Los que soñamos por la oreja
Nuevamente he tenido la oportunidad de visitar Santiago de Cuba, gracias a mi participación en la reciente edición del Festival Pepe Sánchez, celebrada entre el 15 y el 19 de marzo. Una de las principales características del evento es que en él se reúnen representantes de todas las generaciones de trovadores que interactúan en nuestro país. Durante el encuentro se celebraron los respectivos centenarios de las canciones Mujer perjura, de Miguel Companioni; Mujer bayamesa, de Sindo Garay; Ella y yo, de Oscar Hernández; Ausencia, de Jaime Prats, y Longina, de Manuel Corona. Igualmente, se festejó por los 50 años de la primigenia Casa de la Trova, en la calle Heredia, y el medio siglo del primer concierto de la Nueva Trova, efectuado en la Casa de las Américas el 18 de febrero de 1968.
No faltaron momentos para la reflexión, y a tono con dicho interés, hubo un espacio teórico en la Sala Titón, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) en esa urbe y clausurado en el municipio de Segundo Frente, el cual contó con intervenciones como la protagonizada por Lino Betancourt, apreciado estudioso de nuestra trova tradicional, y la presentación de los libros El Guayabero (a propósito de Faustino Oramas) y No quiero piedra en mi camino (dedicado a Enrique Bonne Castillo, premio nacional de Música 2016). El evento teórico se inauguró con la intervención de La Guerrilla del Golem y un espectáculo concebido por el trovador Rubén Lester con poemas y canciones dedicadas a Santiago, entre las que no faltaron recordadas composiciones de ese hermano que fuese José Nicolás.
Asimismo, esta edición del Pepe Sánchez propició presentaciones artísticas en centros docentes de la ciudad y en otros municipios de la provincia, y la entrega de distinciones a agrupaciones y figuras por sus aniversarios, como el Sol y Son, colectivo santiaguero que en 2018 arriba a los 20 años de existencia.
Entre los momentos de obligatoria mención al hablar de la 56 emisión del Festival Pepe Sánchez habría que mencionar las galas de apertura y cierre del evento, efectuadas en el Parque Céspedes; la visita de los participantes a la necrópolis Santa Ifigenia, donde rindieron homenaje a los próceres de la Patria y recorrieron la conocida como Ruta del Trovador en el cementerio santiaguero, para rendir tributo a figuras como Miguel Matamoros, Ñico Saquito, Compay Segundo y Pepe Sánchez.
De las presentaciones, hay que referirse en términos elogiosos al concierto de Eduardo Sosa, acompañado a piano por el no solo teclista sino además cantante y compositor, el santiaguero Andy Rubal, una función en la que se escucharon en la voz del también presidente del comité organizador del Festival una antología de temas trovadorescos de todos los tiempos. Para mí no fue sorpresa el excelente desempeño de Sosa como cantante, es algo a lo que nos ha acostumbrado, pero sí fue todo un hallazgo oír el formidable trabajo de Rubal, a quien hasta ahora yo lo ubicaba solo en el ámbito de la música bailable.
El otro gran concierto realizado igualmente en la sala Dolores, fue el desarrollado por la vocalista Annie Garcés, quien con el respaldo de una orquesta sinfónica juvenil, armada con estudiantes del Conservatorio Esteban Salas, nos deleitó con una función de esas en las que uno tiene que dar gracias por la existencia de la música. Bajo la dirección del maestro Víctor Bargas, la agrupación de adolescentes y jóvenes sonó mucho mejor que algunas orquestas sinfónicas de provincia que he oído en los últimos tiempos.
En la larga lista de artistas estuvieron, por solo aludir a unos pocos, Jóvenes Clásicos del Son, Pancho Amat y El Cabildo del Son, Augusto Blanca, Pepe Ordás, septeto Los Guanche, el Trío Palabras…, protagonistas de espectáculos como La gran trovada, que tuvo lugar en la céntrica calle Heredia, o de funciones como la dedicada a los septetos y al son.
Empero, tengo que decir que para mí lo más entrañable fue el rencuentro con viejas amistades, como el poeta y periodista Rogelio Ramos; los integrantes del dúo cienfueguero Así Son, que cada día lo hacen mejor; Sandra, la bajista y compositora; el cantautor Luis Felipe Veranes (Felipón); la pareja de Yori y Miguel, ahora más que felices con su nena Adriana Mercedes; el destacado trovador José Aquiles y su compañera Mercedes, que me invitaron a la Peña el Menú, un espacio de resistencia cultural; conocer a personas como los integrantes del trío mexicano Ensueño; el profesor Yasmani Castro Caballero, el trovador Nilo González o a Leo, alma de Casa Micaela, interesante emprendimiento en el ámbito de los nuevos modelos de gestión cultural.
Para los trasnochadores, el cierre de cada jornada era en el patio La Jutía Conga, donde Adriana Assef sirvió de anfitriona para la descarga trovadoresca a cargo de nombres como Giselle Lage, el piquete de cantautores tuneros encabezados por Freddy Laffitta, así como William Vivanco y Toni Ávila, que fueron pródigos en brindar su arte a un público que evidenciaba ansias por este tipo de música.
Claro que no todo resultó perfecto y en los conciertos y galas los problemas de audio fueron abundantes; la impuntualidad en los horarios de comienzo de las actividades prevaleció, a veces por causa de los propios artistas o por retraso del transporte, que dicho sea de paso, pudo ser mejor organizado de haber seguido los patrones de años anteriores. No obstante, las dificultades (objetivas y subjetivas) no impidieron que se diese un brillante festival, en el que se soneó la trova y se trovó el son.