Una foto, una historia
Dicen que cerca de Bombay hay un estado pequeño llamado Junagadh, que a comienzos del siglo XX estuvo bajo el poder de Nawab Sir Mahabet Khan Rasul Khan III, el último Nawah o príncipe de ese estado, cuya afición por los perros era tal que llegó a poseer más de 800 ejemplares, de muy distintas razas, y a ellos les dedicaba la mayor parte de su tiempo.
El excéntrico maharajá indio les construyó un edificio donde cada perro tenía su cuarto con luz eléctrica, teléfono y sirviente. Contrató un veterinario inglés a quien puso al frente de una exclusiva clínica canina. Y si uno de sus perritos fallecía, los funerales eran fabulosos, y con todos los honores reales, al compás de la Marcha Fúnebre de Chopin.
El nawah de Junagadh con su perro favorito
Este amante de los canes llegó al extremo de invitar a príncipes y dignatarios para la boda de su perra Roshanara con Bobby, su perro labrador favorito (aunque otras versiones afirman que el macho pertenecía al Nawab de Mangalore). El cortejo nupcial invitado al convite estuvo formado por más de 50 000 personas. Rutilaban las pulseras de oro del novio y el vestido de seda de la novia, según las descripciones, y los festejos duraron tres días.
Sin embargo, está acuñada la frase «Vida de perros» para los sufridos canes callejeros que tienen que «ganarse» el alimento a como sea, dormir a la intemperie con lluvia, heladas o feroz canícula veraniega, y además sufrir abusos y palizas.
Calificados como «el mejor amigo del hombre», los perros también son queridos por millones que le dan una «vida de perros» que muchos humanos quisieran. Una industria multimillonaria crece a expensa de esa magnanimidad, la cual abarca cuidados de salud y belleza, alimentos especiales, ropa y calzado, chucherías para que jueguen, hoteles caninos y una lista extensa de inimaginables productos. Hasta han sido privilegiados herederos de fortunas.
Pero entre esas exquisiteces y caprichos de ricos, también algunos son sometidos a torturas que los llevan a no desear esa «vida de perros». Las fotos son elocuentes de cómo los «cuidados» puede llegar a la tortura de las amadas mascotas.
Los concursos de perros, donde las más famosas exhibiciones y competencias internacionales son Crufts, Westminster Kennel Club y la World Dog Show de la Federación Cinológica Internacional (FCI) son vistas y seguidas en el mundo entero -en transmisiones de televisión— para admirar las bellezas caninas, aunque asociaciones de protección de los animales no dejan de criticar los extremos a que son sometidos los canes en estos eventos.
¿Belleza canina?
En 2008, la BBC sugirió que algunas mascotas de exhibición sufren graves problemas porque sus dueños dan prioridad a la apariencia antes que a la salud del faldero; sin embargo, los criadores se defienden argumentando que en los concursos no ocurre nada inapropiado y se sienten orgullosos de sus proezas.
Aunque saltan triquiñuelas como utilizar tintes para cambiar o fortalecer un color determinado de perro o mantenerlo deslumbrante, y el «dopaje» no es ajeno en ese aspecto: laca para la brillantez del pelaje, tiza, talco para blanquearlos…
El dinero está involucrado y ya no son las afables mascotas familiares las concursantes principales en estos eventos que premian belleza, elegancia y desempeño y son transmitidos en directo por la televisión a todos el mundo, como el celebrado cada febrero en Estados Unidos, en el Madison Square Garden de Nueva York, el ya mencionado Westminster Kennel Club, en el que participan más de 2 000 perros de más de 150 razas reconocidas por ese club.
Mientras, la Federación Cinológica exige requisitos de pedigrí de las 343 razas que reconoce en los 84 países que integran esa Federación y en su espectáculo mide agilidad para superar obstáculos y califica por rostro, dientes, cuerpo y está más cerca del estándar de la raza.
Quizás el más antiguo sea la Exposición Canina Crufts, creada por un empresario británico en 1891 y también tiene pruebas de agilidad, obediencia y ejercicios con música, aunque la primera exposición canina se realizó en Newcastle upon Tyne, también en Inglaterra, en el año 1859.
Ahora bien, hablemos del negocio. El cuidado de las mascotas para aquellos que tienen con qué en este desigual mundo, les sobran opciones y hay millones de canes que son tratados mucho mejor que millones de humanos.
El país donde vive el mayor número de perros es Estados Unidos, donde hay uno por cada cuatro habitantes, así que el cálculo es de 76 millones; aunque dice SrPerro.com que la población canina crece más en la India y da el dato: 58 por ciento entre 2007 y 2012, para un total aproximado de 10,2 millones, pero la mayoría sì que tienene la «vida de perro» que significa vivir en la calle.
En Europa la cifra ha disminuido ligeramente en los últimos años... Quizas sea consecuencia de los avatares económicos del viejo continente.
Según Euromonitor Brasil prefiere los perros pequeños y en el Oriente Medio prefieren los canes más grandes porque al parecer los usan como perros guardianes y para la caza.
El Instituto Ambiental de Estados Unidos ha alertado sobre los graves riesgos que puede acarrear la fiebre consumista mundial, decía un trabajo de la publicación digital Rebelion y acompañaba con una cifra que da vergüenza ajena y eran datos de 2004: los países occidentales gastan en comida para mascotas 17 000 millones de dólares frente a los 19 000 millones que se destinan a luchar contra el hambre.
No trabajo en un circo y me obligan a esta payasada, parece decir este perrito.
Yo me confieso «perrera» y me gustan los mestizos y los satos. He tenido un «salchisato» como mi «Perro Caliente» acogido desde su nacimiento como uno más de la familia y nos acompañó por 16 años callejeando de lo lindo y haciéndose famoso en el barrio por enamoradizo y pendenciero; «Loquita», una sata a pulso, tuvo corta vida pero bien disfrutada en su alegría, que perdió frente a un carro que no frenó a tiempo; «Cantor» era de un vecino, pero le encantaba tenderse en la sala de mi casa y acompañarnos a ver la televisión; «Charlie Chaplin», mi pekinsato, se contoneaba como el personaje de «Canillitas» y aunque debía sacarlo debajo de la cama para asegurar de vez en cuando el aseo de su enredado pelaje no perdía la ocasión de resbalar de un extremo a otro de la casa en la espuma del baldeo. A «Canela», que era de todos, la mimé mientras duró mi estancia en Venezuela. Ahora un callejero sin nombre viene a la hora del almuerzo día tras día y recibe su ración con cariño y amor…
Mis perros todos han sido GANADORES sin artificios ni trampas.
Cuéntanos de los tuyos.