Tiempo extra
Aún era reportera en mi natal Guantánamo cuando conocí a Martín —a quien de antemano ofrezco disculpas por no recordar del todo sus señas—, un entrenador auxiliar del equipo femenino de baloncesto en el territorio más oriental de Cuba.
Más allá del trabajo que me ocupaba en aquel momento, no pude evitar que de este jocoso y pintoresco instructor me llamara la atención un detalle que a simple vista no parecía tener nada que ver con el mundo de las canastas: el hecho de entrar al tabloncillo con una revista bajo el brazo.
Según él, se trataba de una costumbre que se repetía, lo mismo con un periódico o un escrito cualquiera, «porque mis muchachas tienen que saber leer y expresarse con la misma naturalidad con que encestan un tiro al aro», me dijo.
Desconozco qué tan generalizada está una iniciativa semejante con los atletas de otros deportes u otras provincias, aunque en la práctica son muchos los entrevistados, incluso de equipos nacionales, que demuestran a la hora de entablar un diálogo que no fueron preparados para ello, algo que, como el buen rendimiento, se cultiva desde la base.
Desafortunadamente hay quien defiende el criterio de que un deportista solo precisa de su talento deportivo para llegar a ser un campeón, pues, en definitiva, un jonrón, un gran lanzamiento o una perfecta combinación de golpes son los que cuelgan las medallas al pecho.
Sin embargo, en los tiempos que corren tan importante es la acción en el terreno de juego como la palabra dicha después de bajar del podio.
¿Dónde queda el prestigio de un ganador cuando pone en tela de juicio su educación y su cultura?, ¿qué tan afectada resulta la reputación de un país como el nuestro, donde el saber es un derecho, si uno de sus hijos se muestra incoherente o poco convincente ante la palestra pública?
Es cierto, cada cual tiene sus características. Hay quien fue premiado con un discurso jovial y otros con timidez extrema; está quien tiene nervios de acero mientras algunos los tienen de espuma; existe el experimentado y el novato en cuestiones de entrevistas, e incluso están los que no encuentran barreras en la diferencia de idiomas, o mejor dicho, hacen lo necesario para eludirlas.
No es mi intención pretender que el atleta cubano sea, además, un erudito; pero el descuido del buen decir debería ser un motivo de preocupación más general que particular que involucre a padres, familiares, maestros, amigos.
La realización de matutinos dentro de los entrenamientos, tanto en el ámbito nacional como provincial, es una práctica cotidiana que incita al deportista a perder el miedo escénico y prepararse en diferentes temas; también la importancia que se concede a los estudios es un gran referente de todo cuanto se hace para potenciar la cultura integral en los deportistas de la Isla, sin importar su categoría.
Por eso a esta hora las palabras de nuestro eterno Comandante Fidel Castro Ruz resurgen cual sentencia indispensable:
«No se puede concebir un buen atleta si no es un buen estudiante».