Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Hombre de amor y fuego

Jaranero, gustaba de tomar cerveza y oír a Benny Moré. Practicaba fútbol, entre otros deportes. Fiel seguidor de Julio Antonio Mella, la imagen del eterno Presidente de Honor de la FEU no puede idealizarse como para quitarle la parte humana y natural de su hombría y de su juventud

Autor:

Margarita Barrios

ES un día cualquiera de invierno. El ir y venir de los estudiantes por la Plaza Cadenas es constante. Raudo atraviesa el parque un joven enfundado en un traje oscuro. En sus manos lleva una regla de T y tubos de cartón que resguardan planos.

Al pasar por entre las hojas que se han desprendido de los laureles sacudidos por el fuerte viento en La Colina, se cruza con dos estudiante que le saludan afectuosamente y se dirigen a la Facultad de Derecho.

El joven no se detiene, ágil a pesar de su respiración un poco agitada por el asma que padece, sigue camino hacia la Escuela de Arquitectura; allí le aguarda un día de clases.

Luego irá al Salón de los Mártires, deberá encontrarse con otros dirigentes estudiantiles de la universidad. En su cabeza hay una venda que cubre los golpes recibidos la última vez que bajaron en rebelión la Escalinata.

José Antonio Echeverría ha sido elegido presidente de la FEU con amplio respaldo estudiantil. Su carismática manera de ser le convierte en líder de los estudiantes. Pero todo no era estudio y responsabilidades.

Esa noche irá a La Bombonera, la casa de huéspedes «solo para señoritas», donde le espera su novia María Esperanza Muñiz, también estudiante universitaria.

Salen un grupo de amigos y se van a bailar, a pasear por el Vedado, a compartir una cervecita, aunque en su pensamiento estaba firme la necesidad de liberar a su patria de la dictadura que le oprimía.

En sus ratos libres también practica deportes, colecciona sellos, dibuja, escucha música, lee. Y cuando las clases lo permiten se da una vueltecita hasta su casa en Cárdenas, para departir un rato con la familia.

Novia de cuba

Hace calor. El sol resplandece en el cielo azul. Un auto se detiene en la calle 27 de noviembre, a un costado de la Universidad de La Habana. Una pareja de enamorados desciende de un carro y se acerca a la tarja que recuerda el lugar donde cayó José Antonio. Allí la joven deja un ramo de flores blancas.

Mientras ocurre la escena, es como si flotaran en el aire habanero unos versos de Carilda Oliver: ¡Que no te asesinaron nunca,/ que no pueden contigo los cobardes,/ que no te han hecho nada!/ porque nadie ha sabido detener el alba;/ y regresas cantando/ de nuevo hacia la lucha,/ y animas los fusiles en la Sierra,/ poderoso,/ absoluto,/ vivo ya para siempre,/ en una carcajada de combate/ que se deshace en ala.

La fuerza deslumbrante de los versos de Carilda dibujan lo que aquel joven sembró en el alma de quienes le conocieron. Juan Nuiry, su compañero de luchas, tuvo ese privilegio el 15 de enero de 1953 y no ha olvidado las impresiones.

«Ese día habían manchado el busto de Mella al pie de la Escalinata universitaria. La respuesta no se hizo esperar, y marchamos por la calle San Lázaro. Las tropas de la tiranía nos estaban esperando y algunos fuimos apresados, entre ellos José Antonio y yo. Nos llevaron al Buró de Investigaciones, en la calle 23, entre 30 y 32. Allí estuvimos prisioneros algún tiempo y conversamos mucho. Quedé impresionado con sus principios, sus argumentos, sus ideas.

«Un abogado vino a interceder por nosotros, y nos sacó de allí. Era el joven Fidel Castro. Todavía guardo en mi mente la imagen de nosotros caminando junto a él por el puente de 23».

Para René Anillo, otro de sus camaradas de contienda contra la dictadura batistiana, «no hubo autoridad moral más alta en la Universidad de La Habana que la reconocida a José Antonio en sus tiempos».

Su figura marcó profundamente a quienes le conocieron y compartieron con él ideales y combates. Julio García Olivera está entre los que le recuerdan desde su figura de héroe innegable, pero también en su calidez humana y singular desenfado.

«Tenía 24 años y era un joven con inquietudes, jaranero, que gustaba de tomar cerveza y oír a Benny Moré. Practicaba fútbol, entre otros deportes. Su imagen no puede

idealizarse como para quitarle la parte humana y natural de su hombría y de su juventud. José Antonio, como dirigente de la FEU, fue fiel seguidor del ejemplo de Mella».

Talía Gallardo, otra de sus contemporáneas, lo guarda en sus recuerdos como una persona muy especial. «Por una parte era muy serio, muy cumplidor, estaba muy claro de los pasos que daba, de su deber para con la patria, y al mismo tiempo era muy cariñoso y agradable; le gustaba disfrutar de la vida, no era ningún renegado de las cosas que les gustan a los jóvenes.

«No era difícil verlo compartiendo una cervecita en el bar del Hotel Colina con los compañeros de estudios o en una fiestecita que hacíamos en la casa de alguien.

«Y cuando había dinero nos íbamos un grupo al restaurante Centro Vasco, por tradición familiar —él y yo descendíamos de esa región de España—, pues teníamos un gusto especial por esos platos».

