utilizadas en todas las épocas con diferentes fines, convirtiéndose así cada gruta, en parte de nuestra historia y patrimonio.
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