Lázaro Peña era de los imprescindibles, los incansables, los vitales. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:46 pm
De niño quiso ser violinista, pero el sueño cedió ante la necesidad de trabajar en una tabaquería para contribuir al sustento de la familia. La música que hizo brotar fue otra, con las cuerdas más sensibles, con virtuosismo inigualable.
¿Cuánto habrá sufrido?, me pregunto. No poco, con certeza, porque el ser pobre y negro lo ubicaba en el punto más frágil de la pirámide social.
Sin embargo, él alzó su voz y puso en evidencia su talento aglutinador como dirigente sindical. Su presencia en congresos, en las protestas obreras, en la Confederación Nacional Obrera de Cuba, y luego su puesto de secretario de la Confederación de Trabajadores de Cuba, revelaron la autenticidad de un líder dispuesto a echar por tierra las injusticias de Gobiernos pro imperialistas.
En la Cuba revolucionaria fue de los que más empeños dedicó a la obra social que se tejía, y sin prestarle mucha atención a su salud, su nombre se cuenta entre los imprescindibles, los incansables, los vitales.
«No venimos propiamente a enterrar a un muerto, venimos a depositar una semilla», expresó Fidel en su sepelio el 11 de marzo de 1974. No olvidó Lázaro Peña sus orígenes tabacaleros, su humildad compartida, su aspiración más grande: representar a los suyos y luchar por sus derechos.
Hoy, cuando hablamos de unidad; de coherencia entre los actos y las ideas; de convocar ímpetus y esfuerzos, no puede dejarse de mencionar a quien, aunque no aprendió a tocar el violín, tensó las cuerdas e hizo sonar el Sol, no ya de la música, pero sí del futuro de la clase obrera.