Foto: Albert Perera Castro Fotos: Roberto Morejón
Son las seis de la tarde de un domingo. Una ruta 20 de Ciudad de La Habana llega a la primera parada, donde varias personas esperan en cola para subir. Un grupo de jóvenes que regresa de la costa, de entre 12 y 15 años de edad, aborda el ómnibus por la puerta trasera. No pagan, gritan, se empujan, dicen palabras obscenas...
El ómnibus comienza su recorrido. Las caras de los pasajeros se tornan preocupadas y molestas. Se miran y alguno hace un comentario en voz baja, pero nadie interviene. Mientras, los adolescentes continúan con su escándalo. Se han agrupado en la puerta trasera, en la cual tocan rumba y hacen difícil descender en cada parada. Al pasajero que protesta, le dicen de todo...
Otro día por la mañana, por la calle capitalina de Ayestarán, una mujer camina apresurada rumbo a su trabajo. Delante de ella, un grupo de estudiantes de tecnológico se dirige a su centro escolar.
Los temas de conversación van desde la ropa de moda hasta la película que vieron el sábado. Entre ellos se hacen bromas, a veces se ofenden, juegan de manos y ríen a gritos.
Cuando la mujer llega finalmente a su trabajo, comenta a sus compañeros: «En solo tres cuadras, he escuchado más malas palabras que todas las que había oído en mi vida».
Ellos saben lo que hacenLa discusión está en cada esquina del país, en sus espacios académicos y políticos. La sociedad cubana se cuestiona cada vez más hasta dónde llega la pérdida de valores educativos esenciales, de las normas de convivencia y de respeto hacia los semejantes. Eso que algunos manuales identifican como educación formal.
Una dinámica grupal realizada por JR con 40 jóvenes arrojó que ellos identifican cuáles son las normas correctas de educación. Los muchachos, de los municipios capitalinos de Cerro, Plaza y La Habana del Este, con edades entre 14 y 16 años, identificaron a su familia como el principal gestor de su comportamiento, con gran énfasis en la figura materna.
Los entrevistados señalaron tener frecuentemente actitudes que saben son las esperadas por la sociedad. La mayoría dijo que tratan de «usted» a las personas mayores, dan las gracias, y saludan al llegar a un lugar. Los varones refirieron que ceden su asiento en la guagua a las embarazadas.
Entre las actitudes negativas que reconocieron hacer a veces estaban escuchar música con el volumen alto, decir malas palabras y emplear un tono inadecuado al conversar con sus amistades. Además, aceptaron que conversan dentro del cine, pisan el césped y no emplean debidamente los cubiertos. Los varones predominaron en esas situaciones.
La mayoría negó que escribe o pone los pies en las paredes, no respeta su turno en las colas, no paga el pasaje en la guagua, altera el uniforme escolar y echa basura en la calle.
Lo que más llama la atención de los resultados de esta dinámica grupal, es que aunque en lo personal los participantes dicen ser respetuosos de normas educativas básicas, cuando se les pidió que evaluaran a sus amigos, salieron a relucir actitudes inadecuadas que, según ellos, individualmente no practican. Esta última respuesta se acerca más a la realidad, pues define comportamientos que los distinguen como grupo.
Finalmente señalaron su rechazo hacia conductas que reconocieron tener, como decir malas palabras, hablar en voz alta y pisar el césped.
Piedras que trajeron estos lodos¿A estos niños le habrán inculcado el respeto y la devoción que merece José Martí? Nuestro país no llegó a esta situación de la noche a la mañana. Diversos factores que marcaron a la familia y a las instituciones que interactúan con esta, sobre todo la escuela, provocaron grietas en la disciplina social y una subversión de valores básicos para la convivencia.
En la facultad de Sociología de la Universidad de La Habana, JR conversó con las profesoras Clotilde Proveller y Geraldine Ezquerra. Ambas identifican el período especial como el detonante que generó la degradación de esos valores.
«Una crisis económica —dice Geraldine— genera siempre una crisis social. Ese proceso ocurre muy rápido, y revertirlo demora mucho. En esa etapa hay una tendencia al individualismo y una superposición del yo sobre las acciones colectivas, porque la tarea de primer orden es resolver las necesidades materiales. En los años 90 se evidenció esta degradación de valores, que actúa de forma negativa en la educación formal.