Caer como una valiente

José Antonio nació el 16 de julio de 1932 en Cárdenas, Matanzas. Con solo 18 años matriculó en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de La Habana, y casi de inmediato lo eligen delegado de asignatura y de curso.

El golpe de Estado de Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952 marcó la vida del estudiantado de entonces. José Antonio se une a los miembros de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) en busca de armas, que no llegan, para luchar contra el cuartelazo.

Al inicio del curso 1953-54, Manzanita, como le apodan sus compañeros por el color sonrosado de su cara y algunas libras de más, es electo presidente de la Asociación de Estudiantes de la Facultad de Arquitectura y forma parte de la FEU.

El 30 de septiembre, cuando se realiza el homenaje por el aniversario del asesinato del líder estudiantil Rafael Trejo, asume la presidencia de la FEU. Por entonces ya ha recibido golpizas, persecución y encarcelamiento y se radicaliza su acción.

Asiste en Chile al Segundo Congreso de Estudiantes Latinoamericanos y recorre varios países para dar a conocer la lucha que se libra contra el desgobierno de Batista.

Transcurre el año 1956. El 30 de agosto, en México, firma con el líder de la Revolución Fidel Castro, un documento que se conoce como la Carta de México.

Luego va hacia Ceilán (actual Sri Lanka) y participa en el Congreso Internacional de Estudiantes. A su regreso pasa a la clandestinidad, por la persecución a que es sometido.

El 13 de marzo 1957 lidera la acción del asalto al Palacio Presidencial y la toma de la emisora Radio Reloj. Al frente de un comando de 15 jóvenes, transmite una alocución al pueblo. Sale hacia la Universidad y cae combatiendo a un costado de la misma.

Asalto a la historia

«Fructuoso Rodríguez y yo estábamos en un apartamento de la calle 6 entre 19 y 21, en el Vedado. A plena luz del día llevamos las armas para un Chevrolet gris claro del 52, tomé una pistola Star de ráfaga y dos granadas», precisó Juan Nuiry.

«A las 3:05 minutos de la tarde llegamos al otro apartamento en la calle 19 entre C y D. Permanecí al timón, sin apagar el motor. Vi salir a José Antonio Echeverría, que llevaba su traje azul marino. Al pasar junto a nosotros hizo un guiño —muy característico en él—, seguido de una gran sonrisa y se montó en un Ford del 57 color crema, que guiaba Carlos Figueredo. Además había otro auto, un Oldsmobile negro del 53, conducido por Humberto Castelló,

«Todo estaba cronometrado con lo que ocurría en Palacio. A las 3:10 partimos desde 19, doblamos a la derecha en la calle B hasta 17 y continuamos por esa hasta M. A las 3:14 me detuve en la esquina de M y 21, el Odsmobile siguió hasta M y 23, mientras el carro de José Antonio paró a la entrada del edificio de la CMQ, hoy el ICRT.

«José Antonio bajó del auto con varios compañeros que lo acompañaron. Llegaron a la cabina de Radio Reloj y entregaron los partes a los locutores. Eran las 3:21. Empezaron a leer las supuestas noticias y a continuación el anuncio: ¡Asaltado el Palacio Presidencial! Luego se escuchó en la inconfundible voz del Presidente de la FEU la alocución dirigida al pueblo.

«Pero algo nos sorprendió. Estábamos escuchando por el radio del carro y se cae la transmisión; solo se queda el tic-tac. Muy despacio acerqué el auto al de José Antonio. Los minutos parecían horas, hasta que vimos descender a nuestros compañeros pistola en mano.

«Los tres carros tomaron por la calle M. Yo doblé en 25, izquierda en J y fui el único que entró en La Colina. Por el camino los había perdido de vista y me sorprendo cuando llego y no los veo.

«El carro de Fructuoso siguió por M hasta San Lázaro, y junto a Joe Westbrook subieron por la Escalinata. Me encuentran emplazando la ametralladora calibre 30 en el Rectorado, pues desde ese lugar se dominaba la entrada por la calle San Lázaro. Traían una inolvidable expresión de dolor reflejada en sus rostros, y con gran conmoción me dicen del enfrentamiento de los compañeros de la segunda máquina con la policía y la caída en combate de José Antonio».

Fructuoso Rodríguez recordó así aquellos dolorosos instantes: «El Gordo cayó como un valiente. Con desprecio absoluto de su vida avanzó sobre una perseguidora y les disparó por la ventanilla. Cayó al suelo y volvió a pararse sobre sus rodillas y sacando un revólver —que le había quitado a un soldado— volvió a tirar por la ventanilla para dentro: en ese momento una ráfaga de ametralladora lo remató».

Fragmentos de su testamento político

Nuestro compromiso con el pueblo de Cuba quedó fijado en la Carta de México que unió a la juventud en una conducta y una actuación. Pero las circunstancias necesarias para que la parte estudiantil realizara el papel a ella asignado no se dieron oportunamente, obligándonos a aplazar el cumplimiento de nuestro compromiso. Creemos que ha llegado el momento de cumplirlo. Confiamos en que la pureza de nuestras intenciones nos atraiga el favor de Dios para lograr el imperio de la justicia en nuestra Patria.

Si caemos, que nuestra sangre señale el camino de la libertad, porque tenga o no nuestra acción el éxito que esperamos, la conmoción que originará nos hará adelantar en la senda del triunfo.

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