Esta calabaza pesa cerca de 20 libras. Imagine aquellas que en La Tínima han rebasado este peso. Autor: Yahily Hernández Porto Publicado: 21/09/2017 | 04:52 pm
CAMAGÜEY.— La finca La Tínima es realmente insólita. Desde hace unos meses vienen ocurriendo allí originales anécdotas, difíciles de creer.
En el lugar donde acontecen los singulares hechos, a unos cinco kilómetros de la ciudad agramontina, en el cordón productivo camagüeyano, los hermanos Plasencia, dueños de la estancia, guardaron los secretos agrícolas, pero revelaron a JR lo que ha dejado con la boca abierta a no pocos vecinos y visitantes.
Resulta que varios productos cultivados en La Tínima rebasan los límites de lo «establecido» por la naturaleza. La primera de las increíbles historias se relaciona con el calabazar de los Plasencia: «Sembré un calabacín y la matica se ha convertido en un calabazón», afirmó Aurelio, el mayor de los hermanos.
La esencia del extraño acontecimiento es que ya suman más de 60 los ejemplares paridos por la «matica trepadora».
Hasta aquí la historia parece normal: Algo paridora la mata, que es asumido sin revuelo por guajiros y lugareños. Pero lo que realmente rebasa los límites de la imaginación y hace cavilar al más pinto, es que a la cuantiosa cosecha se le suma un elemento que rompe récord en todo a la redonda: La progenitora del «semillero» de calabazas es una sola mata y sus hijos promedian cerca de 20 libras cada uno, «y hay algunas que están por encima de las 20 libras», aseguraron los hermanos.
Entonces tanto usted como yo queda con la boca abierta: la mata se extendió unos tres metros de largo por dos de ancho. «Yo la dejé quietecita, hasta que empezó a parir y a parir y a crecerles las calabazas de una manera… que han roto todos los parámetros», dijo jactancioso otro de los miembros de la parentela, Rolando Plasencia.
Pepinos gigantes
En la finca La Tínima todo o casi todo parece exagerado, porque el segundo de los hechos de este reportaje les dejó cien leguas de distancia a las descomunales calabazas.
Aún nadie sabe si en el suelo de los Plasencia se engendra el síndrome del gigantismo o algo parecido, porque los pepinos que aquí se han cosechado sobrepasan las seis libras de peso.
«La especie de pepino Puerto Padre tiende a ser grande, pero no tanto…», valoró Aurelio, mientras varios obreros de La Tínima pelaban «pepinazos» de más de cuatro libras cada uno.
A la pregunta insistente de por qué tanta exageración en varios productos agrícolas a la vez en La Tínima, Aurelio aseveró: «Es importante el agua, el abono natural y no puede faltar el amor por la tierra y por lo que haces».
Hasta el momento muchos son los platos que se pueden realizar a partir de los pepinos gigantes de los Plasencia. Se destacan el pepinote encurtido, el dulce en almíbar, con sabor muy parecido al de la frutabomba, el refresco y, claro, la ensalada que tanto disfrutamos.
Y para no desalentar a los que ya andan tras las huellas del Pepino gigante de Plasencia, esta familia produce semillas para los interesados.
Un perro vegetariano
Duque es el can que se desorbita por un bocado de vegetales de esta pintoresca y atrayente familia. «Cuida la finca con celo, pero de día hay que tenerlo amarrado, porque si no acaba con los vegetales que se topa en los surcos y eso no conviene», comenta Rolando, uno de los dueños de la mascota.
Aunque saborea otros alimentos, Duque prefiere entre sus manjares al pepino gigante, el rábano y hasta la acelga. Cuando se le sirve, hasta que no encuentra el vegetal no se tranquiliza, comentan los Plasencia, quienes, para demostrar dicha afirmación, picaron en trozos un par de pepinotes que desaparecieron en un santiamén en la boca del «perrito verdulero».
Nadie se explica cómo comenzó la adicción de Duque por los vegetales; lo cierto es que aunque extraño, no es difícil imaginar que en medio de tantos pepinos y calabazas gigantes, y vegetales de todo tipo, el gusto de la mascota haya cambiado sin tanta explicación científica.
Y si le sumamos que en esta familia las soluciones a los problemas surgen de forma original, entonces no es nada alarmante que Duque tenga un tornillo medio suelto en el paladar, como su dueño Rolando, que a falta de una yunta de bueyes para arar, construyó una especie de yugo similar, pero adaptable a su espalda.
«A mí no me importaba que me gritaran “Buey humano”. Lo único que me quitaba el sueño era que el sembradío de pepino perdiera su ciclo por falta de la yunta, y en menos de 24 horas construí la “yunta humana”, que me ha dado tremendo resultado», afirmó Rolando, ya conocido como surcador humano en toda la comunidad de Los Ranchos.
Por el momento Duque, como sus dueños, disfruta cada mañana de una buena merienda verde, y por las tardes repite la dosis como si fuera un buen plato de carne.