La tecla del duende
La historia que leerán circula por la red de redes y en compendios de reflexiones. Tal vez ya el aire de la leyenda la envolvió para perpetuarla. Pero su valor flamea como símbolo de voluntad...
Cuentan que en cierta ocasión el violinista israelí-estadounidense Itzhak Perlman (1945) subió al escenario para dar un concierto en el salón Avery Fisher del Lincoln Center, en la ciudad de Nueva York. Para él cada espectáculo no es un logro pequeño, pues fue afligido de polio cuando era niño, y quedó con la necesidad de abrazaderas en ambas piernas y la ayuda de muletas.
Como siempre desde que comenzó su carrera, se sentó y lentamente puso las muletas sobre el piso; abrió los broches de las abrazaderas, recogió un pie y extendió el otro hacia adelante; se inclinó y tomó el violín. Puso el instrumento bajo su barbilla, hizo la seña al director y procedió a tocar. La audiencia, ya acostumbrada a este ritual, esperó respetuosamente el inicio del concierto. Pero esta vez sería distinto. Justo cuando el artista terminaba de tocar sus primeras barras, una cuerda del violín se quebró. El público pudo sentir la ruptura.
Los que estaban ahí esa noche tal vez pensaron: por esta vez, él va a tener que ponerse de pie, abrocharse las abrazaderas, recoger las muletas, y cojear hasta afuera del escenario para encontrar otro violín u otra cuerda.
Pero no fue así. En su lugar, el músico esperó un momento, cerró sus ojos y después hizo señas al director para comenzar de nuevo. La orquesta inició y él tocó desde donde había parado. Lo hizo con tanta pasión, con tanto poder y con una claridad que nunca antes nadie había escuchado. Claro, cualquiera sabe que es imposible tocar una obra sinfónica con solo tres cuerdas. Pero esa noche Itzhak Perlman se rehusó a saberlo. Cualquiera podía observar cómo modulaba, cambiaba y recomponía esa pieza en su cabeza. En una instancia sonaba como que él estuviera desentonando las cuerdas para obtener sonidos que ellas habían hecho anteriormente.
Cuando terminó, había un silencio impresionante en el salón. Después, una explosión de aplausos desde cada rincón del auditorio. Todos de pie, gritando y aclamando, haciendo hasta lo imposible para mostrar cuánto lo apreciaban. Él sonrió, se secó el sudor de sus cejas y después dijo, sin presunción, en un tono tranquilo: Ustedes saben, algunas veces la tarea del artista es averiguar cuánta música podemos producir con lo que nos queda.
Cumple tunero y peña en Matanzas
Este domingo, a las 10:00 a.m., en la Ermita de Monserrate se reunirán los tecleros
de Matanzas para hablar sobre su ciudad. El mismo día, a las 2:00 p.m., en el Centro Huellas los tuneros festejarán sus cuatro años. Allí ajustarán detalles del campismo.
Graffiti
Mi Messi: Si cuando llegue el final no somos felices, entonces no es el final, porque
lo seremos. Te amo. Tu pelotica
Rory: No puedo, no alcanzo, no consigo, no quiero... muchacho, pedazo de mi alma, olvidarte. Cristina