Desde su hogar de virtud, Mariana Grajales Coello, la madre de los Maceo y de la Patria, se lo hizo grande. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:03 pm
SANTIAGO DE CUBA.— Se empinó sobre su altura de mujer y sobre su tiempo no solo porque parió y educó una tropa de héroes, que dio todo en pos de alcanzar la libertad patria, sino porque ella misma hizo de su vida un excelso ejemplo de ser humano consecuente con sus ideas.
Desde el hogar de virtud que a fuerza de firmeza y ternura supo forjar, o desde la manigua redentora, en la que, con amor de madre y orgullo de revolucionaria, consagró su vida a la lucha por la independencia de Cuba, Mariana Grajales Coello, la madre de los Maceo y de la Patria, se hizo grande.
Nació el 12 de julio de 1815 en Santiago de Cuba y fue bautizada en la iglesia de Santo Tomás Apóstol. De sus padres José Grajales y Teresa Coello aprendió los valores y principios morales que luego transmitiría a sus hijos.
Desde muy joven vivió inmersa en el sufrimiento de la Cuba oprimida. Le tocó vivir una época de hiriente hostilidad a su raza, de inhumana represión esclavista. En contacto con el pesar de hombres y mujeres esclavos que permanecían encerrados como animales, en el llamado presidio de cimarrones, no lejos de su vivienda, se fue forjando su amor por la libertad.
En su condición de hija de una familia mulata libre, según especialistas, conoció lo que entonces llamaban «las primeras letras», lo cual no hay que desconocer si queremos tener una idea de su pensamiento y comportamiento personal con sus hijos.
Los hijos, los combatientes
Se casó por primera vez con el señor Fructuoso Regüeiferos Hechavarría, el 21 de marzo de 1831. Con él tuvo tres hijos: Felipe (1832-1901), Manuel (1836–1854) y Fermín (1838–no existen referencias sobre el año de su muerte). El siguiente fue Justo Germán (1843-1868), registrado como hijo natural.
Entre 1844 y 1845 inició una relación amorosa con Marcos Maceo, con el que decidió formar una familia de la que nacieron diez hijos. Los primeros fueron: Antonio de la Caridad (1845-1896), María Baldomera (1847-1893), José Marcelino (1849-1896) y Rafael (1850-1882).
Estos fueron bautizados como naturales de Mariana, pues ella y Marcos aún no se habían casado y no fue hasta el año 1851 en que contrajeron matrimonio. Posteriormente nacieron: Miguel (1852-1874), Julio (1854-1870), Dominga de la Calzada (1857-1940), José Tomás (1857-1917), Marcos (1860-1902) y María Dolores (1861). Esta última hija de Mariana y Marcos falleció de empacho gástrico a los 15 días de nacida.
Como detallan los másteres Graciela Pacheco Feria y Víctor Manuel Pullés Fernández, investigadores del Centro de Estudios Antonio Maceo, en su artículo «17 aniversario de la desaparición física de Mariana Grajales Cuello», con 53 años de edad, deshaciendo mitos, Mariana marchó a la manigua junto a sus hijos María Baldomera, Dominga de la Calzada, José Tomás y Marcos Maceo Grajales, así como su nuera, María Cabrales, y otros familiares.
Durante la guerra trabajó en los hospitales de sangre del Ejército Libertador, atendiendo a los heridos y enfermos. En la manigua arreglaba la ropa de los soldados, trasladaba armas y pertrechos a los mambises, daba consejos y aliento a los desanimados, fortaleciendo en los combatientes la fe en la victoria y transmitiendo siempre optimismo, tenacidad y resistencia ante las adversidades.
Así estuvo en pie de guerra durante diez años de encarnizada contienda. Sufrió con valentía los rigores de la vida en campaña y la pérdida de su esposo Marcos y algunos hijos muertos en combate.
Sobre esto es conocida la anécdota referida por José Martí en su artículo «La madre de los Maceo», cuando en ocasión de llevar a su hijo Antonio muy mal herido, ante el llanto de las otras mujeres exclamó: «¡Fuera, fuera faldas de aquí, no aguanto lágrimas! (…)», y dirigiéndose a su hijo Marcos, expresó: «(…) ¡y tú, empínate porque ya es hora de que te vayas al campamento!».
Demostró Mariana, como nadie, cuánto se entrega cuando se ama una causa: el esposo, los hijos, la propia vida.
Sin duda, la mejor muestra de su obra fueron los combatientes que formó, la conciencia que les forjó y la enseñanza de que por encima de la vida estaban la justicia, la libertad, la Patria…
Solo alguien excepcional, cuando un hijo cae, prepara al que le sigue para que no haya vacío en los puestos de lucha. Tal vez en esos momentos venía a su mente aquella tonada con la que muchos años antes acunó a estos hombres y mujeres: Si nace libre la hormiga,/la bibijagua y el grillo/sin cuestiones de bolsillos/ni español que los persiga/a ir a la escribanía/a comprar su libertad/y yo, con mi dignidad/ ¿No seré libre algún día…?
Memoria y espuela
Como muchos patriotas, Mariana Grajales marchó al exilio en 1878, luego de realizar los trámites correspondientes para la recuperación de las propiedades embargadas. Se estableció en Kingston, Jamaica, y allí sufrió los rigores de la pobreza y la estrecha vigilancia española que interceptaba la correspondencia con sus hijos prisioneros en España.
En ese lugar estuvo hasta su fallecimiento, el 27 de noviembre de 1893, según el certificado de defunción, emitido por el doctor S. Henderson, a causa del Mal de Bright y congestión pulmonar.
A pesar de que la asediaron las vicisitudes, nunca dejó aquella mujer venerable de tener el vestido limpio, ni su casa dejó de ser centro de reunión de los cubanos exiliados. Incluso tuvo fuerzas para, con sus hijas y nueras, contribuir a la fundación de asociaciones patrióticas organizadas en Jamaica.
Varias veces José Martí la visitó en aquella casita humilde y alegre, donde seguía soñando con la independencia de Cuba y extrañaba el aire de su terruño. Sobre la pérdida de tan tierna figura, escribió el Apóstol en el periódico Patria, el 12 de diciembre de 1893:
«Con su pañuelo de anciana a la cabeza, con los ojos de madre amorosa para el cubano desconocido, con fuerza inextinguible, en la mirada y en el rostro todo, cuando se habla de las glorias de ayer, y de las esperanzas de hoy, vio Patria, hace poco tiempo, a la mujer de ochenta y cinco años que su pueblo entero, de ricos y de pobres, de arrogantes y de humildes, de hijos de amo y de hijos de siervo, ha seguido a la tumba, a la tumba en tierra extraña. Murió en Jamaica el 27 de noviembre, Mariana Maceo».
Su deceso conmovió a toda la emigración y sobre ello Antonio Maceo escribió:
«(…) Ella, la madre que acabo de perder, me honra con su memoria de virtuosa matrona, y confirma y aumenta mi deber de combatir por el ideal que era el altar de su consagración divina en este mundo…».
Sonriendo al acabar la vida
Antes de morir, Mariana pidió que una vez que Cuba fuera libre, sus restos se trasladaran a su tierra natal para tener descanso eterno. En cumplimiento del último deseo de la patriota, en la década de los años 20 del pasado siglo, el Ayuntamiento de Santiago de Cuba promovió su traslado a la patria.
De esta manera, y como detallan en su artículo los investigadores santiagueros Graciela Pacheco y Víctor Pullés, en la mañana del 22 de abril de 1923, en el Cementerio Católico Saint Andrew’s (en Jamaica) se reunió una comisión cubana con el objetivo de exhumar los restos de la madre de los Maceo.
En este acto estuvieron presentes personalidades de Cuba y Jamaica, entre los que se encontraban el señor José Palomino, vicepresidente del Ayuntamiento de Santiago de Cuba; el cónsul de la República de Cuba; representantes del Consejo Territorial de Veteranos de Oriente y de la Gran Logia Oriental, así como la señora Dominga Maceo Grajales y otros familiares.
Los restos fueron luego trasladados hasta la ciudad de Santiago de Cuba en el crucero Baire, de la Marina de Guerra. El día 23 los depositaron en capilla ardiente en el Salón de Sesiones de la Cámara Municipal o Ayuntamiento, donde el pueblo cubano le ofreció su último adiós a la consagrada patriota, hasta ser sepultados con merecidos honores en el cementerio de Santa Ifigenia.
Para quien hoy visita su tumba en la necrópolis santiaguera es como si sintiera susurrar aquellas palabras martianas, publicadas en el periódico Patria tras el deceso de la patriota:
«Así queda en la Historia. Sonriendo al acabar la vida, rodeada de los varones que pelearon por su país y guiando a sus nietos para que pelearan…».