Desde sus inicios en la lucha, Melba fue incondicional a Fidel; Haydée, siempre sonriente. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 06:15 pm
Cada 28 de julio a Melba Hernández Rodríguez del Rey le gustaba celebrar su cumpleaños con los pioneros. «Ese día siempre recibo las visitas de los más pequeños, quienes me dan mucho amor» —afirmó al cumplir los 90. Y comentaba entonces a la prensa: «Cada época es singular y los jóvenes de estos tiempos tienen menos prejuicios que antaño. Frente a cualquier peligro, la juventud sabrá cómo defender la Patria. Es necesario conocer la historia, pues así muchos pueden entender los sacrificios que otros hicieron para lograr que Cuba fuera libre. Mi relevo está garantizado».
Nacida el 28 de julio de 1921 en Cruces, antigua provincia de Las Villas, Melba fue la hija única de una pareja formada por María Elena Rodríguez del Rey Castellón y Manuel Hernández Vidaurreta, quienes habían sido combatientes clandestinos durante la guerra de 1895 y le inculcaron el activismo revolucionario.
Hizo la primaria en la escuela pública de Cruces, donde su directora, Corina Rodríguez, había sido mensajera del general mambí Higinio Esquerra, uno de los líderes de la Guerra de Independencia; por lo que la etirpe de luchadora la llevaba en las venas y en la formación.
En 1943 se recibió de abogada en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana. Después obtuvo una licenciatura en Ciencias Sociales en la misma casa de altos estudios.
Se había iniciado en la lucha en una sociedad que reservaba a las mujeres el delantal como su más noble traje de labor cotidiana y —junto a Mariana, Haydée, Celia, Vilma y otras valiosas mujeres— dejó su impronta imprescindible en la historia de Cuba. El pueblo también la quiere y la recuerda por la foto tras los barrotes del Reclusorio Nacional para Mujeres de Guanajay, condenada por su participación en el Moncada e imagen que resume una época de represión, de rebeldía y de dignidad.
Integró Melba la primera Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio. Entre las tareas que realizó, además de reorganizar las fuerzas revolucionarias dispersas en las provincias occidentales, estuvo la edición y distribución clandestina del alegato de defensa de Fidel Castro en el juicio por los hechos del 26 de Julio de 1953, documento titulado La Historia me absolverá.
Luego, en México, desempeñó importantes misiones y el 25 de noviembre de 1956 despidió en el puerto de Tuxpan a los expedicionarios del yate Granma. Más tarde se incorporó al Ejército Rebelde en las filas del III Frente Mario Muñoz Monroy, dirigido por el Comandante Juan Almeida.
Durante la agresión yanqui al pueblo vietnamita fundó y presidió desde su creación el Comité Cubano de Solidaridad con Vietnam, que más tarde extendió su trabajo a Cambodia y Laos. Fue Vicepresidenta del Movimiento Cubano por la Paz y la Soberanía de los Pueblos, y miembro del Presidium del Consejo Mundial por la Paz.
Después del triunfo de Vietnam contra Estados Unidos, fue embajadora de Cuba en ese país y en Cambodia, y secretaria general de la Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina. Entre 1976 y 1986 y desde 1993 fue diputada en la Asamblea Nacional del Poder Popular. Desde 1986 fue miembro del Comité Central del Partido.
Melba murió el 9 de marzo de 2014 como consecuencia de complicaciones asociadas a la diabetes mellitus que padeció durante mucho tiempo, y sus restos descansan en el cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba. Pero su ejemplo perdura en los millones de cubanas que son fieles a su historia de lucha e hidalguía.
Yeyé
Nacida en el central Constancia, de Encrucijada, Haydée Santamaría Cuadrado (Yeyé) fue la primera de los cuatro hijos de Joaquina y Benigno que se entregarían en cuerpo y alma a la Revolución.
«El sobrenombre de Yeyé creo que se lo puso mi primo Fito», contaba su hermana Aida. Desde entonces quedó así para todos, incluso para sus compañeros de la clandestinidad, la Sierra y amigos íntimos.
Con apenas un sexto grado, Haydée dejó su idea inicial de ser maestra y comenzó a prepararse como enfermera, profesión que sería vital durante los sucesos del 26 de Julio de 1953. Desde adolescente compartía sus convicciones y pensamientos con su hermano Abel, con quien vivió en un apartamento en La Habana.
En la capital empezó a relacionarse con jóvenes revolucionarios que visitaban su casa. Allí conoció a quienes los acompañarían luego en sus años de lucha, y a Fidel. Cuando lo vio por vez primera, Haydée no sabía mucho sobre él. La única referencia era de alguien que la iba a impresionar mucho, justo como le dijo su hermano días antes.
A partir de ese día en que lo conoció, aquel joven fue visita constante en el apartamento. «Cuando nos encontramos a Fidel todo comenzó a hacerse posible, dijo Haydeé.
Juntos comenzaron a preparar el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, hecho en el que perdieron la vida su hermano Abel y su novio Boris Luis Santa Coloma.
En carta desde la prisión de Guanajay a sus padres, Haydée les escribiría luego: «Mamá, Abel no nos faltará jamás. Mamá, piensa que Cuba existe y Fidel está vivo para hacer la Cuba que Abel quería. Mamá, piensa que Fidel también te quiere, y que para Abel, Cuba y Fidel eran la misma cosa, y Fidel te necesita mucho».
Al salir de la cárcel de mujeres en 1955, junto a su compañera de luchas Melba Hernández, se incorporó a otras tareas en la clandestinidad. En Santiago de Cuba y junto a Frank País preparó el alzamiento del 30 de noviembre. Luego subió a la Sierra Maestra y conoció a Ernesto Guevara, con quien compartió no solo los medicamentos para el asma, sino también una profunda amistad.
Al triunfar la Revolución en 1959, Fidel le indicó dirigir la prestigiosa institución Casa de las Américas. Allí resguardó lo más valioso del arte latinoamericano.
Quienes fueron sus compañeros en aquella casa en Tercera y G, del Vedado habanero, la recuerdan por su carácter, mezcla de jovialidad y fortaleza. «Mi hermana era una persona alegre, y en el fondo una romántica empedernida», recuerda Aida.
«Ella me hizo ver que la Historia, con mayúsculas, la escribían personas. Y que todo el mundo, por humilde que fuera, tenía la oportunidad de asaltar un Moncada en su vida».
En julio de 1980 Haydeé se fue, pero no del todo.
Aquella ferviente martiana que creía en la virtud de la utilidad y adoraba los girasoles, será siempre parte de su pueblo y la Revolución que había acunado desde sus inicios en aquel apartamento de 25 y O.
Como si tuviera una especie de luz, Haydée es de las personas que se destacan irremediablemente más que otras.
Así, como escribiría luego Roberto Fernández Retamar: «Recordar a Haydée es contemplar el paso de un relámpago, escuchar la crepitación de bosques incendiados. Así quedó su imagen en nosotros. No la de estéril serenidad, sino la del bullir quemante. Fuego y luz».