«La dirección del país lleva a cabo un plan de masificación de la cultura y de reforma en la enseñanza, que tiene entre sus metas revertir esta realidad. Pero no lo vamos a alcanzar en cinco años, ni en diez; es un proceso mucho más largo».
—¿Es el período especial la única causa de esta realidad?
—Es la fundamental. Hay una generación que está en el medio. Los adolescentes de hoy nacieron en el período especial, y dieron sus primeros pasos en esa etapa.
«Aunque las políticas estatales están encaminadas a revertir la situación, hay una familia dañada por la crisis económica, y no es fácil desprender al individuo de esa marca. Por un lado está la escuela, haciendo su mayor esfuerzo, y por otro la familia, que va más lentamente todavía».
Para la profesora Carolina, la indisciplina social es un tema que hay que estudiar. «Debemos recuperar el valor de la ciencia para la sociedad, porque si hubiéramos investigado esos problemas con profundidad, y empleado los resultados para diseñar estrategias y perfeccionar las políticas sociales, probablemente habríamos puesto el remedio antes».
—¿Por qué hemos llegado a esta situación?
—Creo que las causas son múltiples. Y tienen que ver con el papel de las instituciones de socialización, dígase familia, escuela, medios de comunicación, organizaciones de masas... factores relacionados con el funcionamiento de la sociedad.
«La familia tiene un papel central en la educación de valores. La socialización primaria tiene lugar en el hogar. Está demostrado que los valores que se aprenden allí pueden atenuarse o modificarse a lo largo de la vida, pero se sedimentan, perduran y tienen una fuerza enorme.
«Si la familia no cumple su función adecuadamente, ya empezamos mal, porque entonces el niño llega a la escuela con deformaciones, o sin haber desarrollado valores importantes.
«Pero no toda la responsabilidad es de los padres. Los niños pasan mucho tiempo fuera de la casa. El círculo infantil es otra institución de socialización, extradoméstica, cuya función es complementar lo que se hace en el hogar. Si no actúa correctamente, estamos generando caldo de cultivo para que esos valores no se sedimenten.
«El niño tiende a imitar, a incorporar actitudes de manera inconsciente. Si en el círculo la seño, en vez de canciones infantiles, le pone un reguetón que dice: “Esa mulata me la aplicó, pero más pillo que ella soy yo. Cuando la coja le voy a enseñar...”, esas frases son las que el pequeño va a incorporar a su léxico.
«Es un problema serio. El hogar desempeña un rol vital en el proceso de aprendizaje, en la incorporación de normas, de patrones de conducta, y eso, en las edades primeras, se incorpora miméticamente. De nada vale que tengamos un discurso educativo, si este no se acompaña de una práctica también educativa. No hago nada con decir: “No puedes robar, porque eso es inmoral” y que después el niño vea que lo que hay en la casa es resultado del robo.
«El vínculo escuela-familia es esencial. Se habla de las escuelas de padres, o reuniones con estos, y muchas veces son una formalidad, sobre todo en el caso de las becas».
—¿Están preparados los maestros emergentes para ser un buen ejemplo?
—Todos sabemos que tuvimos que apelar a los emergentes porque teníamos una crisis. Había que hacer funcionar las aulas. Pero ellos están en edad de ser también educados. Si todavía no han completado su formación de valores, entonces hay que dar un refuerzo, un complemento.
«Lo que está diseñado es un tutor cada cuatro o cinco Profesores Generales Integrales (PGI). Sin embargo, hay centros donde hay uno cada diez, e incluso emergentes de grados superiores, que hacen de tutores.
«El maestro ha tenido siempre la autoridad pedagógica. Recuerdo que cuando mi hija era niña, no había emergentes, pero igual existían profesores que no eran modelos. Ella se ponía a jugar en el cuarto y le daba a la puerta del closet y gritaba. Cuando le llamaba la atención, decía: “Mami, es que estos niños me tienen loca”. Porque estaba imitando a su maestra».
—¿Qué responsabilidad tienen los medios de comunicación?
—Son instituciones de socialización y tienen la función de promover valores. Si hacemos un estudio de los medios, sobre todo de la televisión, que es el de mayor impacto, nos damos cuenta de que muchos de esos valores no se promueven.
