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Esa llama que no se apaga

Este 5 de enero se cumple medio siglo del vil asesinato en el Escambray del maestro voluntario Conrado Benítez García, joven que dio su vida sin renunciar a los principios de la Revolución

Autor:

Hugo García

MATANZAS.— El maestro voluntario Conrado Benítez García pudo tal vez salvar su vida, pero se negó a traicionar los principios que enarbolaba, en su afán de llevar la luz de la enseñanza a los desposeídos, como proponía la Revolución triunfante.

La profesora Ana Angélica Rey, ganadora del premio del concurso Primero de Enero con el libro Conrado Benítez: primer mártir de la alfabetización, recuerda que el bandido Osvaldo Ramírez le prometió a Conrado perdonarle la vida si se unía a su grupo.

«Aquel jovencito se yergue y desafía a los bandidos, respondiéndoles que ante todo él es revolucionario y que no traiciona a su pueblo, que hagan con él lo que quieran», refleja Ana.

En el texto refiere que Conrado pensó que no lo matarían, pues era solo un maestro. Incluso, uno de los que hacía guardia durante la madrugada le propuso escapar protegido por sus armas y amparados en la oscuridad. Pero se negó.

«Aquel tenebroso suceso estremeció a la Isla entera», nos dice la investigadora Gladis Pérez, a las puertas de este 5 de enero, fecha en la que los matanceros le rendirán tributo en el cementerio San Carlos, donde reposan sus restos desde hace ocho años, en el Panteón de los Caídos por la Defensa.

Primer maestro mártir

Conrado fue un niño que gustaba de la pelota y el atletismo. Compartía todo con sus amigos y trabajó en una panadería con apenas 16 años, además de limpiar zapatos.

Su padre gestionó el ingreso del joven al Instituto de Segunda Enseñanza de la Víbora pagando cuatro pesos por el derecho de matrícula y dos por el derecho a las clases de Educación Física. Eran días de represión brutal aquellos de 1958.

El 1ro. de enero de 1959 estaba en La Habana y recibió la caravana rebelde encabezada por Fidel. En enero de 1960 matriculó en el Instituto de Segunda Enseñanza de Matanzas.

«En abril de 1960, cuando Fidel hizo el llamado a los jóvenes estudiantes para cubrir las aulas en zonas rurales, dijo presente y se convirtió en maestro voluntario», rememoró la investigadora.

No salió en el primer contingente porque no tenía todos los análisis médicos, y aunque tenía que salir en el segundo grupo asistió a la despedida de los primeros, y como faltaba uno le permitieron incorporarse al primer grupo que partiría para Minas de Frío. Allí el curso duró tres meses y recibió los conocimientos en asignaturas como Aritmética, Historia de Cuba, Carpintería, Albañilería, Agricultura, Primeros Auxilios, Caligrafía, Imprenta…

El 26 de julio de 1960 desfilaron en El Caney de las Mercedes y también ascendió tres veces el Pico Turquino.

Terminando el curso bajaron a Yara y después fueron hacia la capital al acto de graduación. Conrado estaba entre los 12 jóvenes de Matanzas ubicados en el Escambray. A finales de agosto, ómnibus militares procedentes de La Habana recogieron a los matanceros para que completaran las fuerzas de maestros en la provincia de Las Villas. Alrededor de 121 maestros debían ubicarse en aquellas apartadas regiones.

En Santa Clara fueron alojados en el cuartel Leoncio Vidal y allí se les explicó sobre la situación en el Escambray. Después viajaron hacia Cienfuegos.

El padre de Conrado, de visita en Santa Clara, escuchó a su hijo cuando le dijo a los milicianos: «Lo que debería hacer Fidel es darles armas a los maestros voluntarios, para acabar con todos los alzados».

Joven humano y solidario

En diciembre, cuando llegaron las vacaciones, les prometió a sus alumnos llevarles zapatos y juguetes.

Sus familiares no ocultaban la preocupación por la situación con los alzados, pero él le escribió a su tía: «Estoy contento y me he divertido tanto aquí que ahora no me importaría que me mataran».

Con el dinero que cobró y algo más que pidió a sus tíos, viajó a La Habana y compró zapatos y juguetes, además de conseguir bates, guantes y pelotas de béisbol.

Al mediodía del 2 de enero de 1961 se encontraba ya en el poblado de Carcajal, después siguió hacia Santa Clara, donde recogieron como de costumbre a su compañera Magalis Olmo. Ambos tomaron el ómnibus de Sancti Spíritus a Trinidad, se bajaron en la zona de Corrales de Fragoso y emprendieron camino, confiados y alegres.

El 4 de enero de 1961, cuando comenzaba a caer la tarde, un campesino les advirtió que no siguieran, por los peligros que entrañaba la presencia de alzados en la región.

Magalis se quedó esa noche en la casa de Rafael González, pero Conrado quiso seguir, pues consideraba que le daba tiempo antes de la caída de la noche y estaba entusiasmado, pues quería llegar donde sus alumnos, a quienes llevaba libros de cuentos, colores y juguetes.

«Llegó a su zona solo y, como siempre, fue a casa de Aurelio Santín a comer; después, siempre solo y en medio de la oscuridad, se dirigió al local que le servía de dormitorio y escuela… pero los alzados ya estaban esperándolo», asegura la investigadora.

Crimen horrendo

El joven maestro, bajo improperios y golpes, fue obligado a andar los varios kilómetros que los separaban del campamento de Osvaldo Ramírez, jefe de la banda contrarrevolucionaria, quien a su vez intervino personalmente en el secuestro del maestro.

Pretendían aterrorizar a los demás maestros y de esta forma obstaculizar la obra de la Revolución.

Días antes habían apresado a varios campesinos y los llevaron para el campamento provisional que habían levantado en La sierrita.

En la noche de aquel 4 de enero, Conrado fue puesto en un cepo en el que encerraban a los prisioneros. Al campesino Ireneo lo tenían ya allí. Los torturaron, golpearon, escupieron, les tiraron piedras y les dijeron obscenidades.

El día 5 sacaron a los prisioneros del cepo, los vejaron e insultaron una vez más; y luego los juzgaron en su tribunal, donde acusaron a Conrado de comunista por portar el carné de maestro voluntario; levantaron un acta y lo condenaron a muerte.

«Al mediodía del 5, los milicianos que buscan al maestro secuestrado llegan a Ciego Ponciano; pero un delator que los ve sube al campamento y da la noticia y los bandidos aterrorizados apresuran la ejecución», precisó la profesora.

Al primero que sacan es a Conrado, quien, con las manos amarradas y la soga al cuello, tuvo que andar rápido para que no lo arrastraran. Los alzados lo rodearon dándole con palos y pinchándolo con cuchillos. Lo llevaron debajo de una guásima y por uno de sus gajos pasaron la soga. A uno de los bandidos lo mataron antes que a los prisioneros, porque no resistió ver cómo acababan con Conrado y el campesino.

El propio Ramírez ordenó que halaran la soga. El cuerpo fue suspendido y bajado en varias ocasiones, prolongándose así la agonía del inocente muchacho. A la 1:30 de la tarde se concretó el horrendo crimen del joven, que cumpliría ese 19 de enero 19 años. El asesinato fue —al decir de Fidel— como una llama de patriotismo que se encendió.

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