Todos los objetos que, con amor y gentileza, sus dueños entregaron, podrán mostrarnos en 15 años lo que realmente considerábamos de valor en estos tiempos. Autor: Roberto Suárez Publicado: 21/09/2017 | 05:13 pm
Sin titubeos, Lianet García corrió y entregó la llave de su casa, «la que tanto tiempo le llevó construir a mi mamá, desde mucho antes de que yo naciera»; y Anabel Pino grabó una canción en su voz dedicada a la naturaleza «para que el mundo futuro sea más bonito y esté lleno de flores».
Aquel niño recogió la envoltura dorada de una galleta de chocolate y la entregó, con la certeza de que el reciclaje es el camino más noble hacia la construcción del mañana, como mismo hizo Jorge Padrón, quien recopiló todos los objetos en desuso que había en su casa para donarlos. Mientras que el joven de gafas oscuras que casualmente caminaba por allí, cortó sus uñas al instante y las dio, como reflejo de su pronta decisión.
Arlenis Arocha arribó, contenta y dispuesta a regalar un origami hecho por ella, para defender la necesidad de preservar las artes manuales, porque tal vez en tiempos futuros ya nadie las practique.
Hubo quien grabó una poesía, quien entregó una memoria flash con sus mejores fotos, quien donó un test positivo de su primer embarazo y hasta quien cortó su cabello para dar algo muy preciado.
De esta manera, espejuelos, relojes, tarjetas, joyas, bonos de servicio de la década de los 40 del siglo pasado, sellos, tapetes tejidos, tarjetas de visas, documentos de la Campaña de Alfabetización y pulsos fueron algunos de los objetos que, entregados con amor y gentileza por sus dueños, se sumaron para inundar el pasado verano la Vitrina de Valonia de la Plaza Vieja del Centro Histórico de la capital, con la intención de conformar nuestra herencia para el mañana.
Como parte de ese patrimonio personal que tenemos todos, también se compartieron canciones, poemas, refranes, historias y recetas que, reflejo del tesoro intangible de cada uno, quedaron grabadas junto a imágenes de video de la ciudad para mostrar en 15 años lo que somos y pensamos ahora.
La iniciativa, que bajo el título 2026, el patrimonio de hoy se enmarcó en las propuestas de Ruta Joven como parte del proyecto Rutas y Andares de la Oficina del Historiador, fue desplegada por los creadores del Laboratorio Artístico de San Agustín (LASA), con el objetivo de llamar la atención sobre la noción que tienen las nuevas generaciones acerca del patrimonio cultural.
Tras la historia de los objetos
Qué identifica nuestra contemporaneidad y cuál es nuestro patrimonio del mañana. Esas fueron las interrogantes que encontraron disímiles y ocurrentes respuestas en boca de adolescentes, jóvenes y adultos cuando los artistas de LASA, liderados por el creador Candelario y la curadora europea Aurélie Sampeur, salieron a la calle tras su noble empeño.
Este grupo de soñadores por excelencia, que apuestan desde 2008 por el arte contextual, contemporáneo y cubano a través de su proyecto artístico y multidisciplinario —ganador del Premio Nacional de Curaduría 2010—, en respuesta a la necesidad de las prácticas artísticas en los espacios públicos, perciben a la ciudad como un organismo vivo, al cual pueden acercarse desde los sentidos.
De ahí su constante exploración desde el interior, hacia el exterior y viceversa, desarrollando experimentaciones renovadoras de conceptos estéticos y de formaciones morales en el ser social en torno al espacio de la comunidad de San Agustín, ubicada en la periferia de la capital.
En ese novedoso accionar en el que se involucran ellos como artífices, y los habitantes de la capital como actores principales, surgió la propuesta de Ruta Joven para indagar nuevas formas de trabajar con el legado que dejaremos para las venideras generaciones.
«Cuando se habla de patrimonio —comenta Candelario— la mayoría de las personas piensa en un edificio viejo y no precisamente en algo específico como un objeto que pueda asumirse como tal a partir de su significación, y menos aún en aquello que forme parte de nuestras vidas de manera espiritual»
Por ello resultó muy curioso, acotó, que algunos entrevistados identificaran rápidamente el patrimonio con Eusebio Leal y otros, a través de su idiosincrasia, le atribuían solo valor comercial a aquello que puede contarnos la historia de una época.
