Los que soñamos por la oreja
Al comienzo del tercer milenio, uno de los temas heredados de la anterior centuria que sigue en la agenda del debate internacional es el de la identidad, acompañado por uno de los principales asuntos del siglo XXI: la emigración. Términos como desplazamientos, flujos, interconexiones, trayectorias…, aparecen una y otra vez en los escritos teóricos que aspiran a reflejar de algún modo las dinámicas de las sociedades contemporáneas. Otro vocablo muy empleado en la actualidad para referirse a estos asuntos es el de movilidad, a propósito de personas, comunicaciones o afectos en un mundo que cada día tiene una mayor interconexión.
Lenguaje universal con demasiada riqueza aún no explorada, la música desempeña un singular papel en la conformación, articulación y sostenimiento de redes identitarias. Las nuevas maneras de desplazamiento que caracterizan los flujos transnacionales de personas en nuestros días, traen consigo la urgencia de disponer de otras herramientas analíticas que nos permitan aproximarnos a la realidad que se ha ido conformando. Así, ante investigadores de disímiles ramas de las ciencias sociales, se erige el reto de explicar la dimensión social de los cambios musicales, desde la comprensión del rol del lugar y de las migraciones como referentes de sentido y elementos propiciatorios de la evolución musical.
La noche que la televisión cubana transmitió el filme Chico & Rita por uno de sus canales, sentado en la sala de mi vieja casa en Centro Habana, y mientras seguía la narración cinematográfica acerca de los personajes ideados por Trueba y Mariscal, me preguntaba cuántas historias de vida como las de los protagonistas de esta película, en realidad no se habrán extraviado por ahí, transformadas tan solo en polvo de sueños que nunca se podrán recuperar. Y justo me refiero a eso: «historias de vida», no hablo ya de la historia en conjunto de los músicos cubanos que un día decidieron marcharse de nuestro país para probar suerte en otros lares, sino de las vivencias personales de cada uno de ellos, a veces coronadas con el éxito, a veces coronadas con el fracaso. Por eso, cuando pienso en nuestros compatriotas músicos transterrados, no lo hago en términos de mera abstracción académica sino intentando imaginar cómo ha sido para ellos el día a día en la diáspora.
Todo lo anterior me venía a la cabeza al enterarme, a través de mi amigo, el fotógrafo Roberto Bello, que el pasado 28 de julio, a causa de un infarto, murió en Panamá el bajista Pedro Luis Martínez, alguien que en una etapa fuese muy activo en nuestros escenarios, pero del que al pasar a vivir en otras tierras solo teníamos noticias de forma esporádica.
Los primeros recuerdos que tengo de Pedro Luis datan de la etapa en que él era integrante del grupo Afrojazz, de Bobby Carcassés, allá por inicios de la década de los 80. Por entonces, Martínez tenía como modelo de bajista al norteamericano Jaco Pastorius, quien, a partir de su actuación en el Havana Jam en marzo de 1979, había dejado impresionados a todos los ejecutantes del bajo de aquella época.
Nacido en la capital cubana en 1955, Pedro Luis Martínez estudió percusión sinfónica y guitarra clásica, pero su desempeño como instrumentista fue en el bajo eléctrico. A fines de los 70 se le vio como miembro de la Orquesta Cubana de Música Moderna y de la de la Radio y Televisión. Por esos años, también laboró con la Orquesta Riverside, el Conjunto Yaguarimú, Los Bocucos, Los de Siempre y otras agrupaciones.
Fundador de los grupos Fantástico Son y Sendas, creo que uno de los mayores legados de Pedro Luis a nuestra vida musical fue su activo rol en las diferentes emisiones del festival Jazz Plaza durante la década de los 80. Quienes éramos asistentes fijos a cada noche de dicho certamen en el patio de la Casa de Cultura de Calzada y 8, nunca olvidaremos el desempeño de Martínez, ya fuese al frente de determinados proyectos de ocasión o como bajista de varias formaciones. Él era uno de los animadores natos de aquellos encuentros anuales.
A partir de 1994, Pedro Luis pasa a residir en el extranjero y radica en Portugal, Nueva York y Panamá, pero nunca pierde la relación con Cuba, y así, a pesar de su intensa agenda no solo como bajista, sino además como productor discográfico y director artístico, se vinculó a varios proyectos fonográficos con sobresalientes músicos residentes en el país e intervino en una que otra emisión del Jazz Plaza.
Hoy, al saber que Pedro Luis Martínez ha muerto en Panamá, me da por pensar en el hecho de que los cubanos no somos un pueblo milenario, sino que tenemos una historia bastante joven, apenas cinco siglos, y que por tanto no podemos darnos el lujo de no incentivar la memoria cultural y perder del patrimonio nacional a figuras que, al margen de vivir en disímiles puntos del planeta, como fue el caso de este eminente bajista, han sido importantes protagonistas de nuestro devenir musical.