Jardines de la Reina, uno de los archipiélagos menos estudiados del país, comienza a revelar los secretos escondidos en sus profundidades
CIEGO DE ÁVILA.— «¿Y los mosquitos, cómo los aguantan?». Fabián Pina Amargós encoge los hombros y se echa a reír. «Sin nada —responde—; al que le guste el mar, también tiene que aceptar sus cosas feas».Él bien lo sabe. En 1995 se graduó como biólogo marino en la Universidad de La Habana. Al regresar a Ciego de Ávila, parte de su vida profesional, como científico en el Centro de Investigaciones de Ecosistemas Costeros (CIEC), en Cayo Coco, ha transcurrido en Jardines de la Reina, la inmensa cayería que se extiende al sur de la provincia.
En esa reserva marina, o Zona Bajo Régimen de Uso y Protección, realizó las investigaciones para alcanzar el grado de Doctor en Ciencias Biológicas, con una tesis sobre el comportamiento de la fauna marina en la zona.
Luego de defendida su investigación ante el tribunal científico, y con 36 años de edad, los eventos se convierten en anécdotas. Y una se refiere a las oleadas de mosquitos que soportaron Fabián y el equipo de ocho especialistas del CIEC, el Centro de Investigaciones Medioambientales de Camagüey y el Centro de Investigaciones Marinas de la Universidad de La Habana, que lo acompañaron durante tres años: desde 2004 hasta 2006.
Fabián Pina Amargós, investigador de Jardines de la Reina. —¿Qué te motivó a lanzarte a una investigación sobre los peces en Jardines de la Reina?
—Se desconocía mucho. Existían estudios, pero eran descriptivos. No se sabía, por ejemplo, cuál era el potencial de su fauna o si el hecho de prohibir la pesca realmente era un factor que propiciaba el crecimiento de las poblaciones de peces. Puede parecer obvio y no es así.
—¿Por qué?
—La pesca se detiene, ¿pero es el único factor para conservar la fauna? Una larva de langosta es arrastrada durante más de seis meses por las corrientes marinas. Cuando el crustáceo aparece, ¿a qué distancia se encuentra de Jardines de la Reina, si fue concebido allí? Eso ocurre con otras especies: se originan en un área y su lugar de desarrollo es otro. ¿Era el caso de la Reserva en Jardines de la Reina?
—¿Entonces la reserva podría estar mal ubicada?
—Cuidado con eso. La Reserva es muy necesaria y era urgente tenerla. Cuando se crea una Zona Bajo Régimen Especial, uno espera que la conservación no solo favorezca el lugar, sino otros fuera de sus límites. ¿La Reserva lograba eso? Por ello, cabía la posibilidad de replantear su demarcación, a partir de lo descubierto con los peces. Por eso diseñé una investigación que ayudara a conocer qué sucedía allí.
—¿Qué sospechas tenían durante las indagaciones?
—Notábamos que en la Reserva los peces con valor económico eran más numerosos y con mayor talla que los vistos en otras áreas. También eran menos ariscos; pero se trataba de opiniones, no algo demostrado.
—¿Cómo se podía demostrar?
—Censándolos, entre otras acciones.
—¿Censándolos? ¿Cómo...?
—A dedo. Es más complejo, pero así es en esencia. Cuando son cardúmenes o grandes manchas, lo haces bajo estimados. A ojo delimitas un área, que represente el 10 por ciento del cardumen, cuentas el número de ejemplares. Y en base a esa proporción, puedes aproximarte al número de individuos del cardumen completo. Aunque insisto: no fue el único método.
—¿Qué arrojó el censo?
—No solo el censo; también otros métodos demostraron que la Reserva tiene gran potencial: al año no menos de 200 toneladas de pescado salen de allí hacia otras zonas.
—¿Por qué era importante conocer si un pez era más arisco en una zona que en otra?
—Era un elemento para medir el nivel de efectividad de la Reserva. Podía indicar hasta qué punto esos peces no se sentían amenazados. Los ejemplares dentro del área protegida se acercaban a nosotros y su recurva para alejarse era más tranquila. Los que viven fuera de la zona, no. Son, literalmente, ariscos. Era impresionante ver la recurva del galano de ley. Ese tiburón tiene dos aletas dorsales muy parecidas y casi del mismo tamaño. Eso le permite alcanzar grandes velocidades.
—¿Y no hubo sustos?
—¿Con los tiburones? No; existen muchas leyendas con ellos. Hay que conocerlos y respetarlos; pero los humanos podemos llegar a ser más peligrosos que los tiburones; es la verdad.
Las áreas marcadas con color oscuro representan las zonas donde se realizaron las investigaciones en la Reserva Marina del archipiélago de Jardines de la Reina, al sur de Ciego de Ávila. —¿Jardines de la Reina es en verdad un lugar donde se desarrollan las especies, luego de ser concebidas en otra región?
—Esencialmente es un lugar donde se desarrollan. Hay muchos eventos que ayudan, como las corrientes marinas y el tamaño de la reserva: 1 000 kilómetros cuadrados, que asegura un área grande para la evolución de las especies. Eso explica, entre otras causas, la población tan grande que allí existe.
—¿Entonces la Reserva favorece a otras zonas?
—Esa era una duda. Podían existir diferencias de hábitat o variaciones del fondo marino, entre otros factores, que impidieran que especies de la Reserva pasaran a regiones más alejadas.
—¿Cómo lo verificaron?
—Marcamos dos lugares muy semejantes, ubicados en los límites de la zona protegida. En uno se hizo una captura grande, con la debida autorización, y luego comparamos con el que se mantuvo intacto. A los dos meses, tuvimos el resultado. En el sitio de pesca, la población se recuperó y mostraba los mismos niveles del intacto. Nos encontrábamos ante un fenómeno conocido como Efecto de Derrame. Es decir, la Reserva estaba «exportando» peces hacia los vacíos que provocaba el hombre. Por eso hay que evitar la pesca furtiva en la Zona Protegida.
—¿Qué viene después de esta investigación?
—En Jardines de la Reina hay trabajo para, al menos, cien años. El archipiélago está empezando a mostrar lo que tiene en el mar. Además, allí hay otra incógnita.
—¿Cuál?
—El Golfo de Ana María, entre Jardines de la Reina y Ciego de Ávila. ¿Qué hay en sus fondos? Se conoce muy poco. Ese es un misterio que hay que develar.