«Están muy bien los spots de Para la vida, sobre los derechos de los niños y la familia, pero duran un minuto. El valor de ese medio es la reiteración, el tipo de mensaje que forma una opinión, que refuerza valores.
«Por otra parte, hay que preparar al joven para que sea receptor crítico. Si se le somete a un bombardeo de influencias negativas sin contrapartida, no será capaz de establecer mediaciones, de hacer una reflexión. La presencia de la crítica en el medio no puede ser una elección, tiene que estar ahí, para que la gente tenga herramientas».
—¿Cómo se ve esta «epidemia» de mala educación en las aulas universitarias?
—En la universidad hemos observado que los muchachos están viniendo cada vez con menos preparación e interés. Son reflejo de una época. Nacieron con el período especial, y eso fue lo que vivieron, la sociedad de la crisis.
«También tienen menos educación formal. El otro día, durante un examen final, una muchacha se quitó los zapatos y subió los pies en el asiento. Yo le pregunté: “¿Dónde crees que estás?”.
«Son problemas que se han acumulado porque en su momento no les dimos la importancia que tenían. Es igual que en la casa. Si no haces limpieza general a cada rato, cuando te decides no sabes cómo salir de tanta basura».
—¿Y cómo haríamos ahora esa limpieza general?
—La atención no viene solo de la familia, o la escuela o los medios, sino de todos unidos. Hay que recuperar valores. Fortalecer la familia y las redes comunitarias. Nosotros no hemos desarrollado el papel de las redes sociales, que en la comunidad es esencial. Todo debe funcionar como un sistema.
«Al final lo resolveremos, en la medida en que salgamos de la crisis y todos trabajemos en lo que nos corresponda».
Comienza en la cuna
En conversación con un grupo de maestros de Primaria y Secundaria Básica, todos coincidieron en que la formación de valores no debe enmarcarse solo en un turno de clases.
«Esa labor tiene que estar presente desde que nos levantamos por la mañana. Y la mejor forma es el ejemplo. Hay que tratar a los alumnos con cortesía, con respeto, para que ellos respondan de igual manera», expresó Rafael Berrayarze, maestro de la escuela primaria Ejército Rebelde, del municipio capitalino de Plaza, con 33 años en la profesión.
«A la reunión mensual con la familia de los alumnos se le llama ahora Escuela de padres. Allí analizamos los problemas de aprendizaje y también conversamos acerca de cómo educar en las casas, porque a veces en la escuela hacemos una labor que se destruye luego en el hogar» .
Naida Abreu es una joven maestra de computación de la misma escuela. Ella asegura que a veces el niño sabe cómo debe comportarse, pero no lo hace, para imitar al amiguito.
«En su juego gritan, dicen malas palabras. Si no tienen quien los oriente, lo hacen. Por eso hay que observarlos y cuando cometen un error, señalárselo.
«Todos los niños no tienen la misma educación. Depende mucho de los padres. Yo, puntualmente, cuando veo que el alumno tiene un mal hábito, se lo rectifico, lo ayudo».
Mercedes González, con más de 30 años de trabajo en Educación, afirma que los maestros deben formar valores dentro y fuera de la escuela. «Somos miembros de una comunidad y tenemos que ser modelos. Mi actitud, cómo yo me proyecto, es lo que forma valores en mis alumnos.
«Nos hemos adaptado a la chabacanería. Hemos perdido lo que nos enseñaban nuestros mayores del respeto entre nosotros mismos. A menudo los adultos no damos el ejemplo. Y eso no es solo en la escuela, ocurre también en el barrio.
«Les exigimos a los maestros jóvenes, de los que yo me enorgullezco muchísimo, que sean portadores de valores, y a veces los de más experiencia no lo somos.
«Otro problema es la ropa del docente. Las muchachitas son jóvenes, les gusta vestir a la moda. Pero les insistimos en que un short corto y la barriga afuera no es lo adecuado para pararse frente a un aula. Todo tiene su lugar y su momento».
En la secundaria básica Camilo Cienfuegos, municipio de Cerro, Déborah Pérez es jefa de año, y uno de los aspectos fundamentales que mide al visitar una clase es cómo trabaja el maestro la educación formal.