«Todo depende del lugar donde vivimos, de lo que nos rodea, de nuestra identificación con el medio en el que nos desenvolvemos y de todo aquello con lo que podemos expresarnos cómodamente. Depende también de las necesidades individuales que se tengan de conservar nuestra incidencia en el tiempo, de acuerdo con el momento histórico en que se vive», explicó Candelario, pintor de formación.
«Por ello este museo del futuro — que proyectamos hacia el año 2026 por ser los dígitos de la hora en la que concebimos la idea—, además de presentar el patrimonio tangible e intangible de los más de 200 participantes, en representación de los tiempos actuales, será una plataforma de reflexión, de interacción y de fricción entre el hoy y el mañana, en la medida en la que no solo se recopilaron objetos trascendentales para sus dueños desde el punto de vista material, o a partir de la significación espiritual que les otorgaron, sino también sus deseos, aspiraciones e incluso insatisfacciones en relación con el futuro», explicó Aurélie.
La idea, ya encaminada hacia la concreción, es conservar todo lo entregado para 2026 —el patrimonio de hoy— en el interior de unos adoquines que, hechos con resina y luego bien pulidos, garantizan su observación y cuidado en el futuro Museo de Arte Contemporáneo de San Agustín (MAC/SAN). La institución, concebida por Candelario y los artistas europeos Erik Göngrich y Stefan Shankland, se inaugurará en la próxima Bienal de La Habana y servirá también como plataforma de trabajo, producción, exposición y presentación de sus diferentes grupos de protagonistas.
«Es increíble la historia a la que te puede conducir un objeto, tal como sucede con cada uno de los adoquines que conforman las calles por las que caminamos. Damos pasos sobre las leyendas de la vida y no nos percatamos de ello. Esa es la razón por la que recreamos las piezas con esa forma; porque es indudable que si importante es identificar nuestro patrimonio y su trascendencia futura, también lo es pensar en la forma de su conservación y de su transmisión», añadió Aurélie acerca de ese trabajo, mayormente realizado por el artista Jesús Herrera “Chú”.
«La iniciativa ha sido muy gratificante y nos ha aportado puntos de partida para futuras creaciones en tanto la originalidad de la gente que decidió formar parte de 2026, el patrimonio… es incomparable. Sin embargo, como proyecto contextual ya venimos trabajando hace tiempo con esas mismas variables: herencia histórica, identidad cultural, nuevas y viejas generaciones... en el afán por nutrir artísticamente a la localidad de San Agustín, que ya tiene algo más de 40 años de historia. La manera de hacerlo desde el arte y con sus mismos habitantes ha servido también como antecedente a esta iniciativa», detalló Candelario.
En ese sentido, ejemplificó, pueden mencionarse los proyectos Ensayos Públicos #1, El Gusto, con el inolvidable colador de café de grandes dimensiones, los #2 y #3, El oído y La vista; el #4, El tacto, y el #5, La propia percepción, mediante los cuales se desarrolla un juego lúdico con los habitantes del barrio, aprovechando la inserción y disfrute del arte en sus escenarios y prácticas habituales desde su potencial crítico y estético.
«Son relevantes también las acciones que en el seno de cada uno de ellos se están ejecutando aún. Por ejemplo, a partir de la propuesta del Ensayo #4, con la intención de que la geografía de San Agustín renazca, se convocó a los niños residentes aquí a que diseñaran los marcadores de calle que ellos quisieran tener y conservar en su ciudad, los cuales mostrarán el nombre actual de las vías y el que originariamente llevaban antes. De esta manera ellos también son entes activos en la conformación de un espacio en el que viven y sobre el que quieren dejar su huella», explicó.
Precisamente de eso se trata, coinciden sus colegas de trabajo al dialogar sobre la experiencia de 2026, el patrimonio de hoy. Identificar, salvaguardar y compartir las huellas que dejamos, lo que hace de nosotros lo que somos, lo que nos rodea, lo que permanecerá; aquello que no debe faltar en el futuro.