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Carta de Stella Calloni a Fidel

En la misiva, la periodista argentina relata su conmovedor diálogo con un anciano de 93 años, que viajó desde el norte de ese país hasta Buenos Aires para ver pasar la estatua del Guerrillero Heroico que se develará en Rosario, su ciudad natal

Autor:

Juventud Rebelde

Buenos Aires, 11 de junio de 2008

Querido Comandante Fidel Castro:

Hace días la directora del periódico La Jornada me envió una copia magnífica de esa fotografía suya donde está con las palomas en sus hombros y cabeza. Es una foto extraordinaria y genial. Y recordé también que estando en Cuba y asistiendo a un acto donde Usted habló, su discurso estuvo acompañado por un coro de pajaritos parados en uno de esos cables de la luz o alta tensión —no soy experta en tendidos de cables— y nunca pude preguntarle si los escuchó. Incluso en algunas grabaciones de ese discurso quedó muy bien registrado el formidable acompañamiento de trinos, realmente muy especiales. Y mágicos.

Tenía muchos deseos de escribirle desde estos territorios del sur, todos algo conmocionados —algunos más que otros— y especialmente después de haber visto andar por la calle Corrientes, popular y mítica también, la estatua de bronce del Che, cuyo paso hizo emocionar a muchos, como que había algo más que una reivindicación. Me dije: ahora le escribo.

No hay nada como escuchar el lenguaje de las calles y en una esquina había un hombre que se parecía a un duende y se secaba las lágrimas con un pañuelo muy viejo y gastado, hasta roto. Pequeñito era él. Le pregunté por qué lo emocionaba tanto. Me dijo «Tengo 93 años y no puedo andar mucho, pero supe que iba a pasar Ernesto por aquí y quise saludarlo aunque sé que es un símbolo esto de la estatua, pero siempre algo anda allí».

Le pregunté de dónde venía y algo de su vida, que por su aspecto debió ser muy dura. «Vengo del norte, de por allá de Tucumán y Santiago del Estero. Muy dura pero peleada mi vida. Desde niño estoy peleando por lo que creo que es justo. Un hombre solo necesita ser justo para estar en todas las peleas por la justicia».

Había trabajado en los oficios más duros, en el campo cuando niño, en las zafras, en naranjales, en frigoríficos luego, y participado en varias resistencias contra los diversos golpes que asolaron al país. Me lo dijo rápido, escueto como quien resume una vida en dos o tres frases.

Se quedó mirando la figura de la estatua del Che hasta que se perdió a lo lejos, sin poder hablar.

Antes de irse me tendió la mano temblorosa y gastada por esa vida y esos trabajos y me dijo «ahora me queda pedir a San Ernesto de la Higuera y al Che de América, que haga posible el milagro de unir a nuestras izquierdas y a nuestra mejor gente, que parece estar solo preparada para desunir. Vienen tiempos duros y a los que andan agitando banderas con el Che, digo que eso no hace a un peleador, a un revolucionario y menos en estos tiempos. El Che necesita menos gritos, menos camisetas y más sabiduría para los nuevos tiempos de lucha. Estamos en tiempos en que debemos saber quién es el enemigo. Si nos confundimos estamos perdidos. Ahora el “mandinga” anda escondido entre muchas palabras floridas y algunos compañeritos se nos han vuelto ciegos y caen solitos en las trampas. Lean a fondo al Che, lean a fondo a Fidel, lean la historia, sean humanos y dignos como ellos, les dice un viejo como yo, que tengo que dar batalla cada día para comprar remedios baratos que debo tomar. Para comer nomás, doy una gran pelea».

Lo miré emocionada y le dije que él hablaba muy bien. «Pobrecito como siempre fui, también siempre leí. Todo lo que vino a mis manos. Eso me lo enseñó un compañero minero que andaba muy enfermo por aquellos pagos. Me dijo: eso será tu defensa y la de otros. Y él mismo me enseñó. Era un gran luchador. Y mire, sigo leyendo». De un bolsillo de su saco gastado sacó varias hojas arrugadas y me mostró las copias de varias de sus Reflexiones, que un joven vecino le alcanza siempre que puede.

Le pregunté el nombre y movió la cabeza «me llamo como se llaman todos los que viven como yo».

Le cuento esta pequeña historia porque me pregunté si siempre aprendemos con humildad de los que debemos aprender.

Esta historia es suya y lo abraza fuerte, con inmenso cariño y respeto

Stella Calloni

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