Una foto, una historia
CARACAS.— Me estremecí hasta el tuétano. Fue el paso de una corriente eléctrica anímica. Aunque estaba sola en esta sala impersonal de un apartamento de hotel caraqueño, canté, de pie, el himno del Bravo Pueblo como si fuera el mío. Porque lo es, el del espíritu bolivariano. En la pantalla del televisor las imágenes mostraban con qué fervor y respeto se retiraba una bandera tricolor con siete estrellas, colocada en ceremonia privada en 1972, se abría un sarcófago de plomo, la mortaja negra, y aparecía la osamenta sagrada para la gran patria latinoamericana: era Bolívar...
El viernes 16 de julio, la historia se levantó viva, y El Libertador encabezaba otra vez sus ejércitos patriotas, huestes en una nueva batalla, que es la misma: la independencia de Nuestra América.
Solemne y necesario encuentro con la historia en esta exhumación de los restos de un Simón uncido al pueblo por el ejercicio de la Justicia, que dijo era el ejercicio de la Libertad.
Hay aquí quienes censuran por «profanación», cuando otros no podemos contener en el pecho tanta fuerza, vigor y energía que emana del Panteón Nacional. Tanto hálito de vida.
El presidente Hugo Chávez transmitió en mensaje a su nación las imágenes del comienzo de un estudio científico interdisciplinario que determinará si son verdaderamente los restos del Libertador, la causa de su muerte y otras informaciones importantes para la historiografía bolivariana.
Por la madrugada, un Chávez conmovido había escrito en su cuenta de Twitter: «Bolívar no ha muerto, nosotros somos sus hijos». Luego, en continuadas intervenciones como parte de sus funciones de gobierno, refirió detalles y sus emociones todas cuando presenció el ceremonial de amor, histórico y científico, que retiraba el encierro de plomo que envolvió al cuerpo desde 1842.
Con reverencia y respeto supremo a su memoria, el mandatario dijo que se encontraron restos de piel y cabellos, la dentadura intacta, «resto de sus botas de campaña, de la camisa prestada» con la cual expiró y «tierra de allá, de su primera tumba en Santa Marta».
También, en una pequeña cajita de plomo debajo del ataúd, el acta original de la preparación del cuerpo cuando fue trasladado a Caracas, firmada en 1842 por el patriota y científico venezolano Dr. José María Vargas.
Hemos estado durante todo el viernes y el sábado escuchando reportes de la televisión, testimonios de quienes han estado participando en este ceremonial, de quienes están elaborando la nueva vestidura y el panteón en que será arropado: una bandera tejida con hilos del país, hecha a mano por artesanas venezolanas y con ocho estrellas, como la decretó Bolívar en su momento y nunca se ejecutó hasta esta Revolución Bolivariana —la retirada tenía una etiqueta sin comentarios: «Made in England»—; un ataúd de madera traída de los llanos venezolanos del Apure, el escudo con el oro de Guayana, una protección especial y «le colocamos materiales plásticos provenientes del suelo venezolano», dijo Chávez.
El Presidente contribuyó a nuestro estremecimiento cuando relató que él se hizo en un principio la misma pregunta que el poeta Neruda: «Padre ¿eres tú o no eres, o quién eres?», y se contestó: «Confieso que hemos llorado, hemos jurado. Les digo: tiene que ser Bolívar ese esqueleto glorioso, pues puede sentirse su llamarada...»
La llama siempre viva de El Libertador, del Hombre de las Dificultades, del Padre de la Patria venezolana y de cinco repúblicas latinoamericanas, está en esos huesos que le llevaron a galope por este continente, su brazo armado de la espada y sus pensamientos tan veloces y contundentes, que todavía recorren con su fuego el siglo XXI.