«Compruebo si exige una buena postura a sus alumnos, que se pongan de pie, que pidan permiso. Siempre ha sido mi concepto que no se puede dar una clase de educación formal. No es posible comenzar a formar valores en muchachos de 12 años. Estos se inculcan desde que se nace. Yo los perfecciono, les enseño un poco más, les hablo, les hago entender por qué debe ser así. Pero los valores los forma la familia, en la casa».
Para Keyla Estévez, vicepresidenta de la Organización de Pioneros José Martí, ha faltado integración de los agentes que influyen en la educación del adolescente. «Se perdió mucho espacio antes de llegar a las transformaciones de la Secundaria Básica. Y el maestro y la familia se ocupaban de la educación por pedacitos, no integralmente.
«Lo otro tiene que ver con las características de esa edad. El adolescente trata de aislarse del adulto y meterse en su mundo. Lo que más le importa es el grupo de relaciones y hacer cosas que se parezcan a las que hacen los demás, para que no lo critiquen. Eso trae consigo las malas conductas. Él sabe lo que es bueno y cómo debe actuar, pero no lo hace.
«Hoy se empiezan a buscar vías para rescatar la educación formal, pero hemos estado muy carentes. Ha faltado la exigencia de los que estamos más cercanos a ellos: los maestros, la familia, la organización... nadie debe estar ajeno.
«La OPJM tiene un gran peso. Hay que discutir y debatir con los adolescentes, pero eso no puede ser impuesto. Hay que dejarlos que hablen y expliquen, que reflexionen sobre cómo se sentirían mejor».
—Hay una tendencia a valorar más el aspecto material...
—Hay que reconocer el peso que tiene este tema en la sociedad. El bien educado, el inteligente, deja de ser líder, y se impone el que más tiene, el que mejor viste, el que más música oye. De ese fenómeno no estamos ajenos y está pasando hoy en las escuelas.
«Hay que reconocer al niño no porque tenga más ropa o porque ofrezca el mejor regalo el Día del Educador, sino por sus valores. Puede ser una familia muy pobre y muy preocupada.
«Un ejemplo sencillo es la merienda escolar. Existe una crítica en la escuela actual. Al niño que consume la merienda algunos le dicen que es pobre, que su mamá no tiene nada... Eso lo hablan entre ellos.
«Entre todos debemos enfrentar esa posición. Es necesario un debate con la participación activa de ellos, porque el estudiante de secundaria sabe lo que tú quieres oír, y lo mal hecho lo define con tremendos argumentos. Este es un problema de todos».
Detalles que hacen un todo
Foto: Angelito Baldrich «Una característica de nuestra clase obrera y de nuestro campesinado —en épocas anteriores a la Campaña de Alfabetización y a la labor educacional que se ha realizado—, y que era orgullo de la familia, era la educación de sus miembros, aunque no supieran leer ni escribir.
«Frases como “pobre, pero limpio”, o “pobre, pero honrado”, eran expresiones que se oían continuamente, y eso definía una forma de conducta».
Así expresó la doctora María Dolores Ortiz, quien por más de 40 años se desempeñó como profesora universitaria, además de ser muy conocida por su participación en el panel del programa televisivo Escriba y Lea.
—¿Por qué se ha generalizado la mala educación?
—Uno de los problemas, tal vez, es que hemos descuidado las formas. No le hemos dado la suficiente importancia a la manera adecuada en que las personas han de conducirse en la sociedad.
«Luego del triunfo de la Revolución se tendió, en un principio, a identificar un poco la buena educación con las normas de conducta de la burguesía. Nuestra propia lucha de liberación, en contra de lo negativo de esa clase social, contribuyó a que hiciéramos tabla rasa de todos aquellos valores y pensáramos que todo lo que hiciera la burguesía fuera petulante, innecesario y ostentoso.
«Tal vez no nos dimos cuenta de que hay valores que van más allá de una clase social, como los que identificamos con la buena educación.
«Pienso que esta se compone de muchos pequeños elementos que forman el conjunto que llamamos una persona educada. Desde el tono de la voz y el vocabulario que se emplea, hasta la forma de vestir, que debe ser adecuada para cada ocasión».