Con su abuela doña Julia de la Osa y Sierra en una visita a la réplica de la cueva número 1 de Punta del Este, en la Academia de Ciencias. Autor: Fundación Antonio Núñez Jiménez Publicado: 21/09/2017 | 05:33 pm
Casi siempre que se hace referencia a las primeras manifestaciones de la pintura en Cuba, se habla de los retablos y de los marcos decorados del siglo XVI. Sin embargo, cientos —y probablemente miles— de años antes de que Juan de Camargo reclamara del Cabildo habanero sus dos mil ducados por el trabajo en el retablo de la Parroquial Mayor, ya en Cuba la pintura era una cosa importante.
A la primera presentación general del arte parietal indocubano está dedicado el libro Cuba: dibujos rupestres, de Antonio Núñez Jiménez [...], publicado en Lima en 1975, viene a engrosar la ya impresionante bibliografía del autor, tan valiosa, intensa y diversa como su propio quehacer práctico.
Se trata de un libro único e importantísimo. Y no solo para los arqueólogos, antropólogos e historiadores, sino también para los interesados en el arte, y especialmente para los que abordan su interpretación teórica. Porque la imagen misteriosa que para el arqueólogo puede representar un útil índice tipológico en la reconstrucción de la sociedad primitiva, para el investigador estético puede significar un elemento insustituible en el conocimiento del origen, la función y la evolución del arte. El libro queda ya como una fuente de primera importancia para cuando se emprenda un estudio sistemático del arte indocubano, que además de su importancia intrínseca, aportará datos inestimables para la comprensión de la Cuba prehispánica, y aún para la discusión de ciertos problemas estéticos.
Cuba: dibujos rupestres, es una presentación ordenada de algunos resultados, en parte publicados en forma dispersa, de los más de treinta años de exploración espeleológica del doctor Núñez Jiménez, geógrafo mayor, arqueólogo y cuevero inveterado. Para conocer de primera mano nuestro arte rupestre hay que descender a los salones más profundos de medio centenar de cuevas dispersas por todo el archipiélago cubano, frecuentemente en sus zonas más apartadas, y esto después de haber sido descubiertos y localizados los sitios. De ahí la importancia singular de la parte gráfica del libro, cuantiosa en fotos, planos y reproducciones basadas en calcos directos sobre los originales de este arte primitivo y enigmático, que por siglos ha permanecido casi enteramente oculto en nuestras espeluncas, así como la información sobre las características de las cuevas, sus evidencias arqueológicas, referencias históricas, etc.
En ocasiones el libro va más allá de la presentación, la comparación, la clasificación y el intento de interpretación de los dibujos. Tal es el caso de Punta del Este —Capilla Sixtina de nuestro arte primitivo, al decir de Fernando Ortiz— donde la pesquisa en el sitio ha permitido a Núñez Jiménez plantear, en forma convincente, un vínculo entre la Cueva Número 1, sus dibujos, y el movimiento de los astros. Este descubrimiento es interesantísimo en relación con un pueblo no agricultor, que vivía sobre todo de la recolección marina y ofrece sugestivos puntos de estudio, especialmente en el sentido, defendido por Veloz Maggiolo, de que un medio ambiente favorable puede propiciar, en sociedades muy primitivas, un desarrollo superestructural superior al nivel de las fuerzas productivas.
Todo aporte de nuevos datos en el campo de la Prehistoria contribuye con frecuencia a la negación de hipótesis anteriores. El libro de Núñez, en el plano específico de la historia del arte, constituye una nueva demostración de cómo en América casi siempre la pintura rupestre de los paleos y mesoindios, que es la menos conocida y estudiada a nivel mundial, se inscribe más dentro de la tendencia a la abstracción geometrizante que al naturalismo. Esto va en contra del esquema clásico europeo (naturalismo paleolítico del franco‑cantábrico ‑estilización mesolítica del Levante español‑ geometrismo neolítico) sobre el cual muchos teóricos han cometido el error de sacar conclusiones definitivas. Los problemas que surgen aquí son de la mayor importancia para la estética, pues tienen que ver con el origen del arte y la teoría del reflejo. También representan un elemento de juicio más para analizar el esquema clásico de nacimiento de la escritura (pictograma‑ideograma‑fonograma). En estos aspectos hay detalles muy atrayentes para el historiador del arte, como la presencia en Cuba de los controvertidos diseños tectiformes del franco‑cantábrico.
Cuba: dibujos rupestres, como toda exploración inicial, está lleno de puntos polémicos. Entre ellos sobresale la filiación indocubana que el autor asigna a una serie de pictografías muy dudosas por su temática y tipología, las cuales, de otro lado, se hallan en cuevas muy penetradas y marcadas en épocas anteriores. Así, los notables casos de las de Matías, de los Generales y de la Virgen, algunas de las de Ambrosio y García Robiou, y los interesantísimos dibujos de las cuevas de Los Matojos, del Toro y del Aguacate, en Guara.
La primera parte del libro, dedicada a dar una visión general del tema y a presentar un resumen del estado actual del conocimiento de nuestra Prehistoria, tiene también que ser polémica por esencia. La Prehistoria antillana se encuentra en un momento de reorganización, como resultado de nuevos datos de importancia y de cambios en la metodología de las investigaciones. Por ejemplo, la clasificación cultural intentada por Núñez es, según creo, la primera propuesta para nuestro país después de la popularizada por Ernesto Tabío y Estrella Rey en 1966, a partir del esquema de Rouse, y que se encuentra sometida a revisión. Me parece que ésta, al igual que otras proposiciones del libro sobre la Cuba precolombina, se ve afectada por una excesiva valoración de los datos brindados por los cronistas. De todos modos, en ningún momento se hacen formulaciones dogmáticas, sino, por el contrario, se apuntan buena parte de las posibilidades y problemas en juego.
Con respecto a la interpretación de los dibujos, quizás el doctor Núñez Jiménez cede a la tentación —de la cual no se ha librado ningún entusiasta del arte primitivo—de buscar inmediatamente explicaciones y significados directos. Esto resulta especialmente peligroso en el caso cubano, donde la mayor parte de los dibujos son geometrizantes o hasta gestuales, a la manera de los meandros de Altamira. El autor ha prometido un libro dedicado a estudiar las pictografías en relación con los mitos araucos.
Del mayor interés es otra promesa que se hace en el texto: la publicación de una monografía sobre los dibujos de la Cueva de los Cañones, que de acuerdo con el ajuar al cual se encuentran asociados y la datación radiocarbónica de más de cinco mil años obtenida en el cercano sitio de Levisa I, pudieran resultar los más antiguos de las Antillas.
«Sus múltiples puntos polémicos no restan valor a Cuba: dibujos rupestres. Por el contrario, ponen sobre el tapete una serie de problemas que como tantos otros aspectos de nuestra cultura, reclaman un estudio riguroso.»