Rafael Trejo. Autor: Archivo de JR Publicado: 21/09/2017 | 05:02 pm
Era el 30 de septiembre de 1930. Los estudiantes habían pensado marchar a la casa de Enrique José Varona para entregarle al viejo maestro un manifiesto de la juventud cubana contra la tiranía de Gerardo Machado.
Al conocerlo, el sátrapa sintió pánico y desde la noche anterior acuarteló a toda la policía, la guarnición del Castillo de la Fuerza y dos escuadrones del Tercio Táctico, que ocupaban las calles 27, San Lázaro y Neptuno, todas cercanas a la Universidad.
Los líderes del Directorio Estudiantil Universitario (DEU), organizadores de la manifestación, lanzan una nueva consigna: «Al parque Alfaro».
Algunos de los participantes en aquellos hechos recuerdan que a los jóvenes se les había sumado gente de pueblo, y el objetivo era llegar hasta el Palacio Presidencial para pedirle la renuncia al tirano.
Cuando todavía no habían llegado a la calle Infanta, la policía se les viene encima. Un líder del DEU sube a un camión parqueado y grita: «La dignidad nos ordena marchar adelante». Desde un edificio en construcción, unos jóvenes descargan ladrillos y otros materiales sobre los policías.
A un veterano mambí, que marcha en la vanguardia con una corneta de órdenes bajo el brazo le piden los jóvenes: «Toca algo»… «¿Qué toco?», preguntó… «Toca a degüello». Alguien despliega entonces una bandera cubana y la multitud sigue avanzando en total desafío a los cuerpos represivos.
Se generaliza un combate cuerpo a cuerpo. Al escritor Pablo de la Torriente Brau lo rodean varios uniformados y a toletazos lo dejan fuera de combate. El profesor Juan Marinello trata de auxiliarlo y lo detienen. Mientras, Rafael Trejo se enfrenta a un policía. Este saca su pistola y se escucha un disparo, el joven se desploma.
Pablo reseñó luego lo ocurrido en el Hospital de Emergencias: «Tras las primeras curas, comencé a vomitar sangre. En la cama contigua Trejo, tranquilo, me sonrió con afecto como para darme ánimos para pasar ese momento.
«Los ojos se me nublaron y al volver en mí, ya se lo habían llevado para operarlo. Y escuché la opinión de los médicos: “Este puede salvarse”, y me señalaron; pero cuando se refirieron a Trejo, dijeron: “A ese otro muchacho sí no hay quien lo salve”.
«Los calmantes me hicieron dormir profundamente; a la mañana siguiente el gran silencio del hospital me reveló la verdad y solo pregunté: ¿A qué hora murió?».
En noviembre de 1930, en la Revista Alma Máter, Pablo escribió: «Cae Trejo en las calles de La Habana. Cae no. Se levanta más alto que una estatua inmensa y desde lo alto del granito, forjado por su valor y la cobardía de sus asesinos, lanza un poderoso grito que despierta todas las conciencias dormidas: ¡Abajo la tiranía y la opresión!».
El ejemplo
Cada 30 de septiembre Cuba recuerda a Rafael Trejo. En especial los estudiantes universitarios le rinden honores al joven que cayó combatiendo la dictadura de Gerardo Machado.
Había nacido el 9 de septiembre de 1910, en San Antonio de los Baños, donde su madre ejercía como maestra y su padre, tabaquero devenido estudiante de Derecho, se desempeñaba como funcionario municipal.
En 1919 se muda para la capital. Estudia en el Colegio Belén y en el Instituto de La Habana, con eficiente rendimiento.
Raúl Roa, el Canciller de la dignidad, recordaba que el día que Trejo matriculó la carrera de Derecho en la Universidad de La Habana, le dijo: «No creas que mi aspiración es hacerme rico a expensas del prójimo. Mi ideal es poder defender algún día a los pobres y los perseguidos. Mi toga estará siempre al servicio de la justicia. También aspiro a ser útil a Cuba. Estoy dispuesto a sacrificarlo todo por verla como quiso Martí».
Según la destacada revolucionaria María Luisa Laffita, quien lo conoció por aquellos días, Trejo «tenía el pelo y los ojos negros, un timbre de voz agradable, como de barítono. Simpático, varonil, atrayente, se ganaba el cariño fácil, tenía muchos amigos. Era todo un deportista, medía unos seis pies, nadaba admirablemente y se destacó como remero. Jugaba muy bien al ajedrez. Ávido lector, Martí y José Ingenieros eran sus autores favoritos».
Rafael Trejo murió a la edad de 20 años. Con su muerte, el movimiento revolucionario antimachadista cobró una fuerza incontenible, que culminó con el derrocamiento de ese régimen en 1933.