SANTIAGO DE CUBA.— Quienes lo conocieron de cerca lo describieron como un magnífico hombre de seis pies del que irradiaba un simpático magnetismo, caballeroso, reposado, franco, leal, sencillo...
Aunque nunca tomó lecciones de estrategia ni de táctica militar, es considerado un guerrero genial: el Héroe a quien se verá siempre, en la historia, explorando la sabana y cayendo luego, con sus soldados, con arrogante gesto, alto el machete y desplegada la bandera, sobre el cuadro enemigo...
Para muchos fue el combatiente por excelencia más que el gran caudillo militar, el hombre entero que hizo de su vida eterno combate por la redención y el decoro.
Quizá le faltaron el tiempo y las oportunidades para hacerse bachiller, mas no para hacerse profesional del heroísmo. En la batalla tuvo su escuela; en las armas, sus libros; como guía, el corazón.
Miró más a la esencia que al accidente de la vida. Mostró, con su ejemplo, la validez de los principios que aprendió desde la cuna, humilde pero virtuosa, y demostró que la rectitud del carácter es el mejor recurso para imponerse en todos los tiempos.
Así era el mayor de los hijos de Marcos Maceo y Mariana Grajales: Antonio de la Caridad Maceo y Grajales, el mulato pobre que se elevó a las cumbres más altas de la historia de Cuba.
Nació el 14 de junio de 1845 en una modesta casita en pleno corazón de la ciudad colonial santiaguera, hogar de rigor y probidad. Sintió el peso de la pobreza y la discriminación racial en la sociedad esclavista.
En contacto con el ambiente de mulatos, y descendientes de esclavos, entre otros, conformó su personalidad y aprendió la responsabilidad, el aprecio al trabajo, la disciplina, la fortaleza de espíritu y de cuerpo, la vocación de servicio y un profundo amor a la libertad y a la justicia.
La Revolución iniciada en La Demajagua lo encontró recién casado, con el alma ya dispuesta al sacrificio y con el entusiasmo por la patria y la libertad que había descubierto en el mundo de la francmasonería.
De hazaña en hazaña se alzó desde el puesto más humilde de soldado al grado de Mayor General; de arriero, al mambí temerario y victorioso de más de 800 acciones por la manigua oriental en la Guerra de los Diez Años y 119 combates en la Guerra de 1895, al artífice de las lecciones de táctica en la invasión de Oriente a Occidente. Ese era el Titán al que 27 heridas no pudieron mellarle el coraje.
Frente a la claudicación y la división de quienes propiciaron el Pacto del Zanjón, se alzaron su carácter y su devoción patriótica. «¿Qué ganaremos con una paz sin independencia, sin abolición total de la esclavitud (...)?», respondió ante las pretensiones del general Arsenio Martínez Campos en Mangos de Baraguá.
Celoso defensor de nuestra independencia y visionario de los peligros que sobre esta se cernían, dejó escritas estas palabras: «La libertad se conquista con el filo del machete, no se pide: mendigar derechos es propio de cobardes incapaces de ejercitarlos. Tampoco espero nada de los americanos, todo debemos fiarlo a nuestros esfuerzos, mejor es subir y caer sin ayuda que contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso».
Sus ideas libertarias marcaron el pensamiento de las generaciones que le sucedieron. Su ejemplo de vida, en el que descuellan los méritos que lo inmortalizaron como el Titán de Bronce, son savia y llama viva de nuestro presente y futuro.