Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Esa gente equivocada...(I)

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Aunque nadie se reconoce como tal, todos hablan de ellos. Se trata de quienes, por tal de ganar reconocimiento, ostentan con cuanto tengan a mano. Los «especuladores», los «creyentes», se han hecho notar en Cuba durante los últimos tiempos

En un lugar de La Habana, clonado de tantos otros, de marquetería fría y estandarizada, allí donde venden cerveza y algo de comer, irrumpe el hombre con su prole. Está algo pasadito de peso, y el grosor del cuello es más evidente por el brillo de las cadenas doradas que lo cercan. La estampa pudiera pasar inadvertida de no ser por el tono tan alto de la voz, por la arrogancia con que solicita la aparición de algún camarero.

La prole tiene aires de comando inmortal. Uno de sus integrantes juega con su teléfono móvil y colorido; y a su lado, dos muchachas lanzan carcajadas incomprensibles, como si el mundo no hiciera sus juicios. «La ciudad es nuestra», parecieran gritar. Alguien que ha llegado buscando un poco de paz a ese sitio, quizá con los ahorros de la semana o del mes, siente irritación, desprecio, y hasta cierta tristeza.

Ante la curiosidad de los transeúntes, en otro escenario de la capital, la joven desciende de su automóvil de los años 50, exquisitamente pintado, que algún mecánico obsesivo dejó como nuevo a pesar del paso del tiempo. Ella es linda, y está vestida a la moda. La imagen sería inocente, discurriría sin más, como loable señal de fortuna, de no ser por el modo, tan alto y con faltas «ortográficas», en que la chica habla por su celular; por la manera endemoniada en que masca un chicle; y por el afán despectivo con que desliza miradas a cuanta gente humilde y sensitiva le pasa por el lado.

Ella y el hombre de la cafetería engrosan el ejército de los «especuladores», los «creyentes» (los que se creen cosas que posiblemente no sean). Así son denominados, en buen cubano, por la sabiduría popular. Sus señales se emiten de múltiples modos y parecen formar parte de un fenómeno —la ostentación— que en estos últimos años, al menos así se percibe, se viene acrecentando.

Muchas interrogantes desatan esas personas empecinadas en exhibir algún tipo de poder: ¿Acaso somos ostentosos por naturaleza? ¿Ese tipo de comportamiento pertenece en especial a una época o a una generación? ¿Cuáles son sus motivaciones y su contraparte?

Animados por un asunto que parecía inofensivo, salimos a buscar respuestas por toda la Isla. Y hemos descubierto que el tema, además de despertar la pasión tan consustancial a nuestra insularidad, atraviesa los filones más insospechados de la sociedad cubana actual.

«Es un asunto complicado», comentó en la Universidad de La Habana Harorl Bertot, de 21 años y estudiante de primer año de Derecho, para quien el fenómeno se ha expandido a partir del período de crisis vivido por Cuba a raíz de la desaparición del campo socialista. «Tiene que ver con un deterioro de valores, lo cual no significa que estos hayan dejado de existir.

«Años atrás la honradez era más palpable, pero ahora, lamentablemente, algunos jóvenes son fetichistas y quieren seguir patrones de consumo de otros países. No estamos hablando de tener facilidades, sino de utilizar objetos para aparentar. Esta es una sociedad en la que las condiciones de los últimos tiempos han llevado a que unos tengan más que otros. Luego, tener algo te permite usarlo, pero hay que ver con qué sentido, sin irradiar a la sociedad de una forma negativa y que lacere».

Para Anisleidys Soler Adán, de 19 años y estudiante de segundo año de Derecho de La Universidad de La Habana, «la ostentación, que es una manera de comportarse, se ha agudizado en los últimos años. Se da lo mismo entre quienes no tienen muchas posibilidades materiales, que entre quienes tienen las cosas al alcance. Siempre critico a un muchacho que tiene un carro y maneja de forma extraña para que todos lo miren, o a quien usa muchas cadenas o prendas. No estoy en desacuerdo con que las personas tengan. El que posea un carro: que lo disfrute y se libre de las molestias de los ómnibus. Y si yo tengo una blusa buena y bonita, tengo que disfrutarla, pero no debo sentirme por eso superior a los demás. Lo más importante es que las personas se examinen y reflexionen sobre esto, porque no hay una fórmula matemática para resolver las cosas que van por dentro».

El genio Albert Einstein acude a la imaginación de Lorenzo Cancañón Rodríguez, estudiante de tercer año de Cibernética, en la Universidad de La Habana, si tiene que hablar sobre la ostentación: «Lo que estudio es complicado y demanda tiempo; así que no puedo detenerme a pensar mucho sobre qué ropa me pondré para lucir en la calle. Siempre me acuerdo de Einstein, que tenía sus trajes iguales para no tener que preocuparse por cuál se iba a poner al día siguiente».

Para Lorenzo hay ostentación cuando alguien «trata de lucir por encima de los demás, resaltar, sentirse superior. Creo que ese fenómeno puede atravesar a todo el mundo, aunque se ve más enmarcado en quienes tienen menor nivel de instrucción, y por tanto, son menos capaces de distinguir lo correcto de lo incorrecto, ante la avalancha de información que nos llega por muchas vías en este mundo globalizado».

Por su parte Abdel García Mola, de 21 años y estudiante de tercer año de Cibernética, procedente de Bayamo, provincia de Granma, compartió su criterio de que a veces se puede caer «en el error de decir que una persona ostenta porque se viste a la moda. La esencia está en cómo se siente uno en el momento de lucir algo. Hay quienes lo hacen porque es una necesidad y es importante estar en forma, pero están los que quieren sobresalir. Creo que en todas las provincias del país sucede, solo que en la capital el fenómeno se produce más acentuadamente».

Para algunos el asunto va más allá de las apariencias. Es el caso del pinareño Rancel Cardoso Carreño, de 20 años y estudiante de primer año de Cibernética, para quien «los ostentosos son quienes desean más de lo que pueden llegar a tener, y son detectables por el modo de hablar o vociferar, por los lugares a los que suelen acudir, y hasta por las relaciones humanas que cultivan. Los especuladores, ostentan con todo».

Otros han sido tajantes y han ido más lejos cuando hacen alusión a una «capa de nuevos ricos» —con más deseos de parecer, que razones para ser—, que adora las cadenas, los anillos y los dientes de oro, la música alta en el carro y las baratijas luminosas y, si son hombres, las muchachas bonitas y «plásticas», evocadoras de esa que inspiró al cantautor panameño Rubén Blades (La chica plástica), o de esa Barby Super Star del compositor español Joaquín Sabina.

Meditando despacio

El Doctor Dionisio Zaldívar Pérez, vicerrector de la Universidad de La Habana y profesor titular de la Facultad de Psicología, afirma que la ostentación «se expresa en el comportamiento de aquellas personas que creen que la posesión de un bien les confiere un valor superior como seres humanos. Digamos que es la voluntad: “Yo tengo lo que tú no tienes, y por tanto soy más valioso que tú”.

«En un lenguaje más popular la ostentación podría definirse como especular o alardear de algo en específico, con el propósito de sentirse ubicado en una escala social superior».

—¿Qué lleva a adoptar tal conducta?

—Quien se comporta ostentosamente confunde, a mi modo de ver, el sentido de la vida, el medio con el fin. Lo material es un medio, pero la finalidad tiene que ser más elevada. El fin de la vida no es tener o acumular. No somos hombres de éxito solamente porque tengamos este o aquel objeto.

—¿Cuánto tiene que ver este fenómeno con la formación de la personalidad del individuo?

—La formación de la personalidad del individuo está muy vinculada con el proceso educativo. Actualmente los padres tienen cada vez menos tiempo para dedicar a sus hijos, quizá por las exigencias profesionales, por lo apurado de estos tiempos. Entonces la escuela, los grupos, y los medios de comunicación, acaparan casi todos los espacios de influencia sobre ese ser humano en ciernes.

«En este análisis no debemos desdeñar el fenómeno de la globalización tan consustancial a la modernidad. Cada día son más intensos y sutiles los mensajes en pos de la ganancia, que estimulan el afán desmedido por lo material. En el mundo, la publicidad jerarquiza los patrones de consumo; dice o sugiere que alguien es valioso en dependencia del tipo de reloj o traje que use».

—¿Cuáles son, a su modo de ver, las expresiones más comunes o visibles de ostentación en la sociedad nuestra?

—Quienes ostentan buscan marcar las diferencias. Esa intención se evidencia en los que, por ejemplo, planean las fiestas de quince de sus hijas a niveles asombrosos, o en quienes lucen las cadenotas de oro con la camisa abierta para que todos miren. Hay hasta quienes utilizan la obesidad para demostrar qué bien están. Son variadas las expresiones de quienes quieren demostrar su nivel financiero.

—¿Será un fenómeno contextual o de todas las épocas? ¿Acaso tiene vínculos con nuestra identidad?

—El cubano es alegre, amigable, le gusta compartir lo que tiene. Pienso que la ostentación se hizo evidente después de la crisis económica tras la caída del Muro de Berlín. El socialismo representaba para mucha gente un ideal de vida a partir de determinados valores. Al caer, muchas concepciones fueron en picada y sobrevino el egoísmo y hasta el «sálvese quien pueda...».

«Un mundo globalizado, y una situación nacional diferente, más compleja, comenzaron a gravitar sobre nosotros. La filosofía del consumismo fue encontrando entresijos por donde entrar, y hasta espacios donde acomodarse».

A propósito de esta última interrogante, María Isabel Domínguez, Doctora en Sociología y directora del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) de la Academia de Ciencias de Cuba, reflexionó:

«Creo que en todas las épocas, desde que en la sociedad surgieron diferencias sociales de cualquier índole, existió ese fenómeno que se puede denominar ostentación, que es intentar mostrarle al otro lo que se tiene, o lo que no se tiene pero se quiere aparentar que sí se posee.

«La ostentación es, en mi modo de ver, mostrar algo que se supone da prestigio, estatus, que coloca a quien ostenta en un determinado nivel de reconocimiento social. A lo largo de la historia se ostentó. Ahí están las cortes francesas del siglo XVIII, ocultando la decadencia de un sistema tras las máscaras del esplendor. Y es ilustrativo el proceso de tránsito del feudalismo al capitalismo, en el cual se dio la unión entre la burguesía naciente y las familias de la nobleza, muchas de las cuales solo conservaban sus títulos nobiliarios, su linaje, su tradición. Se trataba de una alianza entre los llamados nuevos ricos —que tenían el dinero pero no la cultura ni la tradición necesaria—, y las familias de renombre. Era una unión de cada cual poniendo lo que tenía para colocarse o mantenerse en un estatus social notable.

«De modo que no estamos hablando de un asunto nuevo, sino de un fenómeno que acompaña a la sociedad marcada por las diferencias. Cada época tiene sus modos de expresar esa ostentación».

—¿Cómo se manifiesta este fenómeno en la sociedad cubana actual?

—No se puede hablar del presente sin que nos ubiquemos un poco en el pasado. Se ha dicho que Cuba era la más europea de las naciones caribeñas. En la Isla, durante los siglos XVIII y XIX, la intelectualidad se formaba en Europa, en Francia. Había un regusto por lo mejor situado del mundo en esa época. Y ese espíritu puede apreciarse hasta en la arquitectura que ahora nos maravilla: mármoles italianos, cristales finos, cierta afectación en los estilos, que buscaban lo grandilocuente. Es algo que ha estado en los orígenes de la identidad, para bien y para mal, y que también significó la posibilidad de ubicarnos en lo más progresista del pensamiento europeo de aquella época.

«En la primera mitad del siglo XX, el referente era la cultura norteamericana, que a su vez imitaba los patrones de la vieja Europa. Fueron miradas sucesivas, de coloniaje, en las cuales las clases altas de la Isla buscaban referentes en el modelo del Norte, mientras los estratos humildes ponían sus ojos en los grupos mejor posesionados.

«La Revolución provocó cambios de gran impacto en la identidad, en tanto democratizó las relaciones sociales. Por lo general lo positivo era lo que funcionaba a nivel popular. Lo otro era visto como los rezagos del pasado. Hubo un vuelco en la manera de comportarse, lo cual no quiere decir que no se ostentara con otras cosas. Ser un profesional universitario se entronizó como algo positivo, y con eso también se ostentaba, como algunos hacían con determinadas responsabilidades.

«Después, sobre todo al sobrevenir la crisis económica de los años 90, y con el reforzamiento de diferencias sociales, el fenómeno de la ostentación se desplazó hacia la muestra de poder a partir de la tenencia de bienes materiales. Comenzó a expresarse en cuestiones como la apariencia física, y junto con eso, con el tipo de ropa a usar. Se sumaron otros atributos materiales como la vivienda y otras tenencias que expresan la filosofía de un nuevo rico reproductor de estilos de vida foráneos. A su vez, otros grupos sociales sin acceso a niveles de vida altos, reprodujeron los patrones de los grupos sociales internos con mejores condiciones. Es un proceso en el cual influyen los medios de comunicación, es decir la televisión, videos, seriales, novelas y revistas llegados desde otros lugares del mundo.

«Así, se reproduce un estilo de vida que es visto como el idóneo, el reconocido, pero desde situaciones económicas distantes entre sí. Y si no hay determinadas condiciones, se intenta aparentar que esas condiciones existen».

¿Somos o no somos?

Un sondeo aplicado por el Equipo de Investigaciones Sociales de nuestro diario, entre un centenar de personas con edades comprendidas entre los 18 y los 61 años, reveló una inclinación a aceptar que el cubano es ostentoso.

«Le gusta estar en todas», «prefiere mostrar lo que tiene y lo que no», «es parte de su idiosincrasia», «especula con todo», «es un problema de conducta social», conforman el conjunto de razones esgrimidas por quienes (en representación del 64 por cierto de la muestra), han afirmado que nos gusta «dar la nota» exhibiendo algún tipo de poder.

Según el estudio realizado en Ciudad de La Habana, entre el 8 y el 14 de octubre de 2008, cerca de un 20 por ciento reconoció que esa actitud no es consustancial a los nacidos en la Isla. Mientras, un seis por ciento se abstuvo de dar una respuesta categórica.

Para quienes eligieron el «no», el cubano es sencillo y humilde por naturaleza; y posee una formación socio-cultural que le permite hacer análisis profundos como antídoto contra la frivolidad.

Quienes compartieron sus opiniones con Juventud Rebelde, relacionaron el fenómeno de la ostentación con actitudes como «alardear», «exponer algo material o espiritual en demasía», «sobresalir», o «ser vanidoso».

La indagación sacó a la luz que, entre cubanos, alguien es ostentoso cuando no solo hace girar su vida en torno a lo material, sino también cuando emite señales incandescentes sobre sus preferencias y posesiones: «Ostentan con prendas vistosas»; «especulan con carros chillando gomas, con la música y el claxon estridente»; o «cuando sacan el equipo de música para el portal, para que todos lo vean»; o «se exhiben hablando con un celular en los lugares más insospechados».

Algunos de la muestra hicieron alusión a personas que ostentan con puestos de poder en el ámbito laboral, o con conocimientos, en este último caso, con «desear tener siempre la última palabra».

Ostentoso, ¿Dónde estás?

Curiosamente, todos hablan de él. Está en todas partes. Es reprochable y se le tiene bien definido. Pero, ¿quién se reconoce como tal?

Fuimos tras sus pasos, con la ilusión de encontrar un testimonio de primera voz, honesto. Buscamos entre ciudadanos con vestimentas muy particulares; anduvimos entre coches llamativos, tiendas exclusivas y espacios de agitado comercio, centros cuyas puertas solo son franqueables si pagamos tarifas jugosas. Y también fuimos a las plazas concurridas, a los escenarios desprovistos de toda lentejuela o comodidad. Mas... nunca apareció el especulador. Nunca nos dijo: «Soy yo, y qué...». Lo cual nos hizo confirmar la certeza de que ostentar es como una letra prohibida que nadie quiere llevar sobre sí. Y lo más peligroso: es una actitud de múltiples aristas, que puede florecer en los pastos más sutiles.

En el sentido de que podamos formar el ejército de los ostentadores sin tener conciencia de ello, resultó ilustrativa la siguiente reflexión de la doctora María Isabel Domínguez, para quien, en los últimos años, el fenómeno se ha incrementado:

«En estudios realizados con los jóvenes, hemos preguntado cuál es el criterio del éxito. Con frecuencia, lo asocian a quienes han adquirido bienes materiales, o a quienes han tenido triunfos que les permiten acceder a esos bienes. Muchos lo decían en sentido crítico, como lamentando que esa fuera para la mayoría la concepción del éxito, pero ninguno asumía que esa fuera su propia percepción de lo que es ser exitoso».

Miradas

«No somos ostentosos» —opinó para nuestras páginas María de los Ángeles Salcedo Pérez, subdelegada de Desarrollo y Servicios Técnicos del Ministerio de la Agricultura en Ciego de Ávila. Para ella, «somos sencillos, naturales, abiertos, muy francos, desprendidos. Eso lo apreciamos en la forma de conversar, de comportarnos con los vecinos y compañeros de trabajo».

Admitió, sin embargo, que «existe un por ciento de cubanos que gustan de ostentar, y que ese fenómeno ha aumentado en los últimos años con la aparición de la doble moneda y las diferencias materiales aparecidas en la sociedad.

«Uno percibe la especulación, con especial fuerza en personas conectadas al mundo de los negocios y las ilegalidades, o desvinculadas del trabajo. Hay gente muy preocupada por exhibir un estatus material por encima de la media del cubano. Los que trabajan, difícilmente piensen mucho en eso».

María de los Ángeles quiso trazar una distinción entre «lo que puede ser una moda, y una posición ostentosa. Que una mujer ande con una cadena, o un hombre con un buen reloj, no quiere decir que estemos frente a un ostentador. A ese tipo de persona uno lo nota en su profundo deseo de exhibición».

A esta cubana le preocupan sobre todo los jóvenes, «tan vulnerables, tan propensos a contaminarse con la frivolidad y la vanidad, que son intrínsecas al ostentador».

También de Ciego de Ávila, Jesús Milián Rivero, director del laboratorio de Sanidad Vegetal en la Delegación Provincial de la Agricultura, aseguró que «hay ostentación en la población cubana, aunque se trata de una minoría». Le preocupan los llamados «pepillitos», la gente que no trabaja, aquellos «a quienes el dinero “les cae del cielo” y andan para arriba y para abajo llenos de cadenas, anillos y dientes de oro».

El problema —para Jesús Milián— siempre ha existido: «Ese tipo de persona siempre ha estado ahí, presente, y uno lo ve en su propia esfera. Cuando alguien adquiere una “tierrita”, como le decimos al dinero, enseguida anda por ahí tratando de exhibir lo que tiene por encima de los demás. El tema, en la actualidad, se ha agudizado. Antes no era tan visible. La gente tenía posibilidades y hasta se veía mal que uno ostentara tanto».

El fenómeno no es privativo de algún grupo social. No es solo un estigma de los ociosos o de quienes llenan sus bolsillos con un simple chasquido de dedos. Esta mirada fue ofrecida por Juan Carlos González Rodríguez, especialista en Comunicación, de la Subdelegación de la Agricultura en Ciego de Ávila:

«No creo que ostentar sea solo un mal de gente desvinculada del trabajo, o dedicada a las ilegalidades. A veces uno ve a un profesional, que no es delincuente, con cierto estatus social, y que sin embargo anda exhibiendo tener más que la otra gente. No creo que la ostentación sea solo un mal de los jovencitos que andan llenos de cadenas y ropas de marcas. Ese es un problema que también se observa en personas adultas y bien preparadas».

El asunto de este reportaje desató diversas reflexiones en Risquiel García Martínez, técnico medio en el Centro Municipal de Tierras y Tractores del municipio de Baraguá, en Ciego de Ávila. Regaló el siguiente monólogo, marcado por la pasión:

«No creo que el cubano sea ostentoso. Esa especulación se destapó cuando el derrumbe del campo socialista y todos los problemas de la economía que tenemos ahora. Antes apenas se notaba. ¿Con qué ibas a especular?: Todo el mundo tenía la posibilidad de ir a la tienda y comprarse con su dinero un aire acondicionado, un televisor o un refrigerador.

«Cuando yo era niño, mi padre se compró un televisor Krim y un “frío” para la casa. Lo hizo sin problemas, a plazos. Siempre hemos sido gente humilde. La cosa cambió con el período especial. Ahí fue donde salió la ostentación. Conmigo estudiaron y pasaron el Servicio Militar gente muy “chévere” que ahora te pasan por el lado y ni te saludan. Uno los mira y se pregunta: “Caballero, ¿qué es esto?”.

«Fíjese, no es solo cosa de jovencitos: hay viejos que son tremendos ostentadores. Pienso que el problema nos atraviesa a todos, incluso a los profesionales. Algunos licenciados que han entrado a trabajar al turismo, se han convertido con el paso del tiempo en tremendos ostentadores. No saludan a nadie; te pasan por el lado y ni te miran. Son gente equivocada.

«El dinero de por sí envanece, esa es la verdad. Y el ostentador es un tipo engreído, que quiere demostrar que es el mejor. En los aeropuertos descubres un cubanito ostentador a la legua. Se bajan del avión llenos de gangarrias, alquilan un carro y andan por las calles chirriando gomas, haciéndose los bárbaros por todo el pueblo. Así son los ostentadores».

Cuando pusimos este abrasivo y complejo asunto sobre la mesa del filósofo cubano Enrique Ubieta Gómez, el diálogo tocó múltiples aristas. Las ideas que resultaron recurrentes en la conversación, si no constituyen parlamentos conclusivos, sí entrañan una suerte de alerta que sería provechoso no soslayar:

Resulta inevitable —se enfatizaba durante el intercambio— la cada vez mayor interacción de nuestra población con el sistema reproductor de valores del capitalismo. Eso exige construir estrategias culturales eficientes para la reproducción de valores socialistas, es decir, ajenas al egoísmo y la superficialidad, pero que a su vez no se sustenten en largas y aburridas explicaciones sobre cómo deben ser sacrificadas nuestras existencias: el socialismo debe pensarse como una relación cualitativamente nueva entre lo individual y lo colectivo, donde la satisfacción espiritual de las cada vez más ricas y diversas individualidades, lejos de contradecir, confirmen el interés colectivo.

¿Es una aspiración que puede encontrar espacio en condiciones de bloqueo económico, de subdesarrollo, de asedio mediático? Con razón, el diálogo con el filósofo nos recordó que los retos del socialismo cubano en las décadas por venir no serán simplemente económicos, sino también, y sobre todo, políticos, es decir, culturales